Jueves 29 de marzo de 2018
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Concluidas las intervenciones de los agentes y abogados de Bolivia y Chile en la Corte Internacional de Justicia, se abre un tiempo de espera en el que no contarán las declaraciones ni los anuncios de las partes. Tampoco tendrá efecto el esfuerzo de algunos chilenos de negar la existencia de un problema no resuelto, como si con ello éste desapareciera. Es que, mientras persista y no se resuelva, se recordará esta advertencia: "No nos echemos tierra a los ojos, no incurramos en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia a la larga se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo, es cuestión de identidad, de patria inolvidable, insoslayable, inmodificable" (Oscar Pinochet de la Barra, diplomático chileno - 1920-2014). Ahora, la intemperancia nuevamente está presente. Ácidos duelos verbales y descalificaciones mutuas, desnaturalizan lo aconsejable y civilizado: negociar.
Se piensa que la Corte Internacional de Justicia tiene dos opciones para su sentencia: Que Chile está obligado a negociar de buena fe con Bolivia una salida soberana al mar, aplicando la teoría de que los actos propios crean obligaciones (doctrina Estoppel), o desestimar la demanda boliviana. ¿Pero, se está seguro de que la Corte se limitará a esas dos opciones? Esta Corte, por los menos en dos oportunidades, dictó sentencias pretendidamente salomónicas, aunque en el caso de la mediterraneidad de Bolivia no es fácil imaginar cómo lo haría.