"La codicia, mi pecado favorito", mascullaba entre dientes un siniestro Lucifer, acompañado de un terrible gesto burlón y una sonrisa torcida que nadie más que el gran Al Pacino podía tan magistralmente interpretar en la película "El abogado del Diablo".
Y es que acababa de tentar por segunda vez en su vida a Kevin Lomax, un joven abogado pueblerino interpretado por Keanu Reaves, que al parecer no aprendió nada de su alucinación y luego del reto diabólico, vuelve como si nada a la Corte donde está defendiendo a un pedófilo contra el que aparentemente no hay nada que pueda salvarlo de la cárcel.
Lo que sucede en esa escena es un loop que hace el director para ir nuevamente a donde todo se inicia, y que durante la cinta muestra cómo este novel profesional, que fue educado con todos los principios morales y religiosos que pudo inculcarle su beata madre, va sucumbiendo ante la codicia y la ambición de las grandes ganancias que le otorgaba trabajar en uno de los mejores bufetes de Nueva York.
Lo que no logra entender es que a cambio del dinero y la gloria profesional está perdiendo su mayor tesoro que son su familia y su dignidad.
La mayoría de nosotros vive toda su vida pensando que la razón principal por la que llegamos a la vida, es la acumulación de la riqueza. Desde que somos niños nos enseñan a ahorrar nuestro recreo en lugar de gastarlo en dulces y porquerías que nos van a podrir los dientes. Cuando somos jóvenes, nuestra permanencia en el hogar está sujeta a la obediencia de las reglas paternas hasta que podamos pagar nuestras propias cuentas. La carrera profesional muchas veces nos encuentra recurriendo a las medidas más bajas que pudiéramos imaginar para poder escalar en la universidad, o en el cargo, o en la responsabilidad que nos toque sortear.
Podemos incluso llegar a pisar por encima a la gente que ha confiado en nosotros con tal de lograr nuestro cometido, porque nos convencemos tanto de que el éxito y el dinero son lo más importante, que da la impresión que lo único realmente valioso en nuestras vidas son el grosor de la billetera y los ceros de nuestra cuenta bancaria.
Lo que no nos damos cuenta, es que mientras vivimos ocupados pendientes de la riqueza, olvidamos que la vida es tan corta, que cuando tratemos de gastar todo lo acumulado puede que ya no tengamos ni el tiempo, ni la fuerza, ni la salud, ni las ganas de hacerlo.
Mi madre me decía siempre, la plata compra la cama, pero no el sueño y no le faltaba razón, de qué sirve tener para comprar si lo que se necesitas no tiene precio o no hay tienda donde te lo vendan.
El dinero, en cualquiera de sus formas, cuando llega abundante y más aún, cuando llega sin esperarlo o merecerlo, parece ser una bendición, pero si la persona o personas que reciben este don, no son capaces de entender las razones por las que llegó a su mano y no pueden capitalizar correctamente lo percibido, todo ello se puede transformar en una maldición.
Los ejemplos en la historia universal sobran, desde el rey Midas hasta Chávez y Maduro, pasando desde luego por nuestro bien amado benefactor, hay muestras por doquier de cómo las mayores riquezas que puedan tener las personas y estados, han servido para todo, menos para lo que debían servir.
Venezuela por ejemplo, tiene la reserva mundial más grande de petróleo, oro y hasta de diamantes. Es como si Dios hubiera jugado a los piratas y utilizó el territorio sabanero para esconder todos sus tesoros. Tienen más petróleo que los árabes y más oro que Fort Knox y sin embargo hace meses de meses que su gente está comiendo en los basurales.
La situación en la patria de Bolívar es tan trágica que enfermedades casi extirpadas de la faz de la tierra están cobrando vigencia como la sarna y los liendres; todo ello porque la gente ya no se baña, no hay agua caliente porque los apagones son permanentes, no tienen jaboncillo, champú, papel higiénico, las mujeres han vuelto a usar paños para los días de su periodo porque no hay toallas higiénicas y los desastres suman y siguen en un país en el que hay tanto recurso natural, que podrían asfaltar sus calles con oro.
Bolivia no se queda atrás, hemos nacido con un territorio tan grande en superficie, que fácilmente le hubiéramos podido hacer frente a un coloso como Brasil o Argentina, tuvimos tal cantidad de recursos naturales, que por ejemplo Chile sigue viviendo por más de 70 años de renta con tan solo una de nuestras minas, y vaya que tuvimos muchas de esas y de todos los metales habidos y por haber, y cuando pareció que habíamos encontrado a la gallina de los huevos de oro y que nos llovió la plata como si fuera maná del cielo, en vez de administrarla como era debido y potenciar a YPFB, dilapidamos de tal manera ese dinero que en los últimos 15 años no hemos sido capaces ni siquiera de poder hallar un solo nuevo reservorio de gas importante.
La codicia, si está acompañada de ganancia, enceguece, cambia al más humilde y lo transforma por completo, envilece y se pierde la idea y sentido de lo que es justo y cabal.
Por eso es que luego de la decisión de 10 jurados norteamericanos que en una Corte de Fort Lauderdale determinaron que tanto Gonzalo Sánchez de Lozada como Carlos Sánchez Berzaín eran responsables por los trágicos acontecimientos de Octubre del 2003 y que debían resarcir a sus víctimas con aproximadamente 10 millones de dólares, inmediatamente pensé que tal vez, este ajuste de cuentas de la Justicia Norteamericana que podría llegar como bendición a quienes perdieron algo o a alguien en aquellas dolorosas jornadas, en lugar de ser una bendición se trasforme en una maldición, ya que tengo la impresión que más de uno va a querer parte de la torta que, desde ya, tiene más manos que tajadas para su distribución.
De entrada, gran parte de ese monto deberá estar destinado a los impuestos y no sé si en Bolivia el SIN también va a querer que se le abone una parte.
Los abogados no trabajaron gratis, empezando por don Rogelio Mayta que es, creo yo, merecedor de uno de los mayores reconocimientos por su desempeño como legista, como por su tenacidad y constancia en la búsqueda de que se haga justicia con la gente que fue damnificada hace 15 años.
Probablemente después de esas facturas, quede para repartir la mitad o menos y esta deberá ser distribuida obviamente entre los que llevaron a cabo este proceso allá en los Estados Unidos.
Sin embargo, una declaración tras el fallo de un damnificado que se quedó en La Paz dijo que, quienes habían ido a los EE. UU. para entablar el proceso eran solamente los casos más fáciles de demostrar con pruebas, pero que iban en representación de todas las víctimas, por lo que tal indemnización deberá ser distribuida equitativamente entre absolutamente todos.
Ahí es donde viene mi preocupación, pues vaya Dios a saber lo que ese señor entiende por equidad y si recibirá lo mismo quien perdió la vida que quien perdió una pierna o quien no haya perdido nada pero que de seguro se va a adjudicar la mismísima caída del nefasto gobierno de Goni.
Que el Señor los ayude a que ese dinero tenga buen destino, que la codicia no ronde sus lares y que todo llegue a buen fin como parece que sucederá con ese juicio, aunque en lo personal lo que me parece ver a futuro, es una fila de casuchas construidas en algún sitio con fantasmagóricos habitantes, exigiendo en vigilia que les toque algo de la marmaja, tal como les pasa hace más de 10 años a los tristes y patéticos habitantes del Prado paceño frente al Ministerio de Justicia.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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