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La rebeldía de los orureños - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Martes 06 de febrero de 2018

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Separata 10 de Febrero

10 de Febrero de 1781:

La rebeldía de los orureños

06 feb 2018

Por: Ximena Miralles Iporre, Directora de LA PATRIA

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En muchas ocasiones los orureños demostraron su espíritu aguerrido. Los nacidos en Oruro suelen ser personas tranquilas; muchos foráneos consideran que en esta tierra altiplánica el tiempo se detiene, porque pareciera que el único alboroto que ocurre una vez al año es el Carnaval. Pero cuando a un quirquincho (Apodo que recibimos los nacidos en esta alta tierra) se le toca las fibras más íntimas y se le ataca en sus intereses es capaz de pelear como los titanes más valientes.

Algo similar ocurrió en 1781, pues lo que ocurrió el 10 de febrero de ese año fue una muestra de la rebeldía de los orureños, pues la altanería con que el corregidor Urrutia trataba a criollos, mestizos y originarios, pues no permitió que se eligiera a un alcalde de entre los criollos, más los impuestos que estaban en alza para sustentar una guerra de sucesión en España, y la obligación de comprar artículos innecesarios llevaron a un descontento general que crecía como el vapor dentro de una olla de presión, al punto que en algún momento tenía que estallar.

De acuerdo con el investigador orureño Alfonso Gamarra Durana, en su libro Panorama del Acontecer Heroico en Oruro, "la misma idea de libertad no ha debido ser más que un plan de liberación de obligaciones sociales y económicas. Si analizamos con desapasionada objetividad veremos que lo que se propusieron fue únicamente vivir con dignidad, sin pensar en autonomía o panoramas republicanos".

Según Ángel Torres Sejas, en su libro Oruro en su Historia, a mediados de enero de 1871, se confirmaron las sublevaciones en varias regiones de lo que hoy es el departamento de Oruro, y "lo grave fue que en estos estallidos, los españoles que no tuvieron tiempo de abandonar sus haciendas, fueron cruelmente muertos".

Enterados de esto, se reunieron las autoridades del Cabildo para considerar la situación que se vivía en las cercanías de la villa, por lo que prefirieron estar preparados, los mayores de edad debían recibir instrucción militar. Urrutia tenía muchas razones para pensar en una incursión de la indiada, por lo que hizo convocar al Cabildo para el 31 de enero, para analizar las posibilidades de defender la villa de una arremetida rebelde.

Fue así que se dispuso el acuartelamiento de civiles que recibirían instrucción militar. Entre los acuartelados habían criollos, mestizos y negros esclavos. Se contaba con militares profesionales como el Tcnl. Francisco Barrón, el Sgto. My. Joaquín Rubín de Celis y el Cap. Clemente Menacho, éste decidido parcial de los Rodríguez, además, comandante de una de las compañías que tenía como a tenientes a su cuñado Antonio Quirós y José Azurduy, como sargentos a Sebastián Pagador y Felipe Miranda, según refiere Ángel Torres.

La presencia de estas tropas aliviaron la tensión y el temor a los indios alzados, pero a la vez comenzó a gestarse entre los acuartelados una conspiración, pues Jacinto Rodríguez y sus hermanos Juan de Dios e Isidro eran personalidades influyentes en la villa. El primero era más dado a la política por lo que envió a gente de estrecha confianza a apoyar a los alzados de otras regiones, indicándoles que les ayuden a redactar sus proclamas, como en el caso de los hermanos Katari y también apoyando a Túpac Amaru, con quienes mantenía inclusive correspondencia secreta.

Muchas personas apoyaban a Rodríguez y lo apreciaban, no sólo a él sino a quienes le seguían también. Por eso cuando se corrió el rumor de que el Corregidor Ramón de Urrutia quería darle muerte por ahorcamiento, a su hermano Juan de Dios, a Manuel de herrera y a otros potentados criollos de la villa, reaccionaron con gran inquietud. El 8 de febrero se amaneció con ese chisme, además circularon manuscritos en apoyo a Tupac Amaru y se coreaba estribillos anti españoles.

