Discursos de odio y libertad de expresión

El odio no es constitutivo de la libertad de expresión, como es la dignidad. Es sin embargo, una forma de manifestarla, y es al mismo tiempo límite de ella, pero no hay quién pueda frenar las expresiones de odio.

Odios por ser chola, k´ara, cunumi, por masista. Evo Morales ha dicho que la derecha no quiere que sea presidente porque lo odian por indígena. El odio a los judíos desencadenó, en parte, la II Guerra Mundial. El odio y el amor, que se dice su contrario, están presentes en la naturaleza humana, son innatos al hombre, a la idiosincrasia de la sociedad. No está prohibido odiar. No hay delito de odio.

Resulta complicado encontrar el balance apropiado entre libertad de expresión y su demarcación de límites con los discursos de odio, mucho más cuando los Estados y gobiernos difunden mensajes de odio para aumentar y validar sus acciones violentas contra supuestos enemigos, y que la sociedad acepta pasivamente como acciones justificadas.

El jurisconsulto suizo, Paul Guggenheim, decía que el odio es una pasión. Su objetivo es el daño premeditado. Lo relacionaba con nociones de "revancha y venganza". En nuestro país, todos los días el odio es parte de los políticos. Prevalidos de un indigenismo que no profesan, los oficialistas han instalado discursos de odio con mayor énfasis. Anclados en el colonialismo español, no obstante 500 años de evolución, expresan odios contra derechistas, imperialistas, periodistas. La ley 045 que establece mecanismos y procedimientos para prevenir y sancionar formas de odio, sirve más bien para acosar, perseguir y racionalizar la violencia contra la libertad de expresión (Autocensura), y contra quienes no comulgan con ideas populistas.

En democracia, decía Walter Guevara Arze, hay adversarios. En el populismo esos adversarios pasan a la categoría de enemigos. Al adversario hay que ganarle de forma legítima, con argumentos y sin enfrentamientos que vayan más allá de lo político. Cuando pasamos de adversario a enemigo entra en juego el odio. Ya no solo hay que ganarle, sino también se intenta desaparecerlo. El enfrentamiento entonces va más allá de lo político, llegando al ataque verbal e incluso, físico.

Confundir el racismo, la discriminación, xenofobia, intolerancia, el anti pluralismo interfieren con la libertad de expresión. Recordemos lo del articulista Iván Castro Aruzamen. Un periódico cochabambino, de doblez inaceptable, suspendió la publicación de sus artículos ante la presión gubernamental. Fue censura directa. Había criticado ásperamente al Presidente y Vicepresidente, y el periódico lo abandonó, es más, en página entera pidió humillantemente disculpas a Morales y García Linera, siendo así que la libertad de expresión protege aquellas expresiones cargadas de ofensas y epítetos contra la clase política en necesidad de fortalecer la democracia. No fueron frases de odio, sino de paragón que el tiempo se ocupó de refrendarlas.

Las expresiones de odio son repudiables en cuanto afecta la dignidad de las personas, que es cuestión diferente a la guerra sucia que entablan los políticos con frases como "wañuchun yanquis, causachun coca" (Mueran los yanquis, viva la coca), mueran los k´aras, expresiones de odio rencoroso que incitan a la violencia, a la agresión física.

(*) Periodista