La experiencia interior responde a la necesidad en la que me encuentro -y conmigo, la existencia humana- de ponerlo todo en tela de juicio (en cuestión) sin reposo admisible.
Esta necesidad funcionaba pese a las creencias religiosas; pero tiene consecuencias tanto más completas cuando no se tienen tales creencias.
Las presuposiciones dogmáticas han dado lÃmites indebidos a la experiencia: el que sabe ya, no puede ir más allá de un horizonte conocido.
He querido que la experiencia condujese a donde ella misma llevase, no llevarla a algún fin dado de antemano.
Y adelanto que no lleva a ningún puerto (sino a un lugar de perdición, de sinsentido).
La experiencia no revela nada, y no puede ni fundar la creencia ni partir de ella.
La experiencia es la puesta en cuestión (puesta a prueba), en la fiebre y la angustia, de lo que un hombre sabe por el hecho de existir.
Aunque en esta fiebre haya algún tipo de aprehensión, no puede decir: "He visto esto, lo que he visto es tal"; no puede decir:
"He visto a Dios, el absoluto o el fondo de los mundos"; no puede más que decir: "Lo que he visto escapa al entendimiento", y Dios, el absoluto, el fondo de los mundos, no son nada si no son categorÃas del entendimiento.
Si yo dijese decididamente: "He visto a Dios", lo que veo cambiarÃa.
De cualquier modo, Dios está unido a la salvación del alma -al mismo tiempo que a las otras relaciones de lo imperfecto con lo perfecto-. Pero, en la experiencia, el sentimiento que tengo de lo desconocido es inquietamente hostil a la idea de perfección (la servidumbre misma, el "deber ser").
Leo en Dionisio Areopagita (Los nombres divinos, 1, 5): "Los que por el cese Ãntimo de toda operación intelectual entran en unión Ãntima con la inefable luzÂ? no hablan de Dios más que por negación."
Asà sucede desde el momento en que es la experiencia la que revela y no la presuposición (a tal punto que, a los ojos del mismo, la luz es "rayo de tinieblas"; llegará a decir, según Eckhart: "Dios es la nada"). Pero la teologÃa positiva -fundada sobre la revelación de las Escrituras- no está de acuerdo con esta experiencia negativa.
Del mismo modo, tengo a la aprehensión de Dios, aunque fuese sin forma ni modo (su visión "intelectual" y no "sensible"), por un alto en el movimiento que nos lleva a la aprehensión más oscura de lo desconocido: de una presencia que no es distinta en nada de una ausencia.
Dios difiere de lo desconocido en que una moción profunda, que proviene de las profundidades de la infancia, se une primeramente en nosotros a su evocación.
No nos desprovee nunca de todo en todos los aspectos, pues las palabras, las imágenes disueltas, están cargadas de emociones ya experimentadas, fijas a objetos que las unen a lo conocido.
De esta manera, no morimos del todo: un hilo, tenue sin duda, pero un hilo, une lo aprehendido al yo (aunque hubiera ya roto su noción ingenua, Dios sigue siendo el ser cuyo papel ha expuesto la Iglesia).
No nos desnudamos totalmente más que yendo sin hacer trampas a lo desconocido.
¡Oferta!
Solicita tu membresÃa Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del dÃa en PDF descargable.
- FotografÃas en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.