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Domingo 25 de febrero de 2018

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Cultural El Duende

La importancia de cuestionar nuestros preconceptos sobre educación

25 feb 2018

Erika J. Rivera

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Primera de dos partes

Cuando se habla sobre educación, se entiende la acción y efecto de educar que implica dirigir, encaminar, desarrollar y perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño. Los problemas de la educación pueden dividirse en (a) técnicos y en (b) generales. Estos últimos constituyen un problema de sentido y exigen una reflexión sobre los fines del proceso educativo. Es en este sentido que al hablar de los fines se considera que es una cuestión filosófica que nos induce a la filosofía de la educación, donde se han desarrollado teorías progresistas que destacan y fomentan la espontaneidad y la libertad, por un lado, y las teorías conservadoras que promueven la disciplina y la autoridad, por otro. Entre estas dos teorías se encuentran las doctrinas intermedias, cuya tesis central afirma: deben asimilarse los bienes culturales respetando a la vez la espontaneidad del individuo, reconociendo, por consiguiente, el complejo vínculo entre lo espontáneo y lo libre, y entre lo disciplinario y lo autoritario. Es en el contexto de la filosofía de la educación que nos preguntamos: ¿Qué significa educar en un determinado contexto socio-histórico y político?, ¿para qué educar?, ¿qué tipo de persona es la que se quiere formar?

El problema filosófico de qué significa y qué implicaciones tiene educar no ha sido resuelto de manera concluyente hasta hoy. En Bolivia se ha pensado esta problemática, pero hasta el momento los resultados de las estadísticas no exhiben una mejora cualitativa. La historia del país ha tenido importantes reformas educativas desde el modelo liberal hasta el modelo comunitario, pero las pruebas de ingreso para esta gestión 2018 de la Universidad Gabriel René Moreno (Santa Cruz) nos muestran que solo 6000 bachilleres de 24000 postulantes aprobaron el examen. El Colegio de Pedagogos de aquella ciudad, interpelado por este acontecimiento y más allá de aceptar el bajo nivel de nuestra formación educativa, vuelve a replantear las preguntas: ¿Para qué estudiar? ¿Todos deben ingresar necesariamente a la universidad? Se avizora hasta el momento el fracaso de los diferentes modelos educativos porque tal vez no hayamos respondido seriamente a preguntas fundamentales ligadas a proyectos de largo plazo en nuestro país. Como esta problemática ya se ha pensado hace más de dos mil quinientos años, considero que la reflexión debe enfocar desde Grecia hasta nuestros días para plantearnos horizontes sin desdeñar el pasado, ya que a la educación se la vincula y se la asume con determinados ideales culturales establecidos como desafíos individuales.

Si reflexionamos acerca de los paradigmas relacionados con la educación se puede analizar la filosofía de la educación de la Grecia clásica que formaba al ciudadano y la persona para el bien común y la virtud moral, resultando posteriormente la base del pensamiento político y ético de Occidente. Considero que esta tesis resulta hoy muy distinta con respecto a la praxis de la educación occidental actual, porque esta virtud moral se basaba en la búsqueda del bien común, permitiendo que una persona construya en sí misma elementos de autocrítica que pueden ser realizados en el ámbito de la libertad. Por lo expuesto sostengo que solamente se puede desarrollar el conocimiento en un ámbito abierto y argumentativo; contraponiendo argumentos es que se avanza en el conocimiento. Este conocimiento elevado debe proyectarse hacia el bien común.

La importancia de este ideal pedagógico radicaría en que esta transformación cualitativa es autoconsciente y también de autoformación, acompañada de libertad y racionalidad. Según la Paideia, la famosa obra de Werner Jaeger, encontramos contraposiciones entre Sócrates y los sofistas. Jaeger nos dice que Sócrates no continuó con la tradición porque fue el gran renovador de la formación completa del ser humano. Su dimensión pedagógica es integral y orientada por la búsqueda de la verdad, a diferencia de los sofistas, que no buscaban la verdad porque practicaban una racionalidad instrumentalizada y cobraban por la formación que impartían. Sócrates, en cambio, de manera gratuita a través del método mayéutico, se acercaba a la luz de la verdad, de forma horizontal (junto con los demás en discusión) y no de forma verticalista como los sofistas. Según Sócrates debemos cuidar el alma en todas las dimensiones porque nos ayuda a desarrollar una vida virtuosa. También encontramos reflexiones sobre el cuidado del alma y sus dimensiones dietética, económica, física, moral, erótica, amorosa, amistosa y espiritual expuestas en las obras de Platón, por ejemplo, en El banquete.

Se trata de comprender y contraponer visiones educativas de la historia griega en general (desde el siglo VIII a. C.), haciendo hincapié en las diferencias entre las pedagogías espartana y ateniense. De ello se pueden sacar algunas conclusiones de corte educativo, porque son dos formas de vida y de organización política diametralmente opuestas. Esparta era una sociedad aristocrática, que privilegiaba a la casta social superior que eran los guerreros de élite, los depositarios del honor y del prestigio, pero se trataba de guerreros que no conocían metas individuales, que no se distinguían entre sí, que hacían un culto de la muerte gloriosa frente al enemigo y que despreciaban totalmente a los otros pueblos y, en el fondo, a todos los hombres que no practicaban el mismo código de honor militar absoluto. Esparta representaba un orden aislacionista, poco interesado en el mundo exterior, casi sin comercio exterior, con una estructura social muy elemental y con una marcada tendencia anti-intelectualista. Los muchachos espartanos eran educados desde el primer momento a actuar con una valentía temeraria, con un desprecio total del peligro y de la muerte. La muerte honorable era moralmente el valor supremo varonil. Es probablemente una actitud colectivista ante la vida, que puede resumirse así: sacrificarse y morir por el conjunto social es la única forma honorable de vivir y de perdurar en el recuerdo colectivo.

La sociedad ateniense, abierta al mundo y al comercio exterior -y también a la expansión imperialista-, se dedicó, al contrario de Esparta, a un programa de vistosas construcciones de gran valor estético y militar. Atenas supo jugar con cierto éxito la carta de la astucia práctica, que es tal vez una virtud pedagógica desde cierto punto de vista, el que favorece el éxito como medida positiva de todas las cosas.

Pedagógicamente el mensaje que se puede derivar de la historia es la clásica crítica de la hybris, el pecado por excelencia: la desmesura, la arrogancia y la soberbia no conducen a un fin exitoso a largo plazo ni a una vida bien lograda, como se decía en la Grecia clásica. Considero que las ideas de la reproducción educativa de la vida feliz y buena influyeron en el florecimiento cultural del siglo de Pericles (IV a. C.) porque se dio gracias a la articulación de elementos pedagógicos, como la discusión y argumentación racional de cómo un ciudadano podía llegar a la vida plena basada en una pedagogía del cuidado del alma. Por un lado tenemos una posición pedagógica que puede ser considerada racionalista socrática, cuestionadora; pero por otro lado podríamos tener una pedagogía espartana y colectivista propia de regímenes autoritarios.

Werner Jaeger anota que Platón tuvo que tratar la función pedagógica de la poesía en su obra La República por las incongruencias que se derivaron de este tema. Existe una especie de debate entre la filosofía y la poesía, que en el caso de La República platónica termina con un severo ataque contra Homero, porque precisamente todo el mundo ama a este poeta. Platón reconoce que Homero es el poeta por excelencia y la personificación de la paideia en su sentido tradicional. Pero al mismo tiempo Platón está en contra del valor educativo de la poesía en general y de Homero en particular. Es la lucha de la verdad contra la apariencia. La poesía daña al espíritu de quienes la escuchan si estos no poseen como remedio el conocimiento de la verdad. Y como la inmensa mayoría de los hombres no posee este conocimiento, esa mayoría puede ser seducida por la fuerza estética de la poesía. Platón no critica a Homero por ser un gran poeta, sino por la función educativa de carácter negativo que puede tener la poesía. El poeta, según Platón, no es el hombre del saber sino que imita la vida. La obra poética es el reflejo de los prejuicios imperantes, y el poeta no se sobrepone habitualmente al engaño y la apariencia. Una segunda objeción contra la poesía es que esta última se dirige a los instintos y a las pasiones, a las cuales más bien fomenta. La poesía, por lo tanto, impulsa al ser humano a ceder ante las pasiones y los instintos. La poesía, por consiguiente, es como la fase infantil del desarrollo humano. El poeta tiene una influencia nefasta sobre el alma del hombre porque despierta y nutre nuestras peores pasiones. Por ello hay que desterrar a los poetas del orden perfecto. Homero no puede ser el gran educador del pueblo griego como dice la opinión general. La única educación verdadera es la estrictamente filosófica.

Continuará

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