Los cometas: Una amenaza o forma de cambio cósmico

En nuestra más profunda niñez dirigimos nuestros ojos al Cielo. Observamos un cuerpo cósmico que no era estrella, éste se movía, pero muy lentamente en términos humanos, de tal manera que era perceptible a nuestros ojos, pero en percepciones mágicas. El cometa recorría un espacio diferente y nos deslumbraba con su luz maravillosa. Después aprendimos sobre su nacimiento, desarrollo y muerte, la de algunos. Sabemos hoy que son cuerpos celestes constituidos por hielo, polvo y rocas que orbitan alrededor del Sol siguiendo diferentes trayectorias elípticas, parabólicas o hiperbólicas. Forman parte del Sistema Solar, describiendo luces de gran excentricidad, lo que produce su acercamiento al Sol. Desarrollan una atmósfera que envuelve al núcleo, llamado cabellera formada por gas y polvo. A medida que el cometa se acerca al Sol, el viento solar genera una cola característica muy brillante, la que nos deslumbra.

Los cometas llegan a tener diámetros de algunas decenas de kilómetros, algunos son muy pequeños, de centenas de metros, y están compuestos de agua, hielo seco, amoníaco, metano, hierro, magnesio, sodio y silicatos. Debido a las bajas temperaturas de los lugares donde se hallan, estas sustancias se encuentran congeladas. Algunas investigaciones apuntan a que los materiales que componen los cometas en parte son materia orgánica y resultan determinantes para la vida, lo que daría lugar a la temprana formación de un planeta con seres vivos: la Tierra.

Los astrónomos sugieren que los cometas retienen, en forma de hielo y polvo, la composición de la nebulosa primitiva con que se formó el Sistema Solar y de la cual se condensaron luego los planetas y sus lunas. Por esta razón el estudio de estos puede dar indicios de las características de aquella nube primordial. Sin embargo es necesario detenerse en lo que ellos significan para nuestro planeta. Quizás trajeron el agua vital, también pudieron haber provocado cataclismos que determinaron nuestro origen y transcurrir. No somos dioses para apreciar lo que pasó, a lo sumo aproximarnos a lo que pudo pasar. Se sabe que cambiaron nuestra geografía, que dieron lugar a fenómenos difíciles de entender a pesar de nuestra ciencia tan desarrollada, aunque pequeña en dimensiones cósmicas.

Sin embargo, una verdad se traslada por nuestro entendimiento, la que tiene que ver con nuestro futuro y que implica un encuentro fatal, totalmente ajeno a un cambio climático anterior, sino post. Un choque con un cometa de diez kilómetros de diámetro implicaría una nube horrible con calor de decenas de miles de grados centígrados y la desaparición de la mayor parte de las especies animales, incluido el ser humano, pero las plantas sobrevivirían como semillas enterradas. El daño podría ser manejable para una especie capaz de sobrevivir en circunstancias graves. Saldríamos adelante, aunque no todos. En estructuras subterráneas contaríamos nuestros dilemas y barbaridades, nos confrontaríamos con nuestro propio yo y resolveríamos nuestras disputas, quizás sería mejor. En realidad, un cometa maravilloso podría salvarnos de nuestros miedos y maldades aunque parezca trágico, finalmente la vida lo es.