Miercoles 25 de abril de 2018
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Hace pocos días, el Papa Francisco, en reunión con jóvenes, procedentes de diversos puntos de Europa, expresó conceptos muy claros sobre los valores de la juventud y mostró que él confía plenamente en ellos porque "mantienen incólume las esperanzas de mejores días para la humanidad".
Creer en la juventud, aferrarse a sus virtudes, mantener viva la alegría sana y honesta de ellos, son principios que podrían implicar que el mundo cambie, que los males se troquen en bienes que puedan aprovechar los pueblos, especialmente aquellos grupos que se encuentran inmersos en prácticas hedonísticas, comprometidos con el tráfico de drogas y, sobre todo, los que han perdido sus virtudes y no tienen rumbos fijos en sus vidas.
Cuando los pueblos cifran sus esperanzas en lo que la juventud pueda hacer, seguramente aciertan en sus presunciones porque solamente la juventud que conserva incólume los principios de vida sana y que aún no ha sido contaminada, puede alcanzar lo que sus mayores no consiguieron. Es esa juventud la que, alejada de posiciones delincuenciales, de todo lo que implica el armamentismo y la vocación por las guerras; esa juventud que aún valora el amor, la ternura y los valores de sus padres podría alcanzar metas importantes en el desarrollo de sus vidas hasta lograr las cimas de profesionalizarse y luego trabajar y producir con vocación de servicio y conciencia de bien común.