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Domingo 28 de enero de 2018

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Cultural El Duende

La Academia de Ciencias: logros y problemas

28 ene 2018

H. C. F. Mansilla

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Primera de dos partes

La Academia Nacional de Ciencias de Bolivia fue fundada el 23 de septiembre de 1960. Para que esto sucediera, concurrieron probablemente diversos factores. Algunos sectores de la alta administración pública y del ámbito universitario se percataron de la estrecha vinculación entre los avances científicos y tecnológicos, por un lado, y el desarrollo socio-económico, cultural y político de las sociedades, por otro. Eran los años en que los conceptos claves de crecimiento, desarrollo y progreso adquirieron el aura de lo obligatorio e imprescindible, los años en que se creía en la posibilidad de inducir desde arriba y por obra de gobiernos esclarecidos una evolución acelerada de todos los aspectos de la vida social. La Junta Nacional de Planeamiento fue instaurada también por aquella época, y mi padre, el Ing. Hugo Mansilla Romero (1907-2006), fue su primer director. Esta era también la visión que tenía mi padre sobre las posibilidades y las estrategias de un desarrollo adecuado a las necesidades del país en la segunda mitad del siglo XX. De él he tomado algunas ideas para este texto sobre el origen de la Academia de Ciencias, pues fue su vicepresidente durante largos años.

Me permito añadir que a nivel mundial se podía constatar por entonces (alrededor de 1960) una euforia en pro de un desarrollo rápido y de amplio alcance, cuya finalidad era desterrar para siempre toda muestra de atraso, pobreza y penuria de la faz de la Tierra. Y este desarrollo debía estar basado en la ciencia y la técnica. El artículo segundo del Estatuto de la Academia de Ciencias de Bolivia permite esta interpreta­ción, pues define prioritariamente como objetivos fundamentales de la misma la promoción de la investigación científica y tecnológica, e inmediatamente después la asesoría a institucio­nes estatales en el estudio, diseño y ejecución de políticas públicas, que obviamente debían estar destinadas al desarrollo acelerado, sostenido e integral de la nación.

Me atrevería a afirmar que es probable que la fundación de la Academia haya tenido que ver igualmente con el hecho de que la universidad boliviana, en su ya larga historia, haya contribuido relativamente poco al avance de la ciencia en sentido estricto. Hoy en todo el Tercer Mundo una buena parte de lo que puede designarse como inves­tigación científica no tiene lugar en las univer­sidades, sino en institutos y organismos especializados, que no están sometidos a los avatares políticos y financieros de las universidades, las cuales se han transformado en escuelas superiores -una prolongación de la secundaria-que simplemente transmiten destrezas técnicas y or­ganizativas a los estudiantes. Estos últimos tampoco exigen gran cosa, sino integrarse de la manera más rápida y cómoda al mercado laboral. Las universidades públicas y privadas del presente no están inspiradas por los dos factores que representaron durante mucho tiempo el prestigio y la fortaleza de las universidades del ámbito occidental: la universalidad de estudios, conocimientos e intereses, y la tendencia a poner en cuestionamiento la validez de teorías y prácticas del momento.

Mi padre prefería otra explicación con respecto a la falta de una tradición investigativa en estas tierras. Según él la necesidad de conocimientos científicos y su aplicación técnica a gran escala surgió en Europa Occidental recién con la industrialización y la expansión del comercio a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Por contraste el carácter agrario y artesanal de la economía boliviana durante un largo periodo de tiempo hacía simplemente superflua la investigación científica. De acuerdo a su visión las clases dominantes dispusieron de masas de trabajadores indígenas a un costo extremadamente bajo y no sintieron por ello la necesidad de innovaciones tecnológicas serias. El ejemplo más claro de esta tendencia fue, según él, una de las obras más notables de ingeniería civil en todo el ámbito colonial: la construcción de las lagunas y represas de Kari-Kari en Potosí, donde miles de obreros trabajaron durante veinte años en forma gratuita. Este emprendimiento fue importante y valioso por su magnitud física y su utilidad práctica, pero no por su aporte a la investigación científica o a la innovación tecnológica.

La fundación de la Academia Boliviana de Ciencias puede ser interpretada como el signo promisorio de una sociedad que detecta una falencia y que se esfuerza por subsanar el problema. De acuerdo a mi padre, la Academia de Ciencias continúa la tradición establecida por las Sociedades Geográficas, que nacieron en la segunda mitad del siglo XIX y que surgieron del bien intencionado anhelo de círculos elitarios que buscaban una mejor comprensión del país y una aplicación adecuada de conocimientos científicos y adelantos técnicos en el seno de una sociedad que, en su conjunto, quería superar el subdesarrollo. La Academia, decía él, ha mantenido dos características de las antiguas sociedades eruditas: el enfoque multidisciplinario (a veces manifiesto en un mismo científico) y la importancia asignada a algunas personalida­des ilustres de gran prestigio intelectual. Según mi padre, esta conformación de la Academia es responsable de un camino de luces y sombras, pero también de varios logros: una mejor coordinación de los esfuerzos investigativos sin ejercer coerciones limitantes, el evitar la duplicación de proyectos y el llamar la atención pública sobre la necesidad de que el conocimiento científico sea el factor predominante en la evolución de la nación. El núcleo del mensaje de Hugo Mansilla Romero es digno de ser remarcado: la Academia de Ciencias al servicio de una evolución histórica bien lograda, poniendo la razón y la ciencia en pro del desarrollo del país.

Según el artículo tercero de su estatuto la Academia fomenta no sólo la investigación científica en sentido estricto, sino también la divulgación de los descubrimientos y conocimientos. Estos dos aspectos representan sus fines más importantes, así como la creación de bibliote­cas y reposito­rios. Quisiera señalar que muy tempranamente la Academia acogió entre sus objetivos la conservación del medio ambiente y la preservación del patrimonio arqueológico, histórico y artístico del país.

Desde un comienzo, sin embargo, la Academia tuvo que luchar con dos problemas mayores: la falta de recursos financieros y el escaso apoyo efectivo de los organismos estatales y privados... y hasta de la sociedad en su conjunto. El artículo 42 de su estatuto señala que para el desenvol­vimiento adecuado de sus actividades la Academia dispone de asignaciones del Tesoro General de la Nación, rentas propias, donaciones, legados y subsidios e ingresos por derechos y patentes, pero la mayoría de estos fondos han existido sólo en la pura teoría. Por ello la Academia no ha podido adquirir los aparatos modernos, los laboratorios y el dilatado material bibliográfico que hoy son indispensables para la investigación científi­ca, ni tampoco ha podido financiar los salarios de un personal bien formado y altamente motivado. La sociedad y los gobiernos bolivianos sintieron alguna vez, como ya mencioné, la necesidad de crear una institu­ción que se haga cargo de la investigación científica y de la divulgación de sus resultados, pero no creyeron pertinente dotar a esa institución de los fondos y de la infraestructura que son imprescindibles para tal fin.

Se repite así una constante de la vida social boliviana: con bastante entusiasmo se fundan los organismos consagrados a labores reputadas como oportunas, prestigiosas e importan­tes, pero se descuidan los aspectos operativos y financieros de los mismos, presupo­niendo que estos funcionan por sí solos, es decir mediante fuerzas casi mágicas, o con la ayuda de la siempre bienvenida cooperación exterior. Se puede aseverar que casi todos los gobiernos del país han descuidado la investigación científica y tecnológica, aunque, paradójicamente, los políticos admiten en su fuero interno que todo el desarrollo contemporáneo realmente importante está basado en la ciencia y la tecnología. Esta actitud no variará en los próximos años, pues desde la era colonial se arrastra una tradición cultural muy arraigada que no es favorable al pensamiento científico; en el presente esta inclinación se traduce en un proceso imitativo de modernización, que trata de adoptar sin mucha discriminación todo adelanto, proceso y aparato técnicos que provengan de las envidiadas naciones del Norte, pero dejando a un lado las prácticas y los conoci­mientos estrictamente científicos, que fueron precisamente la base del éxito de aquellas sociedades. El fomento y el patrocinio efectivos de la creación científica en particular y de la creatividad intelectual en general no constituyen (ni han constituido nunca) factores de verdadero interés político en suelo boliviano; actividades inves­tigativas, científicas y creativas no han gozado en ningún momento de un elevado prestigio social, y por ello sus escasos adherentes tienen que conten­tarse con ingresos modestos y con ejercer una influencia muy reducida sobre la marcha de los asuntos públicos. En esta esfera las cosas han cambiado poco desde la era colonial.

Continuará

* Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

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