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Domingo 25 de marzo de 2018

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Cultural El Duende

Monstruos geniales

25 mar 2018

Valoración a la obra del pintor irlandés Francis Bacon (1909-1992) a propósito de una retrospectiva pictórica desarrollada en Washington, y que consagró sus figuras descarnadas. Este acontecimiento sucedió tres años antes de su deceso

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Francis Bacon, un irlandés de 80 años que gusta del juego, bebida, bandidos, hombres y monstruos, salvó la temporada de exposiciones americanas de la majadería post-histórica. Se trata de un pintor literalmente inolvidable, pues quien ya vio uno de sus cuadros, gustando o no, se recuerda de él. O mejor, se recuerda vagamente de la sensación irracional que él transmitía. En eso está su grandeza. Cuando Bacon pintaba figuras horribles en los años 40, la crítica atribuía su inspiración a los horrores de la guerra. Vino la prosperidad de los años 50, y hallaban que él insistía en los monstruos por obstinación figurativa en una época de abstraccionismos. En los años 60 llegaron a verlo como un precursor de Andy Warhol. En los años 70, el director italiano Bernardo Bertolucci usó dos cuadros suyos en la apertura de su film "El último tango en París". Ahora que la figura volvió, bonita y robusta, Bacon continúa en a contramano, pintando los mismos esqueletos grotescos con que asombró a Londres en 1944.

Hace 35 años, después de haber sido taquígrafo, vendedor, cocinero, copero y decorador, él no conseguía vender un cuadro por 200 dólares. Ahora es uno de los pocos pintores vivos que rompieron la barrera del millón de dólares. Esta semana. El Hirshhorn Museum, de Washington, abrió una retrospectiva con 59 cuadros de Bacon, un año después de que él expuso en Moscú y meses antes de su llegada al Museo de Arte Moderno de Nueva York. Bajo todos los aspectos, él se aproxima a la consagración. Michael Kimmelman, crítico de arte del periódico inglés The Times, arriesga la posibilidad de ser él "el mayor pintor figurativo vivo". Como los abstractos están en baja, se puede suponer que dentro de poco tiempo surgirá la gran pregunta: ¿Será que Francis Bacon es el mayor pintor vivo? Habrá un debate que no terminará por el hecho de haber llegado a una conclusión, sino porque el centro octogenario de la polémica irá para la galería de los pintores muertos.

RULETAS

Enemigo de la narrativa, de los abstractos, de la ostentación y de las alabanzas, Bacon es un fascinante marginal. No se piensa en marginalidad en el sentido de las contracorrientes artísticas. �l es aún marginal. Mientras Picasso maquilló lo que pudo de su biografía de pintor pobre, él (que se maquilla en la vida real) rebela con naturalidad que a los 17 años vivió buenos días en Berlín gracias a los señores que lo ayudaban.

¿Sus relaciones con los padres? "Nunca me llevé bien, si siquiera con mi madre, ni siquiera con mi padre. Yo no gustaba de él, pero me atraía sexualmente." ¿Su moral? "Ahora que tengo dinero, sería un tipo de estupidez salir por ahí robando, pero, cuando yo no tenía, hallo que frecuentemente cogí lo que estaba precisando".

Bacon viven en bares modestos, se viste siempre con botas, jeans y chamarras de cuero negro. Pasó buena parte de su vida en ruedas de juego y tiene en la memoria el sueño de todo jugador. Cuenta que en los años 50, cuando apostaba en Monte Carlo, desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la madrugada, hubo un día en que comenzó a oír voces. Arriesgaba en tres ruletas diferentes y distinguía las voces de los crupies anunciando los resultados antes que ellos hubiesen cerrado las apuestas. Ganó una fortuna, alquiló un palacete, almacenó comida, bebida y diez días después estaba de vuelta a Inglaterra, con el dinero contado para el pasaje. "Fueron diez días maravillosos. Yo tenía un número enorme de amigos", recuerda. Millonario, vive hace 28 años arriba de un garaje, donde la puerta de entrada da para la cocina (donde está el baño), y de ella se llega a dos cuartos. Uno, caótico e inmundo (adora el polvo), queda como estudio. En el otro, la cama. Quisieron transferirlo para un atelie elegante, pero él prácticamente huyó de vuelta para su escondrijo.

PRELUDIO

En el film Batman, cuando Coringa comanda la destrucción del museo de arte de Gotham City, ordena que Bacon sea el último artista buscado. Nada más propio. El millonario Bruce Wayne, cuando hace de cuenta que no es Batman, no colecciona a Francis Bacon. Ni sus propios amigos consiguen coleccionarlo. Uno de ellos, el poeta Stephen Spender, explica: "Yo quería uno de sus cuadros, pero allá en casa nadie quiso". Sus biógrafos repiten que él es pariente colateral del filósofo inglés del mismo nombre, pero él jamás toca ese asunto. Cuando habla de su familia, en los hechos crudos es nieto de un jefe de policía, hijo de criador de caballos de carrera y hermano de un policía. Leyó poquísimo en la infancia y mal supo de la existencia de la pintura. "Yo no tuve educación", explica. La marginalidad de Bacon es una obra de arte del comportamiento en la medida en que ella nada tiene que ver con la excentricidad. En la pintura, en las actitudes y en las opiniones, ella surge como consecuencia, nunca como causa.

