Jueves 15 de febrero de 2018
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Los caudillos, para ser recordados, suelen mandar que se erijan monumentos, estatuas, museos, calles y avenidas -cuando no ciudades- que lleven su nombre. Este culto a la personalidad fue expuesto sin lÃmites en la era del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, que pretendió que la capital de su paÃs sea llamada por siempre Ciudad Trujillo. El dictador Josef Stalin, en 1925, cambió el nombre histórico de la ciudad rusa Tsaritsyn, que llevó ese nombre durante más de tres siglos, y la rebautizó como Stalingrado. A la disolución de la Unión Soviética, fue nominada Volgogrado. Luego, cientos de estatuas de Stalin fueron retiradas de las ciudades rusas.
Una imagen recorrió el mundo a la caÃda del dictador iraquà Saddam Hussein, mostrando cómo se desmontaba su enorme estatua en Bagdad. Fueron muchos los monumentos derribados: un busto del filipino Ferdinand Marcos, de 30 metros de alto; los monumentos de dictadores como Kabila en la República Democrática del Congo, de Kim Il Sung y Kim Jong Il, en Corea del Norte, y un muy largo etcétera.
