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Regreso a Reims es un ensayo que va de lo autobiográfico (joven de familia obrera, buen estudiante, que se marcha de Reims a ParÃs para vivir libremente su homosexualidad, que pronto se integra en el mundo intelectualÂ?) a lo sociológico, al análisis de las formas de vida de la clase obrera en una ciudad francesa del siglo XX (la vivienda, la escuela, el trabajoÂ?), a la construcción y reproducción de ideas, actitudes y pautas sociales en ese ámbito popular.
La memoria biográfica compone un testimonio vital en el que no faltan la confesión ni la culpa, pero el discurso no se inclina a lo psicológico, busca siempre la comprensión de hechos y determinaciones sociales; el libro posee asà una dimensión crÃtica (de ensayo crÃtico), una decidida voluntad de intervenir en el debate con posiciones muy definidas, que desarrollan planteamientos ya expuestos en otros libros del autor sobre la marginalidad o la cuestión gay, y que nos conducen asimismo a Pierre Bourdieu, de quien Eribon siempre se ha sentido muy cerca y del que toma herramientas crÃticas y conceptos (habitus, distinción, campo de los dominados, capital socialÂ?).
Ahora bien, el libro es, a su vez, narración, un texto que no solo dialoga con Foucault o Bourdieu, sino con tradiciones literarias que le resultan próximas y muy en particular con Annie Ernaux, cuya obra (El lugar, Una mujer, La vergüenzaÂ?), centrada en el origen familiar de la escritora y su malestar posterior como ´tránsfuga de clase´, representa para Eribon un modelo de análisis sociobiográfico, de escritura. Y asÃ, en cierta medida, Regreso a Reims puede leerse como un texto literario.
El relato se abre con la muerte del padre ("Yo no lo amaba. Nunca lo habÃa amado"); es esa muerte la que -causa inmediata- pone en marcha el discurso de Eribon, su vuelta al origen: la ciudad, la familia, las coordenadas que configuran una identidad.
El hijo no asiste al funeral: nunca visitó a su padre en la residencia para enfermos de Alzheimer en que pasó sus últimos dÃas; en realidad, hacÃa más de veinte años que no veÃa a sus padres, ni siquiera conocÃa Muizon, esa rurbanización ("¿cómo llamar a un lugar asÃ?"), a unos kilómetros de Reims, donde sus padres han residido estos últimos años. "HabÃa huido de mi familia y no tenÃa ganas de reencontrarme con ellos".
El proceso de reconciliación habÃa comenzado, no obstante, meses antes, cuando su madre se quedó sola en la urbanización; el hijo ha viajado hasta allà para verla, vuelve al dÃa siguiente del funeral de su padre: están solos, charlan toda la tarde, ella saca unas cajas llenas de fotos antiguas (padres, hermanos, el escritor de niño, adolescenteÂ?).
En definitiva, el cuerpo propio se revela ahà claramente como cuerpo social o de clase; es decir, lo más Ãntimo o individual se inscribe y modela en ese especÃfico medio, pasa a entenderse ante todo como pertenencia a una historia y una ubicación concretas.
Dejemos al margen el poder de las fotografÃas y las circunstancias especialmente elocuentes en las que se produce esta suerte de revelación, lo decisivo aquà es que regresa el pasado social; un pasado que el profesor Eribon habÃa querido olvidar, del que se avergonzaba y del que, en definitiva, querÃa escapar. Porque algo ha cambiado, se remueve con esas imágenes; surge asà la pregunta central del libro, que el autor formula desde las primeras páginas:
Verse en ese espejo -violento, miserable-, anuncia un destino: la imagen de lo que seremos. Y todo ello produce dolor, la repulsa de esa miseria.
No obstante, aun con la marcha a la capital y la nueva vida ("Era feliz"), el estigma social permanece; es justamente lo que el intelectual de ParÃs no supera con su ganada reinvención, al vivir libremente su sexualidad. Señala asà Eribon cómo, en definitiva, salió de un armario para encerrarse en otro:
"Mi salida del placard sexual, el deseo de asumir y afirmar mi homosexualidad, coincidió en mi recorrido personal, con el ingreso en lo que podrÃa describir como un placard social, es decir, los condicionantes impuestos por otra forma de disimulación".
Esto es: nuevos subterfugios, medias palabras, otros secretos, el miedo a traicionarse, los cambios de registro según el interlocutor, la vergüenza, en suma, de un origen pobre, marginal. Regreso a Reims representa el fin de esta segunda disimulación: el regreso de lo reprimido, la escritura antes autocensurada, reinventarse de nuevo.
Ya hablemos de una u otra vergüenza, la reinvención de sà -insiste en ello el autor- no puede realizarse desde la nada sino a partir de aquello que el orden social ha hecho de nosotros. Regresar a Reims significa, por tanto, regresar a la familia, al orden social que la ha configurado, curar esa herida, restaurar en lo posible aquella brecha que se produjo entre el joven Eribon y los suyos (huir, no amar, no asistir a las exequias del padre, no hablarse con los hermanos, avergonzarse de todo ello).
El sociólogo emprende asà una tarea que le es propia, expone la realidad de ese mundo, condiciones, datos y cifras de una historia familiar que se reproduce a sà misma por encima del tiempo, de abuelos, padres o hermanos: analfabetismo, doce hijos, a los catorce años en la fábrica, un abuelo andaluz que se esfumó, casas sin baño, la abuela rapada tras la Liberación, el hambre, borracheras, abortos, nosotros los obreros, la madre que sirve en otras casas, el albañil, la portera, jubilarse y morir, el carbonero, la guerra, dormir todos en la misma habitación�; datos concretos -la Europa desarrollada, siglo XX- que han producido actitudes, maneras de estar y de sentir, todo eso que el nieto, el hijo, ha de comprender y en definitiva asumir de algún modo, justamente lo que está cumpliendo con este regreso, aunque tal vez -si se piensa en el padre- sea demasiado tarde.
"Hay una guerra contra los dominados y la escuela es uno de sus campos de batalla". Las excepciones (Bourdieu, Ernaux, EribonÂ?) confirmarÃan la reglaÂ? Lo cierto es que el estudiante de Reims encontró en la cultura la vÃa para diferenciarse de los suyos y afirmar asà su identidad sexual, para forjarse un mundo propio y "dar sentido" a su condición de gay; hasta la militancia trotskista significaba un modo de distanciarse de unos padres entonces en la órbita del PCF.
"Es decir, que elegà la cultura contra los valores populares y viriles, porque esta es vector de distinción". La cultura -la escuela- permite afianzar la subjetividad, la diferencia, y en consecuencia marca distancias con el medio familiar, pronto hace del joven un intelectual, lo convierte en "tránsfuga de clase"; cobra cuerpo asà la vergüenza del origen, ese otro escondite ("habÃa sacado de un armario cajas llenas de fotos") del que el autor sale aquÃ, pues es esa misma cultura -Retour à Reims, analizar, escribir- la que permite regresar.
Entre el determinismo social y la ilusión de una liberación absoluta, escribe Eribon, "se pueden atravesar algunas fronteras instituidas por la historia y que ciñen nuestras existencias".
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