La energía nuclear: Una forma de vida distinta y vital
18 feb 2018
Adhemar Ávalos Ortiz
Hablar sobre la energía nuclear es referirse a una forma de producción de vida, aunque muy peligrosa. Si no se sabe manejarla se cae en riegos innecesarios. Puede servir, pero también destruir en su inconmensurable poderío. La bomba atómica, apenas A, de Hiroshima, fue un pequeño engendro comparado con la H de las pruebas chinas de 1966. No obstante tiene un lado bueno, con su emisión limitada hacia células malignas de un cuerpo humano puede matar al cáncer. El equipo no vale más de 400 millones de dólares, una bagatela, comparando sus logros.
Se ha producido, últimamente, una campaña pérfida contra su uso más que nada por ignorancia, se han destruido sus méritos limitados en una planta minúscula en términos de sus potencialidades. Y hay que saber diferenciar. Un Instituto de Investigación y Desarrollo, como el de Bolivia con tecnología rusa, usará una pequeñísima parte de las posibilidades de una planta nuclear de producción de energía, las que cuestan hasta 20 mil millones de dólares, no obstante su beneficio es mayor, ya que liberan a la Tierra de la generación de muchos millones de metros cúbicos de CO2, un gas que beneficia, pero que en ciertas cantidades puede ser pernicioso. La diferencia es clara.
La energía nuclear o atómica es la que se libera espontánea o artificialmente en las reacciones nucleares. Sin embargo, este término engloba otro significado que es el aprovechamiento de dicha energía para otros fines, tales como la obtención de energía eléctrica, energía térmica y energía mecánica a partir de reacciones atómicas, y su aplicación es con fines pacíficos o bélicos. Estas reacciones se dan en los núcleos atómicos de algunos isótopos de ciertos elementos químicos (radioisótopos), siendo la más conocida la fisión del uranio-235 (235U), con la que funcionan los reactores nucleares, y la más habitual en la naturaleza es en el interior de las estrellas, con la fusión del par deuterio-tritio (2H-3H).
En los años 1940, como parte del proyecto Manhattan en Estados Unidos, se estudió la posibilidad del uso de la fusión en la bomba nuclear, considerando la posibilidad de una reacción de fisión como método de ignición para una reacción fatal con fines bélicos, sabiendo que podría resultar en una potencia miles de veces superior. Sin embargo, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de una bomba de estas características no fue considerado primordial hasta la explosión de la primera bomba atómica rusa en 1949. Este evento provocó que en 1950 el presidente estadounidense Harry S. Truman anunciara el comienzo de un proyecto que desarrollara la bomba de hidrógeno. El 1 de noviembre de 1952 se probó la primera bomba de este tipo.
El modelo de átomo propuesto por Niels Bohr consistía en un núcleo central compuesto por partículas que concentran la mayoría de la masa del átomo (neutrones y protones), rodeado por varias capas de partículas cargadas casi sin masa (electrones). Mientras que el tamaño del átomo resulta ser del orden del angstrom (10-10 m), el núcleo puede medirse en fermis (10-15 m), o sea, el núcleo es 100.000 veces menor que el átomo. Todos los átomos neutros (sin carga eléctrica) poseen el mismo número de electrones que de protones. Se necesitan más neutrones para mantener la estabilidad del núcleo, lo que se puede cambiar con la actividad humana para transformar beneficiosamente o destruir. Al final el límite radica en la idea de hacer bien o mal.
Explicar estos temas en "cristiano", fuera de la Física resulta difícil, pero la trascendencia del uso de una forma de energía barata puede ser fundamental para la economía, pero más para la medicina. Y hay que olvidarse de las bombas A o H. Son nocivas, pero controlables, lo peor sería seguir quemando petróleo o gas. O debatiendo sobre un futuro necesario, contrario a medioambientalistas fanáticos en su idea de impedir todo, aunque dañe a la Humanidad.
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