Como artista, él se dedica a un permanente proceso de explicación desmitificador de sus mecanismos creativos. No hace esbozos. Nunca sabe lo que va a pintar. Uno de sus mejores cuadros -Pintura 1946- era un pájaro volando en un campo y se volvió un monstruo debajo de un buey muy flaco. Echó en la basura casi todo lo que pinto de 1943 a 1952. Cuando su amigo David Sylvester, renombrado crítico inglés, le preguntó si sus cuadros pretendían retratar la naturaleza humana, respondió: "La única cosa que hago es sacar las imágenes de mi sistema nervioso tan bien como pueda. No sé qué mitad de ellas quiera decir. No estoy diciendo nada ni sé si alguien consigue decir alguna cosa a otra persona. No tengo idea de lo que los otros artistas puedan querer decir, salvo los banales".

Su desprecio por la pintura narrativa es tan grande que, para evitarla, pinta trípticos. Divide el cuadro en tres pedazos para que sea visto separadamente. Cuando halló que eso era poco, alrededor de los años 60, puso vidrios sobre los cuadros. "Yo gusto de la distancia que el vidrio provoca", explicó. Para aumentar las distancias, gustaría de pintar cuadros sin títulos, pero, como el mercado los exige, llama a buena parte de sus cuadros de "estudio", como si ellos fuesen preludio de una nueva obra que, en realidad, nunca aparece. De las 59 obras de Hirshhorn, 21 son "estudios".

MONSTRUOS

Bacon sustenta que "nunca intenté ser horrorizante". La deformación, según él, es un producto del sistema nervioso, tanto para quien pinta como para quien ve. "Yo procuro dar sensaciones sin la majadería de la transmisión", explica. Además de eso, repite hace más de veinte años que su negocio no son monstruos, sino irracionalidades. Pinta irracionalismos para huir de lo que llama ilustración. Se volvió un gran artista exactamente por haberlo conseguido. Sus cuadros, al primer lance de vista, son simples, ágiles. La figura es inmediatamente percibida con todas sus emociones. Cuando se mira de nuevo, en busca del detalle, son un abismo enigmático, pero por un segundo fueron claros, mostrando una forma fácil de ser percibida, imposible de ser entendida.

Se toma como ejemplo Pintura 1946. Al primer mirar es posible sospechar que sea posible identificar al propietario de la boca debajo del paraguas. En general se piensa que es uno de esos gobernantes ordinarios que asolan la vida de sus pueblos. Se mira de nuevo y nada. Los monstruos de Bacon están en la cabeza de quien los mira, y siempre de cerca. A pesar de esa explicación, es innegable que falta a toda su obra un mísero instante de ternura. Prueba de eso es que se puede atribuir a su "monstrología" el origen del bicho del film Alien, el octavo pasajero -aquel que sale del pecho del astronauta-, pero sería locura ver en el suave E.T. un recuerdo de Bacon.

BARES

�l pinta encerrado en su estudio. Nunca se dejó fotografiar trabajando y raramente admite a amigos cuando está hablando en serio. El resultado de eso es una base en increíbles fuentes de referencia. Sus inspiradores predilectos son un libro de fotografías de movimientos humanos hecho a principios de siglo, un viejo compendio médico intitulado Posiciones para Radiografías y, secundariamente, un trabado de dolencias de la boca. Hace algunos años, cuando David Sylvester posó para un retrato, se sorprendió al verlo consultando una foto en la cual, conforme confesaría, buscaba ideas para pintar la textura de su piel. Era un rinoceronte.

Reconocido tardíamente como gran pintor, Bacon llevó once años para tener su primera exposición individual y catorce para llegar al exterior. Fue felicitado por primera vez internacionalmente en 1959, en la V Bienal de Sao Paulo. Aún hoy, tiene más éxito en la Europa latina que en Inglaterra o en los Estados Unidos, pero eso parece estar lejos de incomodarlo, pues nutre un cruel fatalismo en relación a la vida y a las artes. En cuanto a las artes dice: "Ningún artista sabe durante su vida si lo que él está haciendo será bueno, porque en mi opinión, las cosas llevan de 75 a 100 años para salir de dentro de las teorías que se crearon al respecto de ellas".

En cuanto a la vida, va más al fondo: "Hallo que la vida no tiene sentido, pero nosotros le damos un propósito durante la existencia. Nosotros creamos actitudes que le dan sentido mientras nosotros existimos, aunque en la realidad, ellas no tengan sentido en sí mismas. Nosotros nacemos y morimos. En medio de eso, la gente da a esa existencia sin propósito el sentido de nuestros esfuerzos. Según él "si usted consiguiera encontrar una persona que no crea en nada y esté totalmente dedicada a la futilidad, entonces usted habrá encontrado a la más interesante de las personas". Parecen ecos del escritor francés Louis-Ferdinand Céline, pero cualquier semejanza es mera coincidencia. Céline construyó racionalmente un mundo detestable y vivió como los crápulas que describió. Bacon retrata irracionalmente un mundo violento y escatológico, viviendo como un dandi gracioso y generoso.

Famoso y rico, Francis Bacon está en la fase celebratoria de su existencia. Huye de ella cuanto puede refugiándose en los viejos bares londinenses, quejándose de la muerte, que le llevó a casi todos sus amigos, y proclamando que está en una altura de la vida en que "no tengo más compromiso emocional con las personas". Aún así, cuando le preguntaron qué prefería, si la muerte o la perversión eterna, cerro el negocio con la perversión. "Si yo estuviese en el infierno, siempre tendría la sensación de que podría huir. Siempre tuve la certeza de que conseguiría huir". Se puede suponer que el dilema surgió por primera vez cuando él era un niño asmático en Dublin, vistiendo a escondidas las ropas de la madre. Una día él planeó la fuga disfrazándose se pintor. Hace ochenta años que Asmodeu no consigue cogerlo.

De: "Correo-Los Tiempos"

Cochabamba, 1989

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