"El operativo de requisa en Palmasola fue todo un éxito, sólo hubo siete muertos". La autoridad policial que dijo eso ha debido estar ese día de buen humor. No es lo que sucede ordinariamente. El rostro del país, si quisiéramos representarlo, tendría un agrio gesto de hosquedad o tal vez de amargura. Y que en medio de ello se le ocurra a alguien gastar un rasgo de humor negro, es realmente insólito. No lo conocemos, pero de su palabra cáustica se puede colegir que es un hombre de temperamento irónico. Seres así, se ríen de todo; hasta de la muerte.
Los políticos, como siempre, se rasgaron las vestiduras, y fingieron ser de otro planeta. El hacinamiento es de hace rato, pero ellos ignoraban. Al Estado Plurinacional le tocó vivir una década de fantástica opulencia, pero ni se acordó de los reclusos. Las cárceles no son lo que parecen; ahí dentro transcurre el tiempo con otro ritmo y la plata corre a raudales. Es un refugio ideal para los corruptos; como tienen plata, pueden comprar el lujo que desean. También pueden construir liderazgo a plan de puño o de pistola.
Se suele decir que en las cárceles no están todos los que son ni son todos los que están. En un país donde la justicia da vergüenza, según dijo una alta autoridad de gobierno, no es nada extraño que inocentes estén encarcelados y felices los culpables fuera, disfrutando de la impunidad. Hay delitos que nunca se procesan y la mayor parte de los presos no tienen sentencia ni saben cuántos años deben estar cautivos. Esa situación les fermenta el rencor que luego se descarga como desahogo en otros delitos de mayor gravedad.
Estadísticas divulgadas hacen saber que la mayoría de la población carcelaria es por narcotráfico y que desde la cárcel se fomenta y se dirige la comisión de varios delitos; ahí dentro existe una especie de mercado negro que distribuye todo a quienes desean y pueden consumirla. Si se efectuara la misma inspección en otros recintos, no sería raro encontrarse con una realidad parecida a la de Palmasola. En el fondo o en el trasfondo, la lacra antigua institucionalizada se llama corrupción.
¿Cómo entran en las cárceles las cosas prohibidas? Naturalmente por la puerta, con la anuencia tácita o explícita del que manda, y es - claro está - poniendo. Nada ni nadie cruza ese misterioso umbral sin pagar la respectiva alcabala de rigor. La cárcel es un condominio extraterritorial con sus propias normas y reglas que se cumplen a rajatabla. Sólo siete muertos: ¡Cómo se desprecia la vida! Pero se irá apagando su estridencia poco a poco, hasta que ocurra otro episodio similar. Nunca hay tiempo ni dinero para atender las necesidades básicas del país. A estas alturas, la obsesión que persigue sin tregua es la "reelección indefinida"; eso es más importante que cualquier otra cosa.
(*) Es escritor, miembro del PEN Bolivia
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