Sebastián Pagador encendió la chispa para la sublevación del 10 de Febrero

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El caudillo, Sebastián Pagador, fue quien encendió la chispa para la sublevación del 10 de febrero de 1781, a raíz de un tumulto que se había creado en el cuartel, por una supuesta traición de los españoles hacia los criollos y mestizos.

Era el día 9 de febrero, cuando entre el cuartel y la población misma, se creó el rumor de que los chapetones (españoles recién llegados a América), tendrían la firme convicción de matar a los criollos y mestizos esa noche.

Eso provocó zozobra en la población de la Villa de San Felipe de Austria, hoy Oruro, y empezó a haber un tipo de tumulto en el cuartel, donde estaban criollos y mestizos.

Por otra parte, se habló de una incursión a la Villa que la indiada pensaba hacer en alianza con los criollos y mestizos, esto fue calificado como conspiración en contra de la Corona española.

La indiada, esperando tomar partido por uno de los bandos, aumentaba la tensión con rumores que magnificaban la situación, como Ángel Torres Sejas, señala en su libro "Oruro en su Historia", echando más agua al molino y agravando el ambiente de inquietud.

Al llegar la tarde se hicieron más ostensibles las voces de que los españoles tramaban para esa noche la muerte de criollos y mestizos, que por algo se los mantenía acuartelados y sin armas, pues más antes se les había despojado de su armamento por miedo a traición.

El hecho que exaltó aún más los ánimos, fue que el teniente Nicolás Herrera, de la compañía al mando del capitán Menacho y del que Sebastián Pagador era sargento, salió a las calles de la Villa dando voces de traición de parte de los chapetones, otros se sumaron a este tumulto y empezaron a señalar que sus parientes milicianos estarían acuartelados, listos para ser acribillados.

Así el rumor iba cobrando fuerza y se empezaron a reunir en la casa de Jacinto Rodríguez, los familiares de los milicianos dieron por cierta la decisión de los españoles de quitar la vida a los criollos principales y los acuartelados, así surgió la idea de que alguien debía avisar a los criollos y mestizos para que se defiendan.

Debido a ello, las esposas, hijas y otros parientes de los soldados, portando armas blancas, se dirigieron hacia el cuartel con el fin de prevenir y ayudar a que los suyos se armen de puñales, dagas y otros.

En tanto los chapetones, alarmados por lo que estaba sucediendo, se dirigían con rapidez, armados y portando bienes de valor, a una casa con balcones en la plaza de Regocijo para su propia defensa, lo que en sí confirmó el peligro en que se encontraban los acuartelados.

Por parte de los milicianos, la hija de Sebastián Pagador, Lita, fue la primera en llegar al cuartel, llamó a su padre y llorando le relató lo que estaba ocurriendo en las calles a tiempo de entregarle algún arma punzante.

Detrás de ella, llegaron las otras mujeres, que a voz en cuello gritaban a sus familiares lo que pretendían hacer los españoles, lo cual exaltó los ánimos de los acuartelados.

Las tropas de las cuatro compañías se alarmaron e inquirieron de qué se trataba, resaltando en las respuestas anti-españolas las de la compañía del Capitán Menacho, asumiendo el Sargento Pagador, desde ese momento, franca actitud de sublevación con eco en sus camaradas y en la gente reunida en la Plaza Mayor.

Así es que Sebastián Pagador, ante los milicianos de dentro y los familiares de fuera, se dirigió a todos con expresiones que no dejaban dudas a la rebelión que ya estaba en marcha, proclamó y dijo:

"Amigos paisanos y compañeros: estad ciertos que se intenta la más aleve traición contra nosotros por los chapetones, esta noticia acaba de comunicárseme por mi hija. En ninguna ocasión podemos mejor dar evidentes pruebas de nuestro amor a la Patria, sino en esta. No estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémoslas, y el rendimiento que hemos tenido con los españoles, convirtamos en ira y furor y acabemos de una vez con esta maldita raza".

Con estas palabras, Sebastián Pagador encendió la chispa de la sublevación del 10 de febrero.

Al tumulto que ya se había formado, se sumó el rumor de que los españoles estaban prontos a victimar a Jacinto Rodríguez, de manera que amigos y partidarios se dirigieron a su casa con la finalidad de defenderlo de cualquier ataque.

Pasadas las diez de la noche, continuaba el tumulto en la plaza, en tanto alguna gente se apostaba frente a la casa ocupada por José de Endeiza, sin mayores consecuencias.

En horas de la noche, pronto a ser 10 de febrero, los ánimos estaban agitados, y los milicianos, que antes no tenían armas de reglamento porque los españoles los habían despojado por miedo a la traición, ahora estaban armados con cuchillos, dagas y piedras, pero permanecían acuartelados, mientras sus parientes incitaban a abandonar la milicia.

En tanto, por parte de los chapetones, aclararon nada, ni intentaron poner orden a la confusa situación que se había formado, tal vez porque todos se concentraron en la casa de la plaza del Regocijo, de propiedad de Diego Flores, pero la alquilaba al rico comerciante José de Endeiza.

Al no conocerse ninguna aclaración, y escuchando la proclama de Sebastián Pagador, se desató la sublevación del 10 de febrero de 1781, fecha que Oruro celebra su efeméride departamental.

Fuente: LA PATRIA