Bombas de muerte y de escándalo

Parece que aquella tierra linda, la "enamorada del gringo y del gitano", hubiese cometido algún pecado grave o que un ignoto maleficio le traza un camino errático. A casi tres semanas, los verde-olivos vienen blandiendo por los aires un palo de ciego, en tanto que el irrespetuoso cuadro de una pintora recorre el mundo.

Ocurrió aquello a plena luz del día, en medio de mucha gente; a la misma hora y casi en el mismo sitio explotó la otra carga; pero nadie brindó ninguna pista para dar con los autores; las cámaras de seguridad no sirven para atrapar a terroristas invisibles; éstos actuaron con "alevosía, premeditación y ventaja", y luego desaparecieron sin dejar rastro.

Por lo visto, ni los 150 mil de recompensa fueron suficientes; si por lo menos fueran de los verdes: quizás, quizás� Entre tanto, la infructuosa búsqueda sigue. Medio centenar de agentes de línea interrogan a más de doscientos transeúntes de esa hora, y nada. Un halo de misterio envuelve el trágico suceso. Se ha dicho que ninguna hipótesis está descartada. Al final, quien sabe la más probable sea aquella de que las propias víctimas decidieron auto eliminarse.

Se dice que las desgracias no vienen solas. Debe de ser cierto. A las bombas y la labor policial se sumó una pintora cuyo pincel es de "dudosa calidad� sin talento ni mucha dedicación, como la de los que se inician en la escuela secundaria", según la opinión de un conocido columnista. Dibujó la figura de una mujer semidesnuda, pretendiendo que fuese la imagen de la Virgen. Dijo que se inspiró en la tragedia de esos días; le dolió que no obstante las muertes, "la gente siguiera bailando y bebiendo".

Tarda la información, y a raíz de ello surgen los rumores. La sorda versión colectiva asocia con otros hechos del pasado, tales como el asalto al hotel Las Américas, la cadena que se rompió para masacrar a los indígenas en Chaparina, la provocación montada en Porvenir (Pando), la impunidad por las muertes en la Calancha, etc. Es decir, que se sumarían los atentados de Oruro a la lista de los crímenes que se quedaron en la sombra.

Es verdad que "no se condenó con la misma vehemencia los hechos luctuosos", también que el cuadro desplazó a segundo plano las muertes. Pero la gente ve una extraña relación del acto terrorista con el impacto social del escándalo. Aquel busca generar inseguridad y pánico; y el otro pretendió despojar a la Virgen su aureola mística, religiosa y maternal, reduciéndola a la común estampa femenina, con una apariencia física cercana a la pornografía.

Aunque no existe el derecho de menoscabar la dignidad ajena, se habló mucho de la libertad; parecía que se hubiese coartado la de la pintora. Sin embargo, se la vio fotografiada sonriente y feliz. Tenía sobradas razones para estar muy contenta. En el arte el silencio o la indiferencia es pena capital. Es bueno que provoque reacciones; mejor aún si son virulentas; eso demostraría que la obra no nació muerta, que se ha convertido en arma de combate, como se deseaba. Al decir del mencionado columnista, "si los fiscales y jueces fueran unos imbéciles, cosa que no se puede descartar, hasta podría ser encarcelada". Si sucede eso, sería el colmo de la dicha para la pintora. Y no es una ironía: la novela primigenia de Vargas Llosa, La ciudad y los perros, fue quemada en Lima (1962); lo cual le catapultó al autor a una sorpresiva fama mundial; todos buscaban y querían leerla.

Desde luego todo artista quiere que su obra llegue al gran público; que le depare orgullo, incluso hasta le reporte beneficio económico. La pintora de referencia conquistó la fama de golpe y porrazo; su nombre y su cuadro se difundieron profusamente por los medios; se generó un gran debate dentro y fuera del país. ¿No es ideal que eso suceda? Sin embargo, técnicamente, artísticamente no se sabe cuánto vale su obra; lo dirá el tiempo. Lo que está fuera de duda es su gran impacto social. Nadie crucificó a la artista sino a la deicida, a la que quiso arrebatarle a la Virgen su representación simbólica y religiosa, para sustituirla con otra de factura profana.

(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia