Siempre me gustaron los juegos de ingenio, aquellos en los que te ponen palitos de fósforo para hacer figuras diferentes moviendo o quitando uno de ellos o cómo hacer entrar una moneda en un vaso sin tocarla y cosas por el estilo, retos que te obligan a usar el cerebro.
Las más de las veces se trata tan solo de tener un toque de imaginación y hacer visualizaciones focales para dar con la solución, pero en la mayorÃa de los casos de lo que se trata no es de analizar el procedimiento, sino simplemente enfocarse en el reto, si se llega a entender lo que te están pidiendo, con seguridad es mucho más fácil resolver el acertijo.
Los retos con naipes son mis favoritos, porque se trata simplemente de matemáticas y si hay el tiempo suficiente, sumando y restando no es complicado dar con las respuestas, pero las cosas se complican cuando parece no haber solución ni lógica ni fÃsica alguna, ahà es cuando empieza a trabajar la mente buscando miles de soluciones para no perder el desafÃo.
Lo que generalmente sucede en esta clase de circunstancias es que nuestro cerebro acude a la lógica, a lo que está más cerca de una experiencia similar y se enfoca en el resultado, no en el proceso para alcanzarlo, y por lo general, la solución está muy lejos de estas medidas pues suele ser la menos pensada y que con certeza la que jamás se nos hubiera ocurrido de entrada.
Eso fue justamente lo que me sucedió en una oportunidad en la que estaba compartiendo una parrillada con unos amigos. Mientras tronaban los carbones y la carne se asaba deliciosa, varios de los comensales cooperábamos con diferentes tareas, entre ellas preparar las guarniciones, cortar el pan o salar la ensalada cuando de pronto una lata de granos de choclo puso a todos en conflicto pues el abre latas no aparecÃa por ningún lado.
La solución era tan simple como abrirla con un cuchillo cualquiera y listo, pero mi querido amigo Pablo Recoba pidió no hacerlo de esa manera y nos retó a abrir la lata sin ningún tipo de artilugio o herramienta.
El premio que puso para el que lo lograra, era tan bueno que todos nos pusimos manos y cabeza a la obra, para ver como sacábamos esos granos de la lata sin aparejo alguno.
LlenarÃa esta columna con detalles de todo lo que se intentó y nada sirvió desde luego. Por cierto, esto pasó muchÃsimos años antes de que haya Internet por lo que acudir al Google en aquel entonces no estaba entre las opciones.
Terminado el asado y rendidos todos sin podernos comer los maÃces en salmuera, ansiosos exigimos que abra la lata ante nuestros ojos siguiendo a pie juntillas sus propias reglas.
La cogió, caminó hacia el batán que estaba cerca del parrillero (Para quien no sepa, un batán es una piedra lisa plana donde con la ayuda de otra roca que se llama moroco, se usa para aplastar alimentos por lo general verduras y similares) y con la lata de cabeza empezó a frotarla contra el granito con mucha energÃa por unos dos minutos. Volteó la lata, apretó un poco con ambas manos y PLOP! la tapa brincó como por arte de magia.
Aunque claro, estas lÃneas no califican para los polÃticos, ya que estos, como cortados por la misma tijera, tienen más gambeta que Garrincha y suelen salir de aprietos respondiendo cualquier cosa, lo que sea, todo les sirve para salir del apuro con tal de no decir verdad o disfrazarla de lo que sea.
Seguramente que el momento en que Michelle Bachelet y Heraldo Muñoz decidieron llevarnos a juicio sólo para sacarse de encima la imagen de verdugo y quitarnos a nosotros la etiqueta de vÃctima, no pensaron que se estaban poniendo la soga al cuello, y que si no acatan la orden de la CIJ se van a ver en figurillas cuando nos quieran pedir a nosotros que sà cumplamos con el veredicto.
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