Miercoles 18 de abril de 2018
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Hace como 15 años, en 2003, una poblada de El Alto provocó la caída de un gobierno constitucional. La hoyada se quedó sin una gota de combustible porque la Ceja estaba bloqueada y no podía pasar la caravana de cisternas. Esa situación obligó al Gobierno a tomar medidas de extrema emergencia, con los luctuosos resultados conocidos. El Alto es un punto estratégico, es la puerta de ingreso y de salida. Si no falla la memoria, fue la tercera vez que le ponían cerco a La Paz.
Como se recordará, se lanzó el ensayo de la subversión en febrero, cuando hasta los colegiales del Ayacucho salieron a apedrear el Palacio Quemado, en tanto que policías y militares se sacudían a punta de bala, sin importarles nada la situación inerme del gobierno. A veces el excesivo poder o una empecinada obsesión coartan la percepción de la realidad. No se tomaron las medidas necesarias; los ministros observados fueron ratificados y la conspiración siguió su curso.
Octubre fue el corolario de ese proceso que desde tiempo atrás rojeaba como una nube de tormenta en el horizonte. Las Fejuves y otros sindicatos (denominados con el eufemismo de organizaciones sociales) eran el brazo operativo de un plan. Las masas no se mueven nunca por su cuenta; actúan como un turbión, pero bajo el mando de alguien que las dirige. Después se supo quién era ese diestro, porque repitió la maniobra varias veces. Siempre está ausente de la línea de fuego. Regresa como un componedor de situaciones conflictivas.