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Domingo 28 de enero de 2018

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Un modernista de América: Ricardo Jaimes Freire

28 ene 2018

Fernando Diez de Medina

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Suele darse disímiles hombre y escritor. A veces buscamos detrás de la persona seductora, y surge la pluma basta. El talento creador rara vez supone el don de simpatía. Es difícil encontrar en el mismo plano al que vive y al que escribe. Se comprende, por ello, la desconfianza instintiva de muchos: ¿para qué conocer al escritor predilecto? Es mejor admirarlo en sus libros; el contacto personal desmedra. Sucede, con frecuencia, que el hombre de todos los días no empareja con el creador literario. Los primores de lo vulgar no satisfacen al buscador de belleza. La experiencia sugiere que si se halló un autor delicioso, más vale admiración lejana que conocimiento directo. Cuidémonos de unir lo literario con lo humano: son mundos diferentes.

Ricardo Jaimes Freyre pudo afrontar victoriosamente el doble ministerio de la inteligencia y la personalidad.

Desde la figura bizarra -mostachos mosqueteriles, chambergo alado, atuendo en el verter- hasta las complejidades de su psicología torturada por vuelos metafísicos, todo en el gran potosino fue rico de originalidad. Brilla en la diplomacia como gran señor: hay memoria de sus célebres actuaciones en Washington y en Santiago. Incursiona en la política sin alterar la elegancia de su estilo personal, siempre seguro de sí, grave y reposado, con ese aire de majestad que evocaba un lienzo de Tiziano. Fue Canciller de la República, notable orador en el Parlamento, Ministro y hombre de consejo en el gobierno de Saavedra. Si el poeta brilló muy alto, el hombre de mundo no quedó a la zaga. Lució en cátedra, en polémica, en ensayo. Como toda inteligencia superior, gustaba de la juventud y del aplauso; ninguno le fue escatimado. Hombre y poeta seducían con dócil atractivo. Y era tan versátil su genio, tan inasible su personalidad, que para uno de sus biógrafos aparece como figura del Renacimiento; en tanto que otro solo ve su alma medieval acosada por desvaríos trascendentales.

Jaimes Freyre dejó imitaciones en Bolivia, discípulos en la Argentina. Ni unos ni otros alcanzaron la estatura del maestro. Solitario, desdeñoso, auténtico aristócrata del espíritu, no caerá en la miseria bohemia del ruiseñor de Nicaragua, ni en el torvo abandono del trompetero del Plata. Aunque el destino le hubiera dado menor gravitación nacional que a Darío y a Lugones, lució con ambos en el esplendor del modernismo sudamericano. Si el primero es la lira viva, y el segundo más torrencial para el deslumbramiento idiomático, el boliviano los supera en el hondo señorío de la persona, en el severo recogimiento de su poesía: tan noble y alta, tan depurada de preciosismos y retóricas inútiles, que se diría una columna dórica, severa, esbelta, en medio de la fronda modernista.

Todo un señor, todo un poeta.

El humanista fue más conocido en la Argentina. Se representaron su drama histórico en verso LOS CONQUISTADORES y su drama en prosa LA HIJA DE JEFTHE. Se difundieron sus valiosos estudios históricos sobre el Tucumán colonial, entre los cuales sobresale HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO DE TUCUMÁN. Historiador de vocación versado en disciplinas clásicas y en osadías modernas, Jaimes Freyre tuvo la necedad y probidad del crítico: manejó la prosa como pulió el verso, con precisión, economía expresiva, y un sintetismo estilístico verdaderamente magistrales. Leerlo es un placer.

Sus famosas LEYES DE LA VERSIFICACI?N CASTELLANA, que llamaron la atención en el mundo de habla hispánica, constituyen una nueva teoría métrica, equivalen a un descubrimiento del mecanismo interno del verso. De ellas ha dicho Julio Cejador, reputado crítico español, que "son la única teoría verdaderamente científica en la materia." Por solo esta proeza mental ganaría el potosino título de innovador.

Fernando Diez de Medina Guachalla. La Paz, enero 14 de 1908 - septiembre 21 de 1990. Poeta, novelista, narrador y destacado hombre público. A propósito de su obra, Juan Quirós afirma: Incansable hombre de letras, puede decirse de él que murió con la pluma en la mano o frente a su máquina de escribir. Sobresalió como pensador y ensayista dedicado a descubrir los meandros del ser boliviano y todos los elementos que forman el cuadro de la identidad nacional, con su cortejo de sus mitos innumerables. Alabado por unos y negado por otros, en una cuenta final, Fernando Díez de Medina seguirá surgiendo en la escena de nuestras letras como uno de sus representantes más calificados; quien por el trabajo que realizó tiene la posterioridad asegurada.

Publicaciones. Poesía: Clara Senda (1928); Imagen (1932); El arquero (1960); El sueño de los arcángeles (1961); Mateo Montemayor (1969); Ollanta, el jefe kolla (1970); Laudéé a la España muy amada (1971). Ensayo: El Velero Matinal (1935); Thunupa (1947); Literatura Boliviana (1953); Sariri (1954); El General del Pueblo (1972); El Guerrillero y la Luna (1972); Teogonia Andina (1973); Nayjama, introducción a la mitología andina (1974); Imantata, lo escondido (1975). Biografía: El Arte Nocturno des Víctor Delhez (1938); Franz Tamayo, El Hechicero del Ande (1942). Narrativa: La Enmascarada (1955). Crónica: Desde la profunda Soledad (1968).

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