Era mayo de 1980. Bolivia tenÃa la ilusión de la democracia, a pesar de los muchos tropezones desde la histórica huelga de hambre de 1978. En el resto del Cono Sur latinoamericano las dictaduras militares de mantenÃan aferradas al poder, a la violación de los derechos humanos y a la repartija de los dineros públicos.
En Brasil, paÃs pionero en instalar la Doctrina de la Seguridad Nacional con el golpe de 1964 y con el empeño de convertirse en un subimperialismo regional, apenas asomaban las medidas para abrir lentamente una vÃa democrática con elecciones directas.
Aún el nombre de Luis Ignacio da Silva era un eco lejanÃsimo y apenas se repetÃa su apodo, Lula. Fui invitada a cubrir la marcha del Primero de Mayo que se suponÃa una de las primeras manifestaciones obreras en ese ambiente de apertura bajo el mandato civil de Joao Figueiredo. Atrás quedaba la etapa más dura del terror militar bajo Garrastazu y Geisel.
En la noche, junto a otros amigos preparábamos la caminata hasta el ABC paulista. Pocas personas acostumbraban participar en la conmemoración del DÃa del Trabajo. Fue una primera sorpresa para mÃ, pues desde que fui a mi primera concentración en 1972, habÃa comprobado la importancia de la fecha para el proletariado boliviano.
El PT que decÃa "sin miedo a ser feliz" deja un paÃs violento, dividido y sumido en la porquerÃa que alcanzó a expandirse a todo el continente. No es creÃble pensar que si tantos presidentes sabÃan cómo actuaban las empresas constructoras, Lula ignoraba.
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