Los rumores iban en aumento. Los españoles temían ahora una sublevación de criollos y los familiares de los acuartelados estaban preocupados de que sus familiares sean muertos por los chapetones, como se conocía también a los españoles. En vano Urrutia intentó entrevistarse con Rodríguez para aclarar los dichos de la gente del pueblo.

Para el 9 de febrero la tensión subió tanto que los familiares de los conjurados ya daban por ciertos los rumores de que los chapetones querían enfrentar a los indios, pero poniendo por delante a criollos y mestizos, para que aquellos den la vida por los europeos. Otro tanto ocurría en el bando contrario, los españoles creían que en cualquier momento ocurriría una incursión de la indiada y su alianza con los mestizos y criollos.

El hecho de que se mantuviera a los conjurados "desarmados y acuartelados" hizo presentir lo peor, por lo que la tensión durante el día fue acrecentándose aún más. El Tte. Nicolás Herrera, de la compañía al mando del Cap. Menacho recorrió las principales calles de la villa, dado voces de traición de parte de los chapetones, muchas personas que tenían parientes entre los milicianos lo imitaron y se corrió el rumor por todas partes, creciendo la angustia entre los familiares de los conjurados.

Finalmente este hecho provocó que esposas, hijas y otros parientes de los soldados se acercaran al cuartel para prevenir y mal armar a los suyos portando armas blancas. No menos preocupados los chapetones se dirigían, portando armas y bienes de valor, a la casa de propiedad de Diego Flores, alquilada a José de Endeisa, un rico comerciante español.

Una de las primeras en llegar al cuartel fue la hija de Sebastián Pagador, Lita, quien contó a su padre lo que en las calles se decía. ?ste tuvo la certeza entonces de que la rebelión estaba en marcha.

La noche del 9 de febrero, Pagador lanzó entonces su famosa proclama, en la que si bien se habla de patria, no se pensaba en ella como una república, sus palabras textuales fueron las siguientes:

"Amigos, paisanos y compañeros: Estad ciertos que se intenta la más aleve traición contra nosotros por los chapetones, esta noticia acaba de comunicárseme por mi hija. En ninguna ocasión podemos mejor dar evidentes pruebas de nuestro honor y amor a la Patria, sino en ésta", estas fueron las primera palabras de la proclama. No estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémoslas, gustosos en defensa de la Patria y la libertad, convirtiendo toda la humildad y rendimiento que hemos tenido con los españoles europeos, en ira y furor y acabemos de una vez con esta maldita raza".

La importancia de esta proclama es el espíritu de patriotismo que infunde en los conjurados, al decir de Gamarra Durana, son frases "que penetran al fondo de las conciencias, les sirve como lección de patriotismo y tienen la virtud de que sean repetidas hasta en los rincones de Oruro".

En la mañana del 10 de febrero, al toque de diana, muchos soldados abandonaron el cuartel en aparente deserción que vanamente intentó detener el Corregidor Urrutia.

Transcurrió el día, algunos iban y venían de la casa de Rodríguez, otros iban a las minas cercanas a buscar hombres. Pero al anochecer se escucharon pututus cuyo sonido continuó mientras la gente del bajo pueblo, artesanos, mineros, se reunían en la colina del Conchupata. Los españoles dispusieron hombres armados en las esquinas de la plaza Mayor y la del Regocijo (Hoy Manuel de Castro y Padilla).

Al ver que la situación salía de control, Urrutia optó por huir a Cochabamba, mientras algunos paisanos suyos se parapetaban en la casa de Endeiza y otros más se refugiaban en conventos.

Los rebeldes no encontraron resistencia en la plaza Mayor así que se encaminaron hacia la casa de Endeiza, de donde se hicieron disparos de arma de fuego, al aire, pero en lugar de persuadir a los alzados ese hecho exaltó aún más los ánimos.

Cabe resaltar que el día mismo de la rebelión, es decir el 10 de febrero, no hubo participación de indígenas, pues ellos llegaron recién el día 11. Durante toda la noche y en la madrugada duró la refriega, pues aunque hubo saqueos, los españoles continuaban resistiendo desde la casa de Endeiza, sin que alguno hubiera perdido la vida aún. Al contar las bajas en las filas de los criollos y mestizos, prendieron una hoguera e iniciaron un voraz incendio, entre los hispanos, unos resistían aún con sus armas y otros optaron por escapar por los tejados, pero fueron muertos a pedradas, los que salían en actitud de rendición se los mataba a pedradas, con lanzas o a golpes de palos.

Al amanecer del 11 continuaba el combate. Una procesión intentó salir de la Merced, pero ante lo cruento de la refriega volvió sobre sus mismos pasos.

El mercedario Patricio Gabriel Menéndez fue a pedir a Jacinto Rodríguez que apaciguara los ánimos de sus seguidores. Desde la ventana del Cabildo se preguntó a la muchedumbre lo que deseaba, y ésta respondió que querían a Rodríguez como Justicia Mayor y que tanto el Corregidor Urrutia como los demás chapetones fueran desterrados.

Se proclamó a Jacinto Rodríguez como nuevo Corregidor. En la tarde de ese día llegó el primer contingente de indios para apoyar a los alzados, se pusieron a disposición de Jacinto Rodríguez. Comenzaron los saqueos por parte de los naturales, que conforme pasaban los días eran más numerosos, robaban lo que podían y estaban alborotados, inclusive llegaron a profanar templos, no permitían la sepultura de los españoles muertos en las calles y a los que encontraban escondidos en las iglesias los mataban, aprovechando también de robar los valores que podían.

Las autoridades en vano trataron de controlar a los indígenas que al influjo del alcohol seguían saqueando y acabando con las provisiones de comida. Además que para entonces ya doblaban la población de 5 mil que moraban en la villa antes de la revuelta.

Los habitantes de la Villa de Oruro estaban tan asustados que salían a la calle vestidos con el atuendo multicolor de los nativos.

La gota que derramó el vaso fue que quisieron saquear las Arcas Reales y Sebastián Pagador intentó impedirlo, ya que los caudales estaban reservados para cubrir gastos del arribo de Tupac Amaru y sus huestes. Al cumplir su deber de guardar esos valores rompió la cabeza de uno de los originarios, lo que enardeció los ánimos de éstos, en principio condujeron a Pagador ante el Corregidor, pero cuando lo llevaban preso lo golpearon y apuñalaron hasta darle muerte.

Los criollos temieron por sus vidas y llegado el día 16 tomaron la determinación de expulsar a los naturales, un tumulto armado de piedras y palos hizo retroceder a los indígenas hasta sus comarcas.

El día 19, habían cesado los tumultos y en la tarde salió una solemnísima procesión de sangre, que salió de la Merced y se detuvo frente al edificio del Cabildo.

Un mes después, los expulsados indígenas estaban muy molestos con los habitantes de la villa por lo que la mantenían cercada, hasta que llegó de Cochabamba José de Ayarza junto a un ejército y comerciantes bien provistos.

La presencia de estos supuso el restablecimiento del poder colonial, por lo que no se habla de una revolución en este caso ya que no supuso un cambio radical como ocurrió en 1825 al lograr la independencia de las colonias hispanas en América, pero esa ya es otra historia.

BIBLIOGRAFÍA

Gamarra Durana, Alfonso: Panorama del Acontecer Heroico en Oruro, Oruro, Latinas Editores, 1998

Torres Sejas, Ángel: Oruro en su Historia, La Paz, Editorial Juventud, 1994

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