Miercoles 21 de marzo de 2018
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Para filosofar, que es el ejercicio intelectivo para aproximarse a la esencia del conocimiento, se requiere como condición sine qua non o imprescindible la aptitud emotiva para asombrarse o maravillarse del entorno, de la existencia de uno mismo, comenzando con la actividad de cuestionarse e indagar para encontrar la verdad o por lo menos aproximarse a ella, pues la filosofía no es como un ajuar muerto que podemos hacernos a o deshacernos cuando nos plazca; la filosofía está animada precisamente por aquella aptitud emotiva que diferencia al hombre ingenuo que todo lo acepta sin cuestionar y aquel hombre que indaga sobre todo lo que rodea a su existencia y a esta misma.
La filosofía es conocimiento y no arte, se sitúa en el contexto de funciones del espíritu y la cultura como producto; así se fija el puesto de la filosofía en el sistema de la cultura. Los ámbitos constituyentes de la cultura superior son mínimamente la ciencia, la moralidad, el arte y la religión. Es cierto que la filosofía pertenece al campo de la ciencia y como ciencia universal compone el ámbito del hemisferio espiritual y la moralidad al de la práctica; pero ello no significa que no tengan interrelación, aunque una actué como ente pensante y la otra como ente de voluntad y acción.