Loading...
Invitado


Domingo 01 de abril de 2018

Portada Principal
Revista Dominical

Nadie caza al poderoso

01 abr 2018

Por: Márcia Batista Ramos escritora, (mar_bara@yahoo.es)

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Las historias sobre degenerados, psicópatas y bestias humanas, siempre las encontramos en los libros o en la pantalla grande o chica. Los personajes macabros que vienen arrancando los ojos a los infantes, parecen sobredimensionados en las historias; muy alejados de lo que llamamos realidad.

El último verano estaba lluvioso y de pasada escuché a alguien gritar que no vino a caminar sobre flores, que vino a la guerra� La peculiaridad que le asistía era la voz rasgada, afilada y, por supuesto, imposible de imitar. Hablaba y el susurro gutural por el que discurrían sus palabras adquiría, él también, la espesura evocadora de esa cicatriz que trae en el alma, que le deforma la mente y que deja claramente visible, al alentar, cómodamente, a la convulsión. Mientras, silencioso, se movía como un animal herido. Y furioso. Siempre fuera de sí.

No me importó lo que dijo, ni lo conozco, ni me hace falta conocerlo. Al final, todos tienen boca para hablar, aunque a muchos les falta cerebro para saber lo que dicen. ¡El episodio se hubiera quedado ahí, en la cara enajenada de su protagonista! probablemente ahora, estaríamos celebrando con entusiasmo el último partido de fútbol o preparando los platillos de los días de Pascua. Pero alguien, también lo escuchó y le tomó en serio. Todos perdimos. Ya que el elocuente protagonista lleva su pasado tatuado en la piel, en la voz. Y hasta en los ojos.

En efecto, no percibí, ni bajo la menor sospecha, que allí se desnudaba, en el más amplio sentido de la palabra, anunciando ya el tamaño exacto de su más íntimo despeñadero.

Solamente reflexioné sobre la guerra y el dolor que causa: "La guerra siempre es la representación de una salvajada sin precedentes, donde los más poderosos, literalmente, mutilan cuerpos, destrozan vidas, ensombrecen almas, hurtando vidas inocentes, sin mayores explicaciones".

Lejos de mí imaginar lo que vendría y lo que vendrá todavía y, mis ojos, que la tierra ha de comer un día, tendrán que ver mientras la Luz no se apague.

Los que tengan buena memoria y sobrevivan, recordarán: la tarde iluminada por la algarabía y la alegría que caracterizan los días de fiesta, con danzarines y bandas en honor a Nuestra Señora Virgen María de la Candelaria del Socavón.

Sí. Los que tengan buena memoria recordarán el ruido, la explosión, el dolor, el miedo, la niebla, los gritos, la sangre, los destrozos, la confusión, la desesperación�

Los que sobrevivan contarán de los miembros mutilados, de los niños muertos, de las vidas destrozadas�

Los que sobrevivan contarán de tanto dolor, tal vez, como algo mucho más difuso, brutal y esencial.

Todos estuvimos expuestos al terror, si de causalidad pasásemos por aquel lugar, en aquel momento; se quedó claro que nuestra seguridad, como ciudadanos, está al borde mismo del abismo.

Lograron dar cuerpo y alma al dolor. ¿Para qué?

Mataron y mutilaron, también a niños. ¿Por qué?

La prensa ya se olvidó; tiene otras novedades, menos aberrantes, para mantener siempre fuera de foco el escenario de todos los abismos de este mundo; ni siquiera reconstruye la experiencia de una de las víctimas. ¿Por qué el silencio de la prensa? ¿Si normalmente es morbosa e irresponsable, por utilizar la tragedia como espectáculo de feria?

Demasiados muertos para empeorar las cosas que estaban mal en una sociedad por siempre fracturada. Y allí nadie alcanzó la gloria.

Un atentado siempre sorprende, aterroriza y angustia, todo a la vez, como un viaje en tiempo real hecho en un segundo.

El caso de los atentados de la Backovic, es cruel en todos sus aspectos. Los que sobrevivieron apenas alcanzan a recordar un fragmento de su pánico más íntimo. Incomprensible, y, por ello, profundamente angustioso. Cómo explicar lo inexplicable, cómo reconstruir algo tan monstruoso cuya réplica no sea ella misma tan ofensiva como evidentemente impúdica.

Las autoridades, en tono magnético y furioso, entre los suyos, en la desigual y extraña retórica de los poderosos, están empeñadas en empezar de nuevo. Como si eso fuera posible. Y desde este presupuesto, las autoridades se esfuerzan en construir metáforas alucinadas. Demasiadas tal vez.

Tanto así, que de repente, estamos delante de la historia no contada ya que no aparecen los responsables. Que quizá, no tengan más mérito que la destreza de herir y matar. Un mérito exiguo, por cierto.

Las autoridades se esfuerzan en un ritual absurdo de describir la personalidad del autor desconocido� ¡Pero, cuidado! no tanto por dramático, como por ridículo. De otro modo, construyen comedia por su estupidez ante la brutalidad trágica.

Probablemente, nuestra relación con la verdad será tan difícil que nunca podamos palparla realmente. Otra vez, nos estamos viendo inmersos en versiones de la realidad que están falseadas y que logran imponerse descaradamente.

Pienso que alucino ante el cuadro surrealista en mi ciudad amada, y que a mí me falta un ápice de entendimiento, porque las mayorías callan como si tuviesen entendido todo, pienso que la verdad, son las muchas heridas que ha dejado esta edición del festival de la demencia, que aún están pendientes de cerrarse. O no se cerrarán jamás.

No se ve cómo pueden sanarse estas heridas. Me sorprende que esto haya sucedido en una sociedad que siempre admiré por su tranquilidad, por su sentido común, por la manera de resolver los desacuerdos. Ahora está rota la máquina de la convivencia: miedo, desconfianza, crispación constante con el otro y una sociedad enfrentada, siempre a la defensiva.

Se sintetiza la verdad de aquella guerra que empezó de la nada y dejó a su fin escombros, muertos, heridos, huérfanos ruinas. En fin, fueron medio centenar de víctimas inocentes. Un récord sideral para una tarde de fiesta.

Nosotros, los ingenuos, que pensábamos que estábamos caminando sobre flores (aún que sabemos que tienen espinas) y que nos encontrábamos muy, pero muy lejos de la guerra; ahora tenemos que enfrentarnos a un relato distorsionado de la realidad, y eso nos ha lanzado, a todos como sociedad, a una preocupación profunda sobre el poder de los relatos y su relación con la verdad. Y nos sentimos confundidos entre la posverdad y el relato oficial. Porque en el fondo sabemos que: "lo que pasó, pasó".

Nuestra preocupación esencial como ciudadanos es nuestra relación con los cuentos que contamos. Estamos hablando de eso que ahora se llama empatía y que siempre ha sido intentar ponerse en la piel del otro...Pudimos haber perdido a nuestros seres más queridos, pudo pasar con nosotros�

Las autoridades consiguen que una carnicería así se pueda también leer, a veces, como lo que es: un malentendido de gente que no entendió nada y escogió el camino fácil de desagraviarse a bombas entre ellos, por un puñado de tierra, por venganza, por lo que sea.

En un momento dado, la ciudadanía se detiene con la piel erizada como señal y testigo de que todo lo que ocurre es tan real que parece ficción, tan inaudito y extremo que sólo puede ser cierto. Más adelante, en pleno caos, (alguien, posiblemente pagada, porque el dinero prostituye), hace una broma en nombre del arte, de extremo mal gusto y, de golpe, cobramos consciencia del verdadero sentido del temblor de la explosión. Y así, se desangra a un país entero.

Todo suena disparatado y, en efecto, lo es.

Cómo mirar y acertar a ver algo. Todas las preguntas están atoradas en la garganta. No hay respuestas. Sólo el dolor permanece. Aceptar a los muertos y mutilados se antoja improcedente. No creo en la completa ineficacia de la policía. Creo que existe un malestar silencioso de complicidad cobarde, por eso, nadie caza al poderoso.

Para tus amigos: