"Estoy muy bien. Hace dos dÃas tuvo lugar una agradable batalla en Pantin y en Montmartre. Fui testigo de la toma de esta montaña. Todos se comportaron bien, no hubo el menor desorden. Los mariscales ejecutaron prodigios. Quedo a la espera de noticias tuyas y de lo que ocurre en tu hogar, y en el de M. de Saint-Vallier. La familia está bien. Yo estoy viviendo en casa".
El párrafo anterior corresponde a una carta escrita por Henri Marie Beyle, dirigida a su hermana Pauline y fue datada el 1º de abril de 1814 en las afueras de ParÃs.
Al leer esa misiva uno se pone a analizar y cuestionarse, si podÃa haber en algún momento gente que fuera capaz de ir a un lugar alto en las afueras de su ciudad para sentarse y ver una batalla como quien observa una pelÃcula, y entonces la respuesta es inmediata, claro que sÃ, es lo que se hace justamente cuando se va al cine, con la diferencia que en la sala oscura, conscientemente uno sabe que nadie está muriendo en realidad, por lo que se pueden devorar las pipocas sin mayor remordimiento.
Este fin de semana de carnaval, trágico como pocas veces se ha visto, trajo consigo muchos recuerdos y enormes reflexiones que son muy necesarias de hacer, porque como sociedad, si no somos capaces de vernos a nosotros mismos, criticarnos y comprometemos a mejorar, no somos dignos de llamarnos civilizados.
Cuando cayó la pasarela el año 2014, las declaraciones inmediatas del presidente de los conjuntos folklóricos de Oruro y de la misma Alcaldesa me dejaron atónito, cuando indicaron que la fiesta del domingo no se podÃa detener debido a la enorme cantidad de recursos involucrados en la fiesta carnavalera y que la gran cantidad de personas cuya economÃa dependÃa justamente de esa jornada, no permitÃan de manera alguna hacer una pausa y que sólo se podÃa dar toda la colaboración posible a los afectados.
Lo peor de aquello es que además, nunca se hizo nada de lo prometido. No se asistió a los damnificados como era debido, no se investigó el incidente, no se sancionó a los culpables y como en Bolivia pasa todo y no pasa nada, esa vez tampoco nada sucedió, pero la población de Oruro en general quedó muy mal parada, por no haber sido ellos los que demanden a sus autoridades que se detenga la fiesta pues por sensibilidad y solidaridad, no se deberÃa seguir bailando sobre el dolor que causó el accidente y lógicamente los fallecidos.
El sábado pasado, la tragedia no fue menor, cuando el desastre tocó las mismas puertas de la peregrinación a menos de 100 metros, en un momento en el que la alegrÃa estaba en su punto máximo y seguramente más de la mitad de los asistentes ya estaban en plena jarana.
La fiesta siguió como si nada y se podÃa entender tal situación ya que a diferencia de lo sucedido cuatro años antes, el incidente en esta ocasión no bloqueó la ruta de los danzantes y estaba muy lejos del epicentro de la alegrÃa. Pero el dÃa domingo debió de haberse suspendido.
No es posible que sólo podamos tener sentido común ante las situaciones extremas y que los primeros acontecimientos acaecidos en Tupiza, Yacuiba o Tiquipaya no hayan sido suficientes como para que tengamos clara la pelÃcula de saber que no podÃamos divertirnos por encima del sufrimiento de los compatriotas que lo han perdido todo.
Felizmente el Alcalde de Cochabamba, probablemente escuchando a gran parte de su población, fueron junto a la Alcaldesa de la ciudad de El Alto, los únicos en hacer uso de dicho sentido común y le pidieron a su gente que en base a la solidaridad se eviten el despilfarro y el derroche haciendo la cara a un lado para evitar ver la desgracia del vecino.
Otras ciudades deberÃan adoptar la iniciativa y en La Paz que va a terminar la fiesta grande con el famoso entierro del pepino, el burgomaestre Revilla deberÃa imitar a su colega del Valle y procurar que la ciudad del Illimani, solidaria como es, no haga gala de la insensibilidad de muchos de sus habitantes.
Somos humanos y lo que nos diferencia de las bestias es que nosotros antes que instinto tenemos razón, la que nos ayuda a ser racionales para poder discernir lo bueno de lo malo, lo alegre de lo triste, lo sensato de lo incongruente y con esos conceptos establecer que hay instantes en los que a diferencia de lo que pasa en el teatro, el show no debe continuar.
Que vuelva a todos nosotros la capacidad de frenar cuando se debe y aunque todos nuestros planes se vengan abajo, gobiernen en nuestro ser, los preceptos de Dios de respeto, solidaridad y amor por el prójimo.
(*) Es paceño, stronguista y liberal
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