La inacción, la omisión, la negligencia y la apatÃa de los que en determinado momento de la vida están llamados a hacer algo por el bien de los damnificados, es tan peligrosa, morbosa e irresponsable como la acción de quienes están causando el mal.
Y eso fue justamente lo que sucedió entre abril y julio de 1994, cuando mientras en uno de los paÃses más pobres del orbe se llevaba a cabo un genocidio atroz, el mundo entero miraba de palco como en Sarajevo o Srebrenika, o peor, muchos prefirieron ni mirar.
Fue justamente en la "Tierra de las Mil Colinas" donde los Belgas cometieron un error imperdonable. Para poder gobernarlos con un mejor control, en el documento de identidad, incluyeron la tribu de origen allá por los años 50, aumentando aún más las diferencias y problemas entre Hutus que eran el 70 % de la población, Tutsis el 29 % y Twas el 1 %.
Estas tribus, sedentarias desde los siglos 4 y 5 de la era cristiana, vivieron entre pacÃfica y belicosamente hasta que la colonización los dividió por ciompleto. Belgas y franceses vieron que era más fácil tener a la minorÃa Tutsi educada y empoderada para poder asà someter a la mayorÃa Hutu, a la que permanentemente socavaron y degradaron en su autoestima.
Cuando dos misiles hicieron volar por los aires el avión en el que viajaban los presidentes de Burundi, Ciprian Ntayamira y el de Ruanda, Juvenal Habyarimana, el Cerbero abrió las puertas del infierno y todos los demonios salieron a hacerle guardia de honor a la parca, era el 6 de abril de 1994.
Y casi lo logran, durante los cuatro meses que duró el genocidio, se exterminaron a aproximadamente 800.000 personas en una orgÃa de dolor y sangre que no respetó familias, amistades o cualquier otro tipo de relación humana. El machete reinó y la violencia fratricida tuvo en el complemento sexual además, un ingrediente que marcó la vida de millones de mujeres y niños que vieron y vivieron los pasajes más espeluznantes que uno pudiera imaginar.
Lo peor de todo fue que durante todo este tiempo, nadie del mundo "civilizado" hizo algo por parar esa carnicerÃa. Kofi Annan, por entonces Coordinador de las Operaciones de las Fuerzas de Paz de la ONU, ordenó mantenerse al margen a los cuerpos de paz, pese a que un dÃa antes la Cruz Roja clamó por ayuda ante una masacre que cobraba la vida de más de 2.000 personas al dÃa.
Creer que todos somos iguales (asà nos lo diga la Ley) es una absoluta falacia. No lo somos. Somos diversos, somos infinitamente desiguales entre todos, somos multiculturales y debemos y podemos estar orgullosos de ello. Eso en sà no es malo, lo malo es no respetarnos, no aceptarnos como tales y no ser tolerantes ante lo diverso y diferente. Creer que somos buenos o que somos mejores, es la marca de lo mediocre y malo en sÃ. No somos mejores ni peores, somos diferentes y solamente la luz del conocimiento nos va a permitir entender que en la diferencia está el gusto y en la complementariedad está la magia de sabernos e interactuar como humanos.
Nadie nace racista, nos volvemos o nos vuelven asÃ, pero existe una cura universal para este mal, se llama educación. Quien tenga una dosis a la mano, siempre podrá mantenerse vacunado y vivirá en armonÃa con el universo que lo rodea. Sólo la lectura podrá extirpar al Hutu o al Tutsi que mora en nosotros y que debe morir.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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