Miercoles 18 de abril de 2018
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Quienes cifraron esperanzas en que la VIII Cumbre de las Américas marcaría una inminente derrota de los EE.UU. deben sentirse profundamente afligidos, ya que dicho evento, antes de constituirse en un ring de boxeo, donde imperialistas vs. marxistas residuales se batirían sin piedad, al igual que en la serie de TV, Rápidos y Furiosos, primó la paz y la serenidad, por abandono de los principales contrincantes.
Por un lado, Donald Trump, advertido por sus servicios de inteligencia sobre varias protestas violentas que se estarían gestando en su contra, prefirió permanecer en Washington haciendo tiro al blanco con Siria y Nicolás Maduro a su vez, fue compelido a permanecer en Caracas platicando con los pajaritos, antes de sufrir un humillante desaire de bienvenida por parte de las autoridades peruanas. Raúl Castro fue eximido de participar en su codiciado papel de árbitro en dicho evento, por su manifiesta parcialidad y por su pronto retiro del escenario político de Cuba.
Para el dictador cubano ya no era posible repetir su triunfo de la cumbre anterior cuando, ante la apremiante situación económica que asfixia a la isla, con las llaves que el Tío Sam le dejó bajo el felpudo, logró abrir las puertas del Imperio cerradas hace 59 años y, mostrando sus mejores dotes de funámbulo, aún sin obtener nada a cambio de parte de Obama, pateó la escalera y dejó a sus aliados colgados de la brocha, cuando estos pintaban el mundo de Oz comunista que durante medio siglo los hermanos Castro les habían descrito como el paraíso sobre la tierra.