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Domingo 18 de febrero de 2018

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Revista Dominical

Un viaje en carnaval

18 feb 2018

Por: Márcia Batista Ramos - Escritora, (mar_bara@yahoo.es)

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Pienso que los días feriados son los mejores para estar en casa, con un buen libro disfrutando de mi espacio, que tanto me gusta. En cambio, él prefiere viajar para conocer algún lugar nuevo, hablar con gente desconocida y almacenar historias que, quizás, las cuente, algún día, espero, en un gran libro.

Así, somos� Tan distintos. Mundos diferentes. Culturas ajenas� Destinos paralelos. Cosmos, eventualmente, encontrados�

En el carnaval pasado decidimos, a sugerencia e insistencia de él, viajar para ir a conocer un lugar distante del mundo, casi perdido, entre el cielo y la nada. Allá a donde no va nadie, donde no vive nadie, pero, un día fue habitado.

Deslizamos sobre el altiplano, impregnándonos de nostalgias, ya que la atmosfera del lugar es propensa a las nostalgias; hasta llegar a un caserío medio deshabitado donde un perro estaba sentado incólume a la vera del camino, mientras la lluvia deslizaba impiadosa sobre su pelo. Eso le llamó la atención, a tal punto, que decidió parquear para observar al extraño perro mojado bajo la lluvia. Mientras su corazón estremecía, por sus pensamientos, sobre todo por lo que pudo haber sido y no fue. Cosa que pasa a cualquier mortal. Siempre existen las decisiones equivocadas y el miedo a buscar nuevas opciones� Unos minutos se pasaron hasta que una movilidad de transporte público paró y la dueña del perro bajó con sus bultos y el animalito se alborotó y empezó a mover la cola y a saltar como si de una fiesta se tratara, y juntos se encaminaron a la casa, donde el perro se quedó en una baranda mientras la mujer entraba. Al tiempo que él, con un nudo en la garganta, a causa de lo que pudo haber sido y no fue, ponía el motor en marcha y se disponía a proseguir.

Siguió hasta un pueblito con algunas construcciones de los años veinte del siglo pasado y otras del siglo anterior al siglo pasado. Cuentan que hubo tiempos de bonanza. Las casas y el templo son los testigos de las épocas de oro. Ahora todos viven de una economía magra fruto de la poca agricultura y ganadería de la zona.

Nos instalamos en el único hotelito del lugar con el murmullo del río a la cabecera.

La noche plácida, cedió lugar a la mañana ruidosa con bandas que recordaban que era sábado de Carnaval. �l se alistó con la meticulosidad de siempre, sin olvidar ningún detalle y por último suspiró profundo, después de haber puesto la tristeza en la mirada.

Salió mirando todo al detalle, escudriñado el espacio y el tiempo, como hace cada vez, igual cuando no se percata de lo que ve, ni de lo que está haciendo. Siempre buscando un no sé qué, tal vez, una mirada que absorba su tristeza. Realmente no sé lo que busca, nunca me lo platicó, ni dejó ver entre líneas; y por mi parte, no soy buena descifrando intenciones ocultas detrás de las miradas tristes.

Por la tarde él filmó las comparsas, no sé si para volver a verlas algún día, o si fue sólo para ocultarse detrás de la cámara mientras miraba. De cualquier forma, por la noche, tímidamente, me envió una copia por e-mail.

El domingo amaneció con los resabios de las alegrías y derroches del sábado de Carnaval, como un engranaje perfecto de día-noche-día� Los gallos no cantaron para anunciar un nuevo día, seguramente, porque entendían que era la continuación del día anterior, con sus intermitencias claro-oscuras a consecuencia de la música y de la algarabía.

El murmullo del río se había mezclado con el festín y el sueño fue agitado, aunque sin sueños ni pesadillas. Era extraño, porque él, normalmente, dormía profundo, en cualquier ocasión, desde bebé, bastaba estar bien arropado y dormía, dormía un sueño tranquilo y sinfín como si no existiera un mañana.

Total. Siempre existen excepciones, son las circunstancias las que definen, por su sutileza, hasta cuándo será todo siempre igual� Esa noche el sueño fue diferente, la luna estaba radiante y luminosa y el viento estaba afuera y adentro de la habitación. Su corazón latía con mayor fuerza dentro de su pecho, queriendo rebozar con cada latido sus sienes, quizás acompañando el ritmo de los bombos que sonaban a fuera.

El domingo de Carnaval no era tan atractivo en el pueblito, además, la idea inicial era ir hasta allá donde no mora nadie, en una punta de la cordillera donde algunas almas dejaron sus cuerpos por creer que era más fácil llegar a Dios estando a un palmo del cielo.

Caminamos un poco por las afueras del pueblo, miramos los nísperos cargados en un terreno lleno de plantas, anduvimos por el puente, donde el río caía con fuerza sobre las piedras, haciendo un ruido tan fuerte como agradable al oído humano. Mientras él pensaba en Angélica, una aprendiz de ayudante de Dios, de una de sus historias que aún no tenía título.

Después subimos por un brazo de la cordillera, por un camino angosto y sinuoso que parecía que terminaría en la próxima curva y que nos quedaríamos atrapados sin poder maniobrar, ni bajar del carro, entre la roca y el precipicio. Pasamos por un túnel oscuro y húmedo, cavado en la roca, sin el menor signo de soportes u obras de ingeniaría, totalmente rústico, improvisado, con agua vertiendo por las paredes� Propio de una época anterior al siglo veintiuno.

En fin, después de partir el alma en pedazos y desparramarlos por los vertiginosos paisajes humedecidos por una persistente llovizna, que se entremezclaba con una neblina espesa, llegamos.

Llegamos a la cima del mundo, con hambre, por el stress causado por las curvas ciegas y la neblina que invisibilizaba el camino. La calle simétrica con las casas de madera revestidas con hojas de calamina, para aislarlas del frío, todas cerradas con candados, parecían que nunca fueron habitadas; una especie de plaza con una media docena de bancos de cemento, los postes de fierro bien plantados, en un paraje tan frío, que jamás conoció un árbol.

Allá el tiempo dejó de existir. Siempre sería un día sin fecha en el calendario. Será hoy, apenas� Un lugar donde siempre sería hoy cuando alguien volviera a pisarlo. Allá no había carnaval o todo santo, o el día que fuera. Estaba todo parado. Inerte; seco.

Un mundo silencioso, sin ruido de pájaros, de gente o de perros�

�l miro todo sin pronunciar palabra. Fotografió cada rincón con su belleza muerta� Buscó una historia�

Miró hacia abajo y vislumbró un río que parecía un hilo plateado en la profundidad del peñasco. Como el cordón de plata que une el cuerpo al alma. Adornado, es lógico, por la neblina. Arriba el cielo. El cielo nublado tan cerca, que casi daba para tocarlo con la punta de los dedos.

Sus ojos tristes, cargados de pasado, escudriñaron todo, cada rincón, cada techo despintado y cada piedra, que yacía despiadada ocultando, silenciosamente, los recuerdos de otros tiempos; sus ojos buscaron una mirada en cada ventana cerrada y en cada puerta aldabada. Después, como el frío traspasaba sus vestiduras, sus carnes y sus huesos, queriendo congelar hasta su alma, decidió regresar.

Yo, como siempre, estuve silenciosa todo el tiempo; algunas veces escuchando sus pensamientos, pero, siempre a su lado; volando en otra dimensión� Acompañándolo de otra manera. Recuerdo a la perfección: por esos días de carnavales, yo era simplemente el viento.

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