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Domingo 25 de marzo de 2018

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Cultural El Duende

Una nueva visión del Rabí de Nazaret

25 mar 2018

Hugo Celso Felipe Mansilla. Doctor en Filosofía. Académico de la Lengua

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Una nueva visión en torno a una antigua narrativa: esto es lo que nos ofrece el libro de Ramiro y Gonzalo Prudencio. En el curso de casi dos mil años la vida de Jesucristo ha dado lugar a muchísimas historias literarias, de modo que cualquier escrito nuevo sobre esta temática corre el riesgo de la reiteración. Los autores sortean exitosamente este peligro por medio de una perspectiva novedosa y original para contar otra vez esa biografía extraordinaria de un profeta judío, un iluminado dentro de una tradición rica en reformadores sociales y morales, como fue Jesús, que se convirtió en el Cristo, el salvador del mundo. La perspectiva que sigue el libro es percibir y relatar el desarrollo del cristianismo primigenio desde la mirada del narrador principal, Daniel, que es un judío que vive en Alejandría, que está influido por la filosofía griega, que aprecia enormemente la fe los cristianos, pero que no se convierte a la nueva religión. Por ello debemos echar un breve vistazo a ese ámbito cultural que fue un primer y muy exitoso modelo de mestizaje cultural. A partir de las conquistas de Alejandro Magno, una buena parte del mundo oriental, especialmente Asia Menor y Egipto, fue helenizada, es decir: adoptó normas griegas en la instrucción de los niños, en la constitución de gobiernos municipales autónomos y en la libertad de comercio. El resultado fue un incipiente cosmopolitismo y la adopción de la filosofía racionalista como forma predilecta de la educación superior.

La vida cultural en la ciudad de Alejandría en los tiempos postreros del Imperio faraónico y en los primeros siglos del Imperio Romano es un tema particularmente interesante, entre otras razones porque nuestra cultura occidental ha sido influida de manera decisiva por instituciones que fueron fundadas allí, como el museo y la biblioteca, con sus rutinas de clasificación, sistematicidad y apertura pública que perduran hasta hoy. Pero hay que enfatizar, sobre todo, otro factor civilizatorio de primer rango que se originó en el seno de aquella ciudad cosmopolita: la vinculación entre fe y razón y, por consiguiente, la combinación entre la filosofía racionalista de los griegos y uno de los grandes credos orientales, en este caso el cristianismo. Este modelo sincretista fue único en su época y precursor de la modernidad posterior. La cultura occidental se ha distinguido de todas las otras a nivel mundial por el vigoroso nexo entre concepciones y métodos racionalistas, por un lado, y los contenidos de la doctrina religiosa, por otro, lo que se manifiesta claramente en la teología racionalista de San Anselmo y Santo Tomás de Aquino. Este ambiente es el que conforma la mentalidad de Daniel y la originalidad de sus puntos de vista. En la novela Daniel es presentado como discípulo de Filón de Alejandría, el gran filósofo judío que inició la vinculación entre los credos orientales con el pensamiento griego racionalista, tendencia proseguida por el historiador judío Flavio Josefo, quien continúa este mismo proceso con referencia al mundo romano.

En la novela Filón es visto como el primer pensador hebreo que realiza una especie de doble síntesis. En los libros sagrados de los judíos descubre los principios esenciales del platonismo y del estoicismo. En cuanto a los aspectos metafísicos últimos, la filosofía griega es considerada como tributaria de los libros sagrados de la religión de Abraham. Estos esfuerzos exegéticos que ven lo propio en lo ajeno y viceversa son relativamente usuales en la historia de las civilizaciones y ocurren indefectiblemente cuando dos culturas entran en un contacto prolongado y fructífero. En contextos similares nosotros, los seres humanos, tratamos de comprender al extranjero, al extraño, y nos percatamos de que el otro tiene ambiciones y designios muy similares a los nuestros, lo que vale también para el ámbito de los dolores y las penas. Esto sirvió para relativizar la doctrina judía de ser el pueblo elegido de Dios y para instaurar la concepción de que todas las culturas y etnias están a igual distancia de las divinidades. Este fue uno de los mayores méritos del cristianismo. Como afirman los autores de la novela, las colonias judías fuera de su territorio primigenio fueron el "caldo de cultivo para una religión mundial". En esta obra Filón de Alejandría emerge como el pionero en propagar y defender "el sincretismo en religión", que siempre ha sido el primer sincretismo cultural y el más arduo de obtener. Dicen los autores a la letra: "Filón remarcaba que los dioses de los diferentes países no podían ser muy diferentes, siempre que ellos se preocuparan por el bien de los hombres". Y más adelante los Prudencio aseveran categóricamente: "Los cristianos concretan el sueño de Filón de Alejandría". Se debe a Pablo de Tarso el haber derribado las últimas barreras para que una concepción universalista y humanista de la religión se imponga paulatinamente en el Imperio Romano. La consecuencia final fue el cristianismo como una amalgama de los más diferentes pueblos, creencias y culturas. Esta religión contribuyó a liberarnos de los tribalismos civilizatorios.

La segunda parte de la novela, que refiere la vida de San Pablo y las actividades de los evangelistas, me ha parecido la más interesante del libro. Esta porción de la obra narra muy plásticamente cómo el simple credo de los nazarenos se convierte en una compleja religión universal, que es el timbre de honor del cristianismo. Es verdad, por otro lado, que algunas ideas centrales del cristianismo, como la igualdad fundamental de los seres humanos y la concepción de la ciudadanía universal, fueron anticipadas por los estoicos. En los primeros tiempos (siglos I y II) los cristianos constituían una secta religiosa entre muchas otras, sobre todo en la mitad oriental del Imperio. La rápida difusión del cristianismo se debió, entre otros factores, a que fue aceptado como la fe que prestaba consuelo y apoyo a los pobres, a los esclavos y, en general, a los sectores marginales de la sociedad de su época. Pero no era una ideología de la protesta social o étnica: en lugar de convocar a una rebelión proletario-plebeya más o menos abierta (los marxistas dirían: una "lucha de clases"), la nueva religión buscó desde el inicio un acomodo con el sistema prevaleciente. Era, sin embargo, una constelación doctrinariamente ambigua. Esto está muy bien narrado en la novela de los Prudencio. Por un lado Jesucristo y sus primeros discípulos propugnaron una clara devaluación del ámbito político-social y un enaltecimiento concomitante de la esfera moral y religiosa. Al asumir que el genuino reino de los cristianos no podía ser parte del mundo material y tangible, el cual, además, terminaría muy pronto (visión apocalíptica), se otorgó una manifiesta prioridad al axioma que hacía de los predicadores cristianos pastores de almas y no de cuerpos.

Por otra parte Jesucristo predicó: "Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios", lo que significó que los primeros cristianos podían y debían convivir con el Estado y la sociedad romanas, pagar los tributos habituales y someterse a las normas y a los tribunales del orden preconstituido. Esta ambivalencia era aceptable porque la esfera mundana no era para ellos la más importante. La condición para admitirla era la abstención de toda actividad política. El quietismo político de los primeros cristianos era un precepto divino. San Pablo aseveró textualmente en su Epístola a los Romanos (13: 1-2):

"Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos". Y luego en su Primera epístola a Timoteo (6: 1): "Todos los que están bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina".

La segunda parte de la novela anticipa ese desarrollo específico de la nueva religión, que se distingue así de los otros credos orientales. Ya en el siglo II el cristianismo -en el plano teológico- se diferenció considerablemente de las religiones orientales y -en el campo social- de los hábitos y las pautas de comportamiento que predominaban en Palestina, es decir en la región donde se originó el cristianismo. Los cristianos se expusieron a la cultura grecolatina e iniciaron un fructífero diálogo con ella. La novela expone muy bien cómo Palestina y el núcleo original de la religión judía permanecen en una actitud básicamente conservadora y etnocéntrica, ignorando precisamente las innovaciones tan valiosas del nuevo credo, que fueron conceptualizadas por San Pablo. Para comprender este punto hay que mencionar lo siguiente. Los Evangelios y los otros componentes del Nuevo Testamento -como las epístolas de Pedro de Tarso y los Hechos de los Apóstoles- se escribieron premeditadamente en griego clásico ateniense, lo que señala de manera clara el propósito de un amplio proselitismo. Al escribir sus textos sagrados y los pedagógicos en griego, los apóstoles y los evangelistas persiguieron la intención de dirigirse a un público anónimo, pero de cierto nivel intelectual-cultural. Para la difusión masiva de la nueva fe no se podía partir de cero, sino que había que considerar el nivel educativo habitual ya alcanzado. En un lenguaje moderno podemos afirmar que desde el principio los cristianos se preocuparon por elaborar un instrumento de difusión y proselitismo que tuviese un carácter racional y comprensible allende las limitaciones lingüísticas de las primeras comunidades, es decir: un mensaje universalizable. Este es el cimiento para el nexo específico entre fe y razón que generaron los cristianos. Ningún escrito sagrado de los cristianos fue compuesto en las lenguas de Jesucristo: hebreo y arameo. Se puede decir que los divulgadores y apologistas del nuevo credo y posteriormente los grandes pensadores del mismo acariciaban un propósito cosmopolita y no uno etnocéntrico.

Desde la perspectiva del narrador Daniel (y de su entorno) se puede decir lo siguiente. El cristianismo es la primera religión que busca expresamente una conexión más o menos estrecha con el saber intelectual en su época. Pese a las dificultades y a las persecuciones sangrientas de los primeros siglos, los apóstoles y los evangelistas se dirigieron a toda la gente de buena voluntad, independientemente de criterios definitorios como idioma, género, edad, etnia o posición económica y social. Para llegar a ser un buen cristiano bastaban la fe y el anhelo sincero de pertenecer a la nueva comunidad espiritual, y no importaban la estirpe o el credo anterior o la fidelidad a una cultura de origen, como lo predicaron expresamente San Juan en su Evangelio (1: 12-13) y San Pablo en su Epístola a los Romanos (2: 28-29; 3: 29; 15: 9-11).

La actualidad y la importancia de esta problemática pueden ser explicadas de la siguiente manera. En el carácter de los libros sagrados cristianos ya se puede notar una diferencia fundamental con respecto a varias religiones extra-europeas, especialmente con referencia al Islam. El sagrado Corán contiene la voz misma de Dios, transmitida a Su Profeta Mahoma. Para los musulmanes, cuando Dios se piensa a sí mismo o toma una determinación, lo hace en árabe clásico coránico. El contenido del Corán debe ser aplicado en la praxis, pero no puede ser interpretado en el sentido de una exégesis crítica y menos aún cuestionado, aunque se trate sólo de un análisis de estilo. Los Evangelios, en cambio, son el relato de la vida y las enseñanzas de Jesucristo, escritos en el idioma culto de la mitad oriental del Imperio Romano, sin la pretensión de ser exactamente la voz de Dios. Esta distancia con respecto a la sacralidad de los textos ha permitido posteriormente, entre otros factores, el surgimiento de la teología filosófica occidental. La índole sagrada, es decir: intocable de algunos textos religiosos constituye una especie de blindaje contra toda reflexión crítica que se refiera a estos mismos textos. Este ha sido hasta hoy el caso del Corán. Algo similar se puede constatar en relación con la Biblia judía, los textos sagrados hindúes y los escritos fundamentales de la civilización china: estas grandes culturas difícilmente aceptarían que sus libros centrales -que al mismo tiempo constituyen el cimiento de la identidad nacional respectiva- estuvieran compuestos en el idioma de una comunidad extranjera. Las bases de la propia civilización, que en un comienzo casi siempre son elementos religiosos, permanecen entonces exentas de todo estudio crítico.

Hay que añadir un dato más para comprender la relevancia cultural-histórica de Alejandría, por una parte, y del sincretismo cristiano, por otra. En el siglo II d. C. las autoridades de la Iglesia cristiana primitiva se percataron de que construcciones muy complejas, como el dogma de la Santísima Trinidad, necesitaban una vigorosa exégesis filosófica. San Clemente de Alejandría (ca. 150-215/216) fue el primer maestro de esta corriente. En sus escritos, de considerable calidad literaria, se dirigió a los griegos no cristianos postulando el carácter complementario tanto del judaísmo como de los filósofos griegos con respecto a las enseñanzas de Jesucristo: ambas tradiciones culturales preparan el camino para la comprensión del verdadero Mesías. El pensador greco-egipcio Orígenes (185-254), discípulo de Clemente, emprendió la primera síntesis explícita de platonismo, estoicismo y gnosticismo, por un lado, y cristianismo, por otro. Para Orígenes los Evangelios constituyen el contenido supremo e indubitable de la fe, pero la razón es el método, el instrumento para su percepción correcta y su comprensión racional, porque Dios creó el mundo racionalmente.

En la novela los autores adelantan una hipótesis muy interesante. Como se sabe, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son denominados sinópticos porque poseen una composición análoga y parecen provenir de un texto previo común, que algunos atribuyen a San Marcos, el apóstol que fue a predicar a Egipto y que posiblemente tuvo algún contacto con la escuela de Filón de Alejandría. (El evangelio de San Juan, bastante posterior y de marcado carácter místico-filosófico, tiene un origen diferente.) En la novela San Marcos recibe de manos de Daniel el escrito que este último había compuesto sobre la vida y la obra del Rabí de Nazaret, que así viene a resultar el proto-evangelio perdido. Por el cuidado desplegado por los autores en cuanto a fechas y circunstancias, se puede afirmar que los evangelistas aparecen recibiendo una versión escrita sobre la existencia y las enseñanzas de Jesucristo que es anterior a lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento. La primera parte de la obra de los Prudencio puede entonces ser considerada como ese texto previo que luego fue la base de los evangelios convencionales. Este audaz designio es la idea central que iluminó este libro.

Al leer hoy una historia de Jesucristo nos hacemos inevitablemente la pregunta: ¿Qué quedará en tiempos futuros del mensaje evangélico? Probablemente lo que permanecerá no serán los rituales y las instituciones de las iglesias cristianas, sino una doctrina ética, como la postularon los representantes más ilustres de la filosofía occidental: un credo basado en el Sermón de la Montaña, en la tolerancia y la comprensión de los otros y en la caridad practicada sin segunda intención. Aunque es muy fácil equivocarse, no creo que los dogmas religiosos que construyeron la Iglesia oficial, la Inquisición y los poderes terrenales vayan a perdurar en el futuro. Si no me equivoco del todo, los autores también consideran que el gran legado de Jesucristo debe ser visto en la sublime calidad moral de su mensaje central. El cristianismo primigenio ha sido la primera gran religión que se basó en el amor irrestricto al prójimo, sin reservas y sin cálculos. Y en la necesidad de moldear uno mismo su carácter para poder alcanzar esos valores morales. Como dicen los propios autores: "[�] para ser agradables a Dios, los cristianos no tenían necesidad de ofrecer sacrificios y celebrar ceremonias minuciosas como los gentiles y los judíos. Pero, eso sí, debían trabajar para lograr la perfección de sus vidas". Los autores no creen en una segunda venida del Mesías -como lo sostuvieron y aún lo suponen los cristianos tradicionales-, por la sencilla razón de que Jesucristo nunca abandonó este mundo. "Aquí se ha quedado, en el corazón de los hombres y mujeres que lo aman y lo veneran; y aquí permanecerá, por los siglos de los siglos". Así termina el libro de Ramiro y Gonzalo Prudencio, quienes han demostrado su dominio del tema. Nosotros esperamos que sigan perseverando en el campo de la novela histórica, tal vez con temas latinoamericanos o bolivianos, que están más cerca de las actuales generaciones juveniles.

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