El escritor, novelista, cineasta y abogado Vicente González-Aramayo Zuleta evoca al "hombre del segundo anillo" inspirado en un acontecimiento sucedido durante el imperio de los Incas y difundido por vÃa oral en algunas regiones de Perú y Ecuador
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Wayna Kapac gozaba aún de los regostos que brinda un paÃs próspero por la economÃa saneada, la distribución equitativa de tierras, bienes y paz, beneficios que no durarÃan muchoÂ?
El amado padre de los incas tuvo muchos hijos en diferentes mujeres, pero la historia señala a cuatro preferidos: Atawallpa, a quien le entregó el reino de Quito; Waskar gobernarÃa el Cusco, cuando se preveÃa que serÃa el heredero mayor al ser hijo de la Arawak Okllo. Según Horacio Urteaga(1), Ninan Cuyochi era su tercer hijo preferido y Tito Atawchi el cuarto.
En Toledo, bella ciudad bañada por el Tajo y residencia del rey español Carlos V, se estableció y firmó la Capitulación, solemne acto por el cual el monarca autorizó y concedió ayuda al proyecto de expedición de Pizarro y Almagro. Con este aval, reunieron gente de toda clase venidos tanto de los suburbios de Toledo y Trujillo como de los cotarros de Panamá. Producto de su insaciable ambición la victoria les abrió paso por el abanico del rÃo Guadalquivir y luego, partiendo del oeste de Panamá, surcando las aguas del Mar del Sur hacia el Perú.
Por fin llegaron a Tumbes, luego a las cercanÃas de Cajamarca, lugar de recreo del inca Atawallpa, donde gozaba de permanentes vacaciones, por asà decir, porque el lugar era un paraÃso rodeado de campiñas y aire embalsamado de flores. El inca respiraba una atmósfera de sosiego y gozaba de una placentera quietud. CreÃa que la victoria contra su hermano, que habÃa terminado poco tiempo atrás, le concedÃa ese merecimiento. Sin embargo el regosto iba a durarle poco, pues la gente de las aldeas por donde pasaron los españoles y los pobladores de su imperio ya le anunciaban la presencia cercana de seres de tez blanca pero temibles, porque estaban formados como hombres y animales que llevaban el trueno en sus manos.
Naturalmente se referÃan a los caballos y a las armas de fuego que no conocÃan. Los conquistadores ingresaron lenta y cautelosamente a los predios del imperio, algo asà como cuando la raposa merodea el gallinero. ParecÃan lobos acechando el corral de ovejas. Pensaron los hombres de aquella caterva de audaces que podÃa acontecer que los trescientos hombres que formaban la expedición serÃan más bien pasto de los miles de guerreros incas que acabarÃan con ellosÂ? entonces debÃan ser conscientes de que se hallaban en peligro.
Los incas parecÃan tener más curiosidad que temor. Según leyendas y los registros de la historia, el pueblo esperaba al Apu Wirakocha, el gran maestro espiritual que en tiempos inmemoriales habÃa prometido volver. No obstante, para Atawallpa la presencia de los extraños parecÃa un motivo de incertidumbre, y pronto concluirÃa en que aquellos seres extraños no eran sino intrusos. Entonces tendrÃa que enfrentarlos. Esta necesidad le obligó a crear en forma instintiva un sistema de espionaje al buen estilo primitivo. Se produjo el contacto. El Inca envió regalos a los españoles, precedido del deseo de conocerlos. Se estableció el acuerdo. Atawallpa anunció que los esperarÃa en la plaza de Cajamarca, y el dÃa fue determinado, pero Pizarro puso la condición de que la cohorte del emperador debÃa ir la cita sin armas. ¡Asà fue! Y acudieron a la cita cual escorpiones sin aguijón. ¡Error fatal!
Una vez colmada la ansiedad de aquellos rapaces, las cantidades de oro y plata se convirtieron en lingotes. Y fueron al crisol incluso las hermosas obras de arte de los incas. Como corolario a saqueo infame se decidió la ejecución del Inca. Consideraban hacerlo como la mejor de las garantÃas para su seguridad y la de sus tesoros que sujetaban con uñas y dientes.
El dÃa fatÃdico crearon un tribunal que juzgarÃa a Atawallpa, bajo el viso de legalidad, porque todo iba a ser una pantomima. Toscos, torpes y brutales eran legos en materia jurÃdica. Los nobles caballeros que allà habÃan, aunque solo con respeto y cultura, objetaron que no tenÃan jurisdicción ni competenciaÂ? que todo serÃa un insolente histrionismo. No obstante, Pizarro fue designado juez y debÃa dictar sentencia. El fiscal acusador voluntario fue Riquelme, aunque lo habrÃa hecho mejor el cura Valverde que atizaba con saña y maldad a la morralla, atemorizándola con la "Santa Hermandad", porque el "indio era hereje, relapso, asesino y adúltero". No obstante, quien se esmeraba en una retórica retorcida, magnificando las amenazas del fraile, era Riquelme. Este sinuoso sujeto lucÃa en un dedo un anillo de oro grande engastado con una pequeña esmeralda. Esmerábase en amenazar mientras recorrÃa moviendo expresivamente sus manos, enseñando a todos su hermoso anillo y amenazando a los que se negaran ejecutar al Inca.
Cuando todo fue un desbande, los españoles se reunÃan para beber, comer y charlar prolongadamente. Los indios, dispersos se metÃan, siempre asustados en sus moradas. No salieron a cosechar ni a vendimia de productos.
El conquistador agonizó terriblemente en la misma silla en que murió Atawallpa. Mostró un rostro espantable, los ojos saltados de las órbitas, la lengua brincada casi sobre el pecho y los esfÃnteres sueltos. El cadáver fue arrojado a los repechos de la ladera que va al rÃo, de donde trepaba paradójicamente un aroma delicioso de flores exóticas. La niebla se disipaba poco a poco y el sol ya habÃa salido.
TITO ATAWCHI, glorioso hijo de Wayna Kapac fue el hombre que puso el segundo anillo de vellón trenzado al cuello del verdugo del patriarca imperial.
NOTAS: 1) URTEAGA, Horacio,
El fin de un Imperio. 2) La Historia
3) Urteaga, op. Cit. 4) La Historia.
5) AGUIRRE LAVAYEN JoaquÃn,
Más allá del horizonte:
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