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Domingo 14 de enero de 2018

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Cultural El Duende

"El estudiante enfermo" - el sexo en la universidad

14 ene 2018

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Oliverio Estrada no es una creación en este ambiente doloroso de "El estudiante enfermo". Representa el tipo de ansiedad espiritual que ha producido la guerra del Chaco. Es un personaje real en un país nuevo. Indeciso, por razón de la tara contraída en la trinchera -en veces perezoso, porque está dibujado con realidad- es el hombre que resiste el avasallamiento de la sociedad burguesa y que trabaja por el futuro con una convicción sencilla pero fuerte.

Es un constructor rebelde. Su papel corresponde al ente poderoso que resume el espíritu de la lucha. Es el espíritu mismo en la cita de la rebelión.

Acaso le haya sido posible verificar esa sabia experiencia humana del amor tan sólo a él -al modo del investigador que inyecta solución en el conejo de Indias- con materia sujeta a la observación pertinaz y torpe del prejuicio. Cuando Oliverio Estrada obsequia una mujer al masturbador Romero, lo hace por un modo altruista que no encaja en la moral burguesa que califica de distinta manera al hombre que así procede.

Cuando Oliverio Estrada sabe que su hija ha sido seducida por una razón -cuya filosofía no depende sino de la Naturaleza y se alegra de ello-, lanza un reto al prejuicio de la familia actual. �l no desconoce a Luisa, al contrario, la comprende con el inmenso fervor de contemplar la obra de su espíritu.

Oliverio Estrada es el hombre nuevo que necesita la sociedad que aspira a su mejoramiento. Es el tipo de revolucionario consciente, cuya misión no se detiene en la prédica, sino que va más allá con el ejemplo de la acción. De ahí que su vida -como una ecuación difícil y fría, se resuelva en un producto de soledad grandiosa, aunque triste y obstinada.

Oliverio Estrada es el hombre que sacrifica su espíritu por el resto de los hombres.

Es un ser insustituible en el complejo revolucionario de nuestra época. Solamente un hombre así puede mover una maquinaria que triture el mundo viejo.

Su empuje y su sacrificio se alzan frente a los actores educativos del sexo, en el ambiente íntimo del hogar y en el medio incomprensible de nuestras universidades americanas.

"El estudiante enfermo", al determinar la tragedia sexual de Julián Romero, encarna la historia vivida de una inmensa mayoría de alumnos universitarios y enfoca, a su vez, el dibujo exacto, corroído, de la Universidad actual, cuyo adelanto no ha alcanzado aún el horizonte ideal de la vida contemporánea. Por eso es que Oliverio Estrada cree que los procedimientos educativos deben ser absolutamente revolucionarios.

II

Esta novela no corresponde al molde establecido de las que alcanzan la consagración de los místicos literarios, acostumbrados a un reparto y una extensión conocidos y siempre esperados. No busca el favor de la crítica pagada porque su autor comprende que ya nada nuevo le queda por decir al hombre en el sentido del arte y de la vida. El escritor no es jamás un "original". Apenas si su misión es traducir lo que se verifica en el mundo. El mismo Oliverio Estrada lo dice: "Seria honrado y amante. porque yo -al contrario de los otros- no mostraría al mundo las piernas de mi mujer y de mi hija. No haría desnudos para el sadismo de la bestia sexual. Haría figuras iluminadas para la santidad de la adoración. Nosotros, los hombres, amamos nuestra flaca carne de amor y la defendemos y engrandecemos con nuestro corazón. Y encontramos después millones de ojos proletarios que ayudan a amar nuestra obra. Nosotros no enseñamos al mundo cataratas de semen envilecido por el champaña. No pintamos vientres esterilizados por el vicio, sino vientres con dolores de fecundidad, vientres paridores de hombres que sufren y esperan una justicia que impondremos un día. Nuestra procreación es triste, pero es sagrada�" Los hombres no inventan hoy ideas. Todas están ya inventadas. El escritor traduce la mentalidad colectiva. Esa es su única labor.

Por oposición -necesidad apremiante del claroscuro- ha recurrido a otros materiales humanos, tales como la Plenitud, el Vicio y la Resignación, confundiéndolos y amalgamándolos todos en un primer plano de importancia.

III

Esta novela no está destinada "a enriquecer el acervo literario" de ningún país, porque precisamente es pobre y sencilla como la vida del hombre proletario. Su autor -como miles de camaradas del mundo- es anónimo y explotado, calumniado y perseguido. Sus compatriotas le negarían "con mucho gusto" su pesebre geográfico a fin de aislarlo de su menguada civilización y cultura.

Pero, en cambio, está destinada a penetrar en el corazón de todos los estudiantes y profesores que enseñan en América desde el canal