El clima era caluroso, las calles estaban llenas de gente con cuerpos bronceados, apenas cubiertos por mallas y bikinis.
El hotel quedaba frente a la playa, no era exactamente de lujo pero sà confortable, y en todo caso, aquella vacación inesperada les caÃa muy bien a los dos, porque siempre quisieron conocer el mar y el solo hecho de vivir en un hotel, asà fuera por pocos dÃas, era una maravilla.
Se volvieron a duchar, los dos juntos, y comieron los emparedados que ella insistió en preparar aquella mañana, antes de viajar, en previsión de que en el avión no les dieran de comer.
Se pusieron las mallas, shorts y bajaron a la playa.
Varias personas tomaban el sol de la tarde en la arena y unos muchachos se bañaban dejándose llevar por las olas.
Caminó unos metros, hasta que el agua tibia le llegó al tórax y empezó a dar vigorosas brazadas, dejándose llevar por las olas que poco a poco se volvÃan más altas e imponentes, alejándolo rápidamente de la playa.
Cuando se dio cuenta de que estaba cansado de nadar, quiso dar media vuelta para retomar, pero no pudo, las olas lo arrastraban cada vez más lejos, sin que pudiera retroceder.
Cuando volteó la cabeza y vislumbró la playa en la lejanÃa, se dio cuenta de que le serÃa imposible regresar.
Entonces supo que cuando ya no tuviese fuerzas para mantenerse a flote, tendrÃa que abandonarse al mar y dejarse morir.
Se dio cuenta de que el boleto premiado, el pasaje para dos y la vacación de cinco dÃas en Salvador de BahÃa, no eran otra cosa que el pretexto para que se cumpliera su destino.
Le dolÃan los brazos, se dejaba arrastrar por las olas gigantescas, se sumergÃa en ellas, desaparecÃa en las profundidades marinas y cuando ya le faltaba el aire y no podÃa respirar, volvÃa a flotar y volvÃa a vivir.
SentÃa que su cuerpo era presa de dos fuerzas extrañas y antagónicas.
Una que lo atraÃa, lo succionaba hacia el fondo, y otra que lo levantaba y lo mantenÃa a flote.
El agua que tragaba involuntariamente, le quemaba la garganta, sus pulmones estallaban, los ojos se le salÃan de las órbitas, tenÃa las piernas acalambradas y los pies ya no le obedecÃan.
Ya no podÃa hacer nada más, pensó otra vez en su madre, en sus niños, en su mujer, resolvió dejarse morir, esperando que fuera rápido.
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