Miercoles 21 de marzo de 2018
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Cuando los pueblos viven sumidos bajo las sombras de la ignorancia debido a la no planificación y puesta en práctica de programas exitosos de educación, existe la seguridad de que las consecuencias se traducen en subdesarrollo, dependencia y aumento de la pobreza. El conocimiento es lo que construye y edifica las grandes obras culturales, espirituales y materiales de la sociedad; ningún pueblo que no tenga cultura y conocimientos de sus realidades puede aspirar al logro de progreso y mejora de su vida.
Organismos internacionales como Unesco, Cepal y otros, permanentemente han recomendado a todos los gobiernos que entre sus prioridades tengan en cuenta la educación o sea la formación en valores de su población porque solamente así alcanzarán los beneficios del desarrollo y progreso que liberan de la pobreza y abren las esperanzas de mejor vida.
Muchas veces en el pasado de nuestro país se han intentado reformas educativas con miras a elevar los niveles de enseñanza y formación humanística de los alumnos y, en sumo grado, la superación y capacitación excelente, de los maestros. Muchas veces se han puesto en práctica esas reformas sin haberse logrado los éxitos esperados; se lo hizo sin la debida contundencia y continuidad que seguramente merecían porque hay que partir del principio de que esas reformas no han sido mal hechas del todo, sino acordes con las urgencias y necesidades de nuestros sistemas educativos que carecen desde siempre de profundas preparaciones, estudios y capacitación de quienes vayan a aplicarlos con niños y jóvenes.