Miercoles 31 de enero de 2018
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Alguien dijo que es feliz aquel que no conoce más río que el de su tierra, esto puede ser cierto tratándose particularmente de artistas del canto y de la música; porque el talento se sustentan con más vigor en un ambiente propio de la tierra que lo cobija. Diríase - en otros términos - que cuando un árbol no se desarraiga, crece aún más próspero y más lozano.
Sin embargo, a veces el destino es como el áspero viento que nos cruza por el camino, sin que sea posible detenerlo ni dirigir su curso. Así también hay talentos que se dispersan hacia fuera por diversas causas inevitables; son forasteros en otras latitudes del mundo, entregados muchas veces al azar de la suerte. Pero llevan en su corazón y en su alma los sentimientos más entrañables de la patria involuntariamente abandonada.
El talento enlazado con ese sentimiento fructifica después con el sello propio del país de donde procede. Esto es lo que ocurrió con el artista y compositor don Mario Quiroga Saavedra, oriundo de Tarata, Cochabamba. Muy pronto, en plena juventud, tomó el camino del exilio voluntario. Esa prolongada ausencia se desgranó en años casi inadvertidamente. Cincuenta años es casi toda la vida; permaneció ese tiempo en Buenos Aires. A veces uno se aleja sin querer; la ineptitud del medio suele convertir en símbolo el desarraigo de los artistas que ese medio expulsa o los desconoce.