En tiempos de carnaval nadie está libre de caer en tentaciones, tanto más si el averno abre sus puertas en estos días de par en par. Y también se sabe que esos seres, por ser invisibles, andan por todo lado sin que nadie pueda advertir su presencia; por eso es necesario aclarar o puntualizar, como saben decir los políticos, de qué personaje estamos hablando.
Existen, por ejemplo, los diablos de las famosas "entradas", a los que sí es posible verlos y escucharlos; son los típicos danzarines de carnaval; los grandes animadores de fiestas; para que no se les confunda con esos otros, llevan por fuera un vistoso disfraz; a su paso rítmico y musical contagian su regocijo incluso al más pasivo y apático turista de las graderías. Es el diablo inofensivo que baila por devoción a algún santo o santa; es el genuino embajador de la alegría en este valle de lágrimas.
En cambio, para mal de los pesares humanos, existen también esos otros temibles personajes, parientes cercanos de Luzbel, de Belial o directamente del demonio, o acaso del satán mismo. No bailan pero hacen bailar a cualquiera en la boca de la gente. Encuentran su mejor momento para actuar los días festivos de carnaval porque pueden mimetizarse o pasar inadvertidos. Ya se verá, son los malos de la película.
Por eso es una locura tomar en este tiempo cualquier decisión en asuntos muy delicados, como los que conciernen, por ejemplo, a la eficiencia del aparato estatal. Resulta fácil equivocarse; tomar gato por liebre. Eso ha debido ocurrir en el cambalache del gabinete ministerial. Al principio nadie podía creer que el mariscal de la Calancha había vuelto, nada menos que allí donde se requiere mucha serenidad y templanza, a fin de que el jefazo no se dispare ni haga disparar a nadie. Pero como era tiempo de carnaval y de locura, aquello sonaba a broma. Efectivamente, y de peso pesado.
Y fue todavía peor el procaz insulto a una ministra. De no estar en tiempos de carnaval y de bromas pesadas, esa denigrante alusión a la empleada doméstica de origen campesino, habría merecido cuando menos una enérgica condena. Pero está ahí el hombre, sereno y tranquilo como si no hubiera dicho nada, ejerciendo un alto cargo en la burocracia ministerial. Así son las cosas en este typical país.
Y desde aquel lugar donde dicen que se marca exactamente la mitad del mundo, léase Ecuador, ha venido la otra mañana una lección terrible para los caudillos de la ALBA. Razón tuvo el ex presidente Guevara al definir la política como el arte de tragarse sapos. A Correa le tocó tragarse un enorme batracio. Pretendía que el referendo aprobase la elección indefinida, y los ecuatorianos le dijeron - lo mismo que a Morales en Bolivia el 21 de febrero - NO a la dictadura. La democracia es alternancia, es independencia de poderes, es libertad de prensa y de expresión. ¿Es difícil comprender eso?
(*) Escritor, miembro del PEN Bolivia
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