Miercoles 25 de abril de 2018
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El lunes recién pasado se celebró (¿Se celebró? Bueno, es un decir) el Día Mundial del Libro. Las estridencias de la politiquería nacional, de mano con la corrupción y el narcotráfico, casi no dejan espacio para otra cosa; son los protagonistas de esta hora. Total, así son las cosas. Con el libro se recuerda también al que dejó en él, al escribir, un pedazo de su vida. Aunque no sea famoso, tuvo el bizarro gesto de escribir y publicarlo. Libro y autor son compañeros de aventura.
Un día del siglo XIV, al cajista alemán Johann Gutemberg se le ocurrió utilizar un nuevo mecanismo para mejorar las técnicas de impresión. Parecía ser una variante sin mayor importancia; pero significó trazar un nuevo horizonte cultural para la humanidad. De laboriosas y lentas que eran las copias manuscritas, se dio el gran salto hacia el offset de la impresión moderna. Por eso se considera a Gutemberg como el inventor de la imprenta.
Se escogió la fecha en homenaje a tres escritores que por rara coincidencia partieron un mismo día, el 23 de abril: Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Después, en 1995, la Conferencia General de la Unesco proclamó como el Día Mundial del Libro. En muchas capitales del mundo fue una fiesta; se regaló un libro a los seres queridos; los jóvenes le dieron un toque romántico adjuntando al libro una rosa. Los escritores fueron a dejar un libro en las plazas. Claro, el medio estimulaba y propiciaba esas acciones