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Domingo 25 de marzo de 2018

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Cultural El Duende

Leonardo García Pabón

25 mar 2018

Leonardo García Pabón. La Paz, 1953. Poeta, escritor y crítico literario. Es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Oregon, EEUU. Ha publicado los poemarios Paso cerrado (1979); Discurso de tu imagen y tu presencia (1982); Río subterráneo (1984); Agua, palabras, arena (1988) y Sol de invierno (2000). Como crítico: La Patria íntima (1998).

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Mujer pariendo a mujer

Llegado a este abismo

donde el viento de la locura

toca mis cabellos

adivino tu origen

de mujer pariendo a mujer,

y tu sonrisa en el viento

destinada a quebrar

el invierno de mi voz,

a mostrarme que la abertura en mi frente

era para mirarte a ti,

para proclamar la continuidad entre tú y yo

como la del mar y la oscuridad.

Llegado a este confín,

entiendo que en mi límite de hombre estás tú,

en mi límite de piel,

de pensamiento,

en el punto de fusión entre mi alma y mi cerebro.

y mi ser es saber que haber llegado a ti

fue recorrer esta frontera,

para por fin hallar,

sin mentiras ni verdad

sin alfabetos ni guion;

pero es también saber qué solo

y descalabrado estoy,

que anidado quedo en mis actos

y que silencioso me abandono

al borde de mí mismo,

sin ti y sin mí

con este pensar, con el penar

de no ser tú y de no ser yo.

(Sol de invierno)

Río subterráneo

Aquí te asfixias,

en los micros, en las aceras,

en la sopa de lagua, en el ruido de

los muertos que sufren,

te asfixias.

Como un pobre recién llegado,

estás con la boca abierta, para

comer, para beber, para besar,

para buscar más aire;

la ciudad, sutil, te deja

apenas sobrevivir,

para que veas cómo tu alma se va.

Ni en Calacoto

ni en Villa Victoria estás mejor,

el polvo del altiplano

te está quemando el aliento.

Minero renegado:

estás cavando

la muerte en tus pulmones

pensando que la ciudad es tu vida.

Porque sólo la ves

en las noches sin luna,

y no la ves de verdad.

En verdad, en verdad,

ella te sueña

como su dimensión perdida,

el punto donde las calles se juntan

para perderse en el vacío,

el centro centro de la ciudad.

Ni siquiera cuando ves

al Illimani la ves,

porque el Illimani -que

no es una montaña

y tampoco una palabra,

que es el orden que,

en tu alma, geométrico y laberíntico,

no refleja a Dios y a ti no te

da sentido-

te abre para que la ciudad

se te meta bien adentro.

El infarto o la bala en el pecho

son la misma cosa.

El río, el perro,

el ají amarillo

y el sombrero borsalino

son iguales. La piedra, el

monoblock, los ojitos pintados

y el gentío en la Pérez Velasco

son también lo mismo.

Tú y yo somos lo mismo:

garabatos, borrones, corazones

dibujados y desfigurados

en alguna puerta,

en algún bar:

señales:

aquí alguna vez

se habló de amor.

(Río subterráneo)

Y me pregunto en esta distancia

si estos signos podrán convocarte

a los torreones donde viví

esperando el fulgor de lo amado.

Me pregunto si aquí,

en este rostro desfigurado,

verás el rostro

que quise inventar:

ni el tuyo ni el mío

el de todos los que esperaron

la canción imperecedera

el estoque de luz

penetrando por los ojos.

Y me pregunto

si será posible

que todas esas muertes

y esta sangre

puedan reconstruir este castillo

de pasadizos y anaqueles

con voces cambiantes

hambrientas de saber,

de amor, de vida

como tú

ahora, allí

esparciéndote por el mundo.

Y no quiero preguntar

cuál rostro vuelve

aquí

en el fin de las tierras

cara al sinfín

del negro mar interior:

extrañaría demasiado su sonrisa

tu grito en el aire frío

mi soledad tan tuya.

Y no nos está permitido

(ay, pobre carne,

pobre sangre)

desfigurar o borrar nuestro rostro;

sólo reinventar

lo que pudimos parecer,

construir en el silencio

un cuerpo muerto

que te pueda cuidar

aun sin poderte conocer.

(Río subterráneo)

Para tus amigos: