Sábado 20 de enero de 2018
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Pasado un tanto de rosca, y con ese elegante estilo que lo caracteriza, el locuaz presidente norteamericano Donald Trump manifestó en una reunión celebrada en la sala Oval de la Casa Blanca: "por qué los estadounidenses tienen que acoger a gente procedente de países de miércoles", refiriéndose a los estados que componen el llamado estatus de protección temporal TPS, por sus siglas en inglés, y cuyos ciudadanos se enfrentan al fantasma de la deportación, estando temporalmente imposibilitados de recibir a sus ciudadanos de regreso, por la falta de las condiciones necesarias que les brinde seguridad y trabajo.
Sin embargo, es bueno señalar que tales declaraciones no habrían tenido mayor relevancia y ni habría sido posible que vean la luz pública, de no contar con el oficioso auxilio de esos legisladores chismosos que asistieron a dicha reunión y filtraron esas groserías, a menudo utilizadas en forma coloquial en este tipo de encuentros, que no invalidan el carácter de reserva y confidencialidad que estos deben guardar.
A la luz de lo expuesto y, sin el ánimo de justificar la procacidad de Donald Trump, es bueno puntualizar que esa enorme diferencia en el meollo de la política migratoria emerge de la pugna existente entre Trump y Obama, lo que ha derivado en una feroz campaña mediática contra el rubicundo mandatario, pintándolo de racista y muy próximo a Calígula, y al morocho Obama, como al africano emperador romano Séptimo Severo.