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Domingo 22 de abril de 2018

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Cultural El Duende

Graham Greene: "Escribir es una forma de terapia"

22 abr 2018

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Escribir una novela es un poco como meter un mensaje en una botella y arrojarla al mar: inesperados amigos o enemigos la recogen.

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Los protagonistas de una novela deben tener cierto parentesco con el autor, salen de su cuerpo como un niño sale del vientre. Después se corta el cordón umbilical e inician su vida independiente. Cuanto más sabe el autor sobre sí mismo, tanto más es capaz de distanciarse de sus personajes y tanto más espacio tienen ellos para desarrollarse.

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Escribir una novela no se vuelve más fácil con la práctica. El lento descubrimiento de su método individual puede ser apasionante para el novelista, pero en la madurez llega un momento en que siente que ya no domina su método: se ha convertido en su prisionero. Entonces empieza un largo periodo de hastío: tiene la impresión de que ya lo ha hecho todo. Lo atemoriza más leer a sus críticos favorables que a los adversos, pues con terrible paciencia despliegan ante sus ojos el inmutable diseño del tapiz. Si el novelista ha dependido en gran medida de su inconsciente, de su habilidad para olvidar sus propios libros una vez que se instalan en las bibliotecas públicas, sus críticos se lo recuerdan: tal tema surgió diez años antes, tal metáfora que acudió como por sí sola a su pluma fue empleada casi veinte años antes en un pasaje donde...

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El novelista trabaja a solas: tiene suerte si hay otro ser humano con quien puede discutir un problema o poner a prueba un pasaje difícil. Hasta el autor de libros cinematográficos, en mi afortunada experiencia, sólo trabaja con un solo hombre más: el director. Pero no bien termina el guion, queda excluido del acto mismo de la creación. A menos que surja algún problema en el estudio y el director necesite su presencia para rehacer una escena, el autor se convierte en un hombre olvidado que sólo resucita como un ser perplejo que registra cortes, se aclara nervioso la garganta al descubrir nuevas frases que no son suyas, abrumado por una sensación de culpa porque es el único espectador que recuerda lo que ocurrió alguna vez: como un hombre que ha presenciado un crimen y teme hablar, un cómplice.

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El destino de una obra teatral no es importante; el placer de poner a prueba la palabra dicha, de suprimir y modificar y transformar, de trabajar en grupo, de escapar de la soledad, lo es todo.

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[ ... ] el cuento suele ser para el novelista otra forma de escape: un modo de librarse de un personaje con quien ha tenido que vivir durante años enteros presenciando sus celos, sus mezquindades, sus trampas mentales, sus traiciones. El lector quizá se queje de que es un personaje desagradable, pero ¡qué suerte tiene! Sólo debe pasar unos pocos días en su compañía. A veces, en sus cartas, Flaubert parece ir convirtiéndose en Madame Bovary y desarrollar en sí mismo la pasión destructora de esa mujer.

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Los sueños siempre tienen gran importancia para mí cuando escribo, tal vez porque me psicoanalicé durante la adolescencia. [ ... ] Supongo que todos los autores habrán recibido la misma ayuda desde el inconsciente. El inconsciente colabora en toda nuestra obra: es un négre que mantenemos en el sótano para que nos ayude. Cuando un obstáculo parece insuperable, leo mi trabajo del día antes de dormirme y dejo que el négre siga trabajando en mi lugar. Cuando despierto, el obstáculo casi ha desaparecido: allí está la obvia solución, quizá surgida en un sueño que he olvidado.

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Escribir es una forma de terapia; a veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía, el terror pánico inherente a la condición humana.

Henry Graham Greene.

Escritor y guionista británico, 1904 - 1991.

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