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Domingo 04 de marzo de 2018

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Revista Dominical

Ahondando sobre el célebre y humano Gabriel García Márquez

04 mar 2018

Por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas

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En una anterior columna se reflejaba aspectos íntimos de este excepcional hombre de letras pues, suscitándose una realidad muy llamativa: los jóvenes que normalmente son proclives a leer literatura de avanzada, quedan fascinados por la imaginación desbordada de García Márquez.

¿Quién no ha leído o aproximado por escucha de conversaciones a las obras de Gabriel García Márquez?, y la columna de hoy no pretende realizar una recensión de sus obras sino conocer lo inédito de esta vida que enriquece a la humanidad, sus motivaciones para escribir incansablemente, sus tendencias espirituales y humanas, las influencias determinantes que recibió, no sólo de personas sino del propio medio geográfico y su indómita fe en sí mismo.

La mayoría de las obras de este hombre dotado para la escritura y el buen e imaginativo pensar, se inspiraron en vivencias personales que todos las tenemos, empero, no las registramos ni las elaboramos o reflexionamos con diligencia inmediatamente percibidas o sucedidas como él lo hizo, y con férrea puntualidad.

Lo que le sucedió a Gabriel García Márquez es que las ideas se definen como algo que se ve, él las vio y registró, y que los humanos las recibimos en nuestro intelecto en los días, en las noches, inconscientemente en los sueños y, sin embargo, recibiendo ese caudal de ideas por gracia de Dios no las registramos ni las transformamos en hechos tangibles o inventos para nuestro usufructo y de la humanidad. Así piensa este columnista como escritor, sujeto a crítica o refutación.

Aracataca, pueblo fantasma y entrañable inspiró al escritor a crear Macondo y los relatos de los despiadados regímenes de pobreza que tuvieron que afrontar con denuedo imbatible y hasta estoicismo, por la explotación inmisericorde y de incumplimiento que ejercía la transnacional norteamericana United Fruit con las condiciones laborales.

El abuelo de García Márquez era un hombre muy cultivado, aunque nunca visitó una escuela. Gabriel fue su consentido pero no enunciativa ni demostrativamente sino con sana pasión pues vivía para su nieto, además de introducirlo suavemente al mundo de la imaginación y de la fantasía. Similar instilación de conocimientos experimentó este columnista con su abuelo el eximio poeta Juan Capriles Rivas, naturalmente salvando las distancias. El abuelo era un hombre notoriamente objetivo y conciso, narrándole con precisión similar a lo que era de dominio de Benito Pérez-Galdos en sus Episodios Nacionales, las incidencias y connotaciones de la guerra de los 100 días sucedida a principios del siglo XX, en esa nación sudamericana.

El escritor, por la burbuja de ensueño creada por los abuelos y el ilimitado cariño que recibía siempre creyó que moriría en la casa de sus abuelos. Así García Márquez vivía una dualidad en su niñez fantástica, rodeado del cariño que dota de seguridad emocional a todo ser humano, empero, también sombría, pues la tutela de sus amorosos abuelos no impedía ensombrecer su espíritu replicándole el hecho de haber sido abandonado por sus padres.

Terminada su época fantástica con sus abuelos fue recogido por sus padres y vivirá en Sucre; su padre era un sencillo farmacéutico de carácter llamativamente autoritario que estrujaba el corazón del futuro y excepcional literato; acostumbraba a perderse sin aviso por dos a tres meses, dejando a la familia a la deriva y a la iniciativa e inclinación de la madre por la costura para obtener ingresos de supervivencia.

Este es un punto de inflexión demasiado importante en vida de García Márquez: su madre, mujer de imbatible fortaleza, por pertenecer al género más importante de la creación, deja su impronta profunda e indeleble en su hijo enseñándole con ahínco y paciencia jobiana la dicción del idioma español y el hábito irrenunciable a la expresión correcta.

Este ejercicio de amor por su hijo Gabriel, fundamentalmente, y por los otros hijos, estableció definitivamente el estilo de la escritura del escritor. Mientras la madre ahondaba estos valiosos conocimientos en su hijo, su padre lo introducía en el sexo en un lupanar, vivencia, en un principio, relajante y única para el inexperto púber, empero, mientras digería la vivencia, por la irrupción de la progresiva madurez, la registro como una experiencia aterradora y espantosa; luego sus otras experiencias, ya como estudioso adolescente fueron positivas.

Su abuelo murió y parécele al escritor que el mundo se le venía encima con todo su peso indiferente por el dolor, circunstancia que nunca superó el escritor con la estricta resiliencia. Como cada año nacía un nuevo hijo en el hogar, no le quedó otra decisión que abandonarlo y tentar su futuro en Bogotá; era el año 1934 y la recepción que le dispensó esa ciudad no fue alentadora sino de tristeza y depresión por la llovizna, el viento cortante y la usual vestimenta oscura de sus habitantes, en contraposición a los colores alegres acostumbrados. Descubre García Márquez en su análisis existencial la eflorescencia violenta e incontenible de dos sentimientos turbulentos e irreprimibles como la soledad y la nostalgia.

Barranquilla fue una ciudad amigable donde encontró amigos pintores, escritores poetas y disfrutaba de las interminables tertulias diarias, buscando así todos los participantes al arte para poder liberarse. Luego de algunas estancias como reportero en otros países no sin oscuros momentos y vicisitudes económicas graves, elige a México como su definitiva residencia, acción que nunca se arrepintió por el amor que profesaba a este país.

García Márquez tenía la costumbre invariable de no mostrar nunca sus artículos y columnas antes que se publiquen, sin embargo, las narraba amenamente en sus tertulias. Cuando estuvo listo su primer volumen serio trasuntado en una novela, por consejo de un buen amigo la envía a la editorial Lozada en Buenos Aires; le contestan rechazando la obra que hubiese sido el punto final, empero, además, la editorial se toma la libertad de escribirle aconsejándole que abandone la escritura que no está para él. La convicción en sí mismo, la rebeldía inherente a la confianza en su creatividad unida inseparablemente a la inagotable imaginación, como las enseñanzas de su madre en la dicción; la influencia y la instilación de sabiduría de su abuelo, condujeron a este extraordinario intelectual y mejor ser humano a la dimensión de creatividad que todos conocemos.

(*) Abogado, posgrados en Conciliación, Arbitraje, Interculturalidad y Educación Superior, Docencia en Educación Superior, Filosofía y Ciencia Política, doctor honoris causa, escritor.

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