Lunes 22 de enero de 2018
ver hoy
Helena y su esposo Manuel comenzaron felices su luna de miel. Se fueron a la costa de su paÃs, Portugal. Para Helena, todo era el cumplimiento de una ilusión, la feliz conclusión de todo lo que deseaba. En medio de tal felicidad, Helena y Manuel entraron al mar a bucear.
Helena vio pasar un buque, y nadó debajo del agua hasta casi rozar el casco. Manuel le indicó por señas que se apartara del buque, pero la frase de ella siempre habÃa sido: «Me gusta correr riesgos.» Acto seguido, Helena se hundió bajo la quilla del barco y nunca la hallaron. TenÃa veinticinco años de edad.
Su noviazgo con Manuel habÃa sido a la carrera. Y su explicación simplemente era: «Me gusta correr riesgos.» Se casó a los dos meses de haber conocido a Manuel. Al defender su impetuosidad, sólo decÃa: «Me gusta correr riesgos.» Asà llevaba Helena su vida. Todo para ella era riesgos. Tarde o temprano tenÃa que ocurrirle alguna tragedia.
Es inevitable correr riesgos en esta vida. Algunos hasta sirven para el desarrollo del carácter y de la fe. Nunca arriesgar nada es nunca lograr nada. Pero hay una gran diferencia entre un riesgo y otro. Hay riesgos sanos, asà como los hay inútiles. La vida sabia y saludable no está compuesta de azares, de accidentes, de pálpitos y de riesgos. A la vida sabia la rigen la inteligencia, la cordura y la sensatez.