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Domingo 25 de febrero de 2018

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Cultural El Duende

¿Queda todavía en vosotros mucho de chimpancé?

25 feb 2018

Michel Onfray

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En algunos sí, sin duda... Pasad solamente una hora con ellos, os daréis cuenta rápidamente. En otros es menos evidente. En ese terreno, los hombres acusan diferencias y desigualdades considerables. De la monstruosidad al genio hay muchos grados. ¿Dónde estamos, dónde estáis vosotros entre esos dos extremos? ¿Más próximos de la bestia o del individuo genial? Difícil de responder. Tanto como que las partes animales y humanas parecen difíciles de separar claramente. ¿Dónde está el chimpancé? ¿Dónde el hombre? En ocasiones, ambas figuras parecen conocer una extraña imbricación...

Sin embargo, distinguimos lo que es común al babuino y al humano -al mono y al Papa-. Para hacerlo, podemos recurrir a las lecciones que da la fisiología (las razones del cuerpo) y la etología (la lógica de los comportamientos humanos esclarecidos por los de los animales). Esas dos disciplinas informan sobre lo que, en cada uno de nosotros, procede y se deriva todavía de la bestia, a pesar de siglos de hominización (el hecho para el hombre de hacerse cada vez más humano) y de civilización. Babuino en el original: mono africano de mandíbula prominente, pelaje gris o pardo, con llamativas callosidades rojas en las nalgas.

¿Cuándo es un mono vuestro profesor?

La fisiología nos muestra la existencia de necesidades naturales comunes al chimpancé y al profesor de filosofía. Beber, comer y dormir se presentan como inevitables obligaciones impuestas por la naturaleza.

Imposible sustraerse a ellas sin poner en peligro nuestra supervivencia. La necesidad de restablecer fuerzas por el alimento, la bebida y el sueño señala la identidad entre el cuerpo animal y el cuerpo humano. Los dos funcionan a partir de los mismos principios, como una máquina en combustión que exige repostar regularmente sus fuerzas para poder continuar existiendo.

De igual modo, la psicología muestra una necesidad sexual activa tanto en el primate como en el hombre. Sin embargo, esa necesidad natural no es indispensable para la supervivencia individual, sino para la de la especie.

Dejar de beber, de comer y de dormir pone en peligro la salud física de un cuerpo. No tener sexualidad no merma en nada la salud física -no diremos lo mismo de la psíquica-. Si el individuo no teme nada de la abstinencia sexual, la humanidad arriesga con ella su supervivencia. La copulación de los animales asegura la transmisión de la especie, la de los hombres, por otras vías (el matrimonio, la familia monógama, la fidelidad presentada como una virtud), persigue exactamente los mismos fines.

Por su parte, la etología enseña que existen comportamientos naturales comunes a los animales y a los humanos. Muchas veces creemos que es la conciencia, la voluntad, la libre elección lo que nos pone en movimiento.

Cuando, en realidad, casi siempre obedecemos a movimientos naturales. Así ocurre en las relaciones violentas y agresivas que podemos tener con los otros. En la naturaleza, los animales se matan unos a otros con el fin de dividir el grupo en dominantes y dominados, adoptan posturas físicas de dominación o de sumisión, combaten para gobernar territorios. Los hombres hacen lo mismo... La maldad, la agresividad, las guerras, las relaciones violentas se alimentan de las partes animales que hay en cada uno de nosotros.

Del mismo modo, el chimpancé y el seductor, en el fondo, se comportan de manera idéntica en las relaciones sexuales. Solo la forma cambia. Así, el mono recurre a la exhibición, muestra sus partes más saludables, sus dientes, grita, danza, se consume en demostraciones que resaltan su valor, pone los ojos como platos, desprende un rotundo olor, se pelea con los machos deseosos de poseer la misma hembra que él, los disuade a través de una mímica agresiva apropiada, etc. ¿Qué hace el donjuán que se viste, se perfuma, se engalana? Utiliza sus indiscutibles encantos (prestancia, coche descapotable, trajes de etiqueta, tarjeta de crédito y, en consecuencia, cuenta bancaria), mira de arriba abajo o desprecia con la mirada a los hombres que podrían pasar por sus rivales, hace regalos (ramos de flores, invitaciones a cenar, joyas, fines de semana amorosos, vacaciones al sol, etc.). Al fin y al cabo, dar una forma cultural a las pulsiones naturales destinadas a asegurar la posesión de la hembra por parte del macho.

Comprobamos que el chimpancé y el hombre se distinguen en la manera de responder a las necesidades naturales. El mono permanece prisionero de su bestialidad, mientras que el hombre puede deshacerse de ella, parcialmente, totalmente o bien diferirla, resistirse, superarla dándole una forma específica. De ahí la cultura. Frente a las necesidades, a los instintos, a las pulsiones que dominan al animal totalmente y lo determinan, el hombre puede elegir ejercer su voluntad, su libertad, su poder de decisión.

Allí donde el chimpancé sufre la ley de sus glándulas genitales, el hombre puede luchar contra la necesidad, reducirla, e inventar su libertad.

En materia de sexualidad inventa el amor y el erotismo, el sentimiento y los juegos amorosos, la caricia y el beso, la contracepción y el control de la natalidad, la pornografía y el libertinaje, y otras tantas variaciones sobre el tema de la cultura sexual. Asimismo, en lo que concierne a la sed y al hambre: los hombres superan las necesidades naturales al inventar formas específicas de responder a ellas (técnicas de cocción, de salazón, de ahumado, de curado, de fermentación), utilizan especias, inventan la cocina y la gastronomía. De suerte que el erotismo es a la sexualidad lo que la gastronomía es a la alimentación: un suplemento de alma, de valor intelectual y espiritual añadido a la estricta necesidad, eso de lo que los animales son incapaces.

Y vuestro mono, ¿por qué no será profesor de filosofía...?

El hombre y el chimpancé se separan radicalmente en cuanto se trata de necesidades espirituales, las únicas que son propias de los hombres y de las que ninguna huella, incluso ínfima, se encuentra en los animales. El mono y el filósofo difícilmente se distinguen por sus necesidades y comportamientos naturales, aunque se separan parcialmente cuando el hombre responde a las necesidades por medio de artificios culturales; en cambio, se distinguen radicalmente por la existencia, en los humanos, de una serie de actividades específicamente intelectuales. El mono ignora las necesidades espirituales: no hay erotismo en las monas, ni desde luego gastronomía en los babuinos, pero tampoco filosofía en los orangutanes, religión en los gorilas, técnica en los macacos o arte en los bonobos.

El lenguaje, no forzosamente la lengua articulada, sino el medio de comunicar o de corresponder, de intercambiar posiciones intelectuales, opiniones, puntos de vista: he ahí la definición auténtica de la humanidad del hombre. Y con el lenguaje, la posibilidad de apelar a valores morales, espirituales, religiosos, políticos, estéticos, filosóficos. La distinción del Bien y del Mal, de lo Justo y lo Injusto, de la Tierra y el Cielo, de lo Bello y lo Feo, de lo Bueno y lo Malo, no se realiza más que en el cerebro humano, en el cuerpo del hombre, jamás en el armazón de un chimpancé. La cultura nos aleja de la naturaleza, nos sustrae de las obligaciones que someten ciegamente a los animales, que no tienen elección.

La manera de responder a las necesidades naturales y la existencia específica de una necesidad intelectual no bastan para distinguir al hombre de las ciudades del mono de la selva. Hay que añadir, como mono específicamente humano, la capacidad de transmitir saberes acumulados en la memoria y la evolución. La educación, la iniciación intelectual, el aprendizaje, la transmisión de saberes y valores comunes contribuyen a la creación de sociedades donde las disposiciones humanas se hacen y rehacen sin cesar. Las sociedades de chimpancés son fijas, no evolutivas. Su habilidad es reducida, simple y limitada.

Cuanto mayor es en el hombre la adquisición intelectual, más recula en él el mono. Cuanto menos saber, conocimiento, cultura o memoria hay en un individuo, más lugar ocupa el animal, más domina, menos conoce la libertad el hombre. Satisfacer las necesidades naturales, obedecer únicamente a los impulsos naturales, comportarse como una persona dominada por los instintos, no sentir la fuerza de las necesidades espirituales, he ahí lo que manifiesta el chimpancé en vosotros. Cada uno lleva consigo su parte de mono. La lucha para alejarse de esa herencia primitiva es cotidiana. Y hasta la tumba. La filosofía invita a librar ese combate y ofrece los medios para ello.

* Michel Onfray. Filósofo francés (1959) que formula el proyecto hedonista ético.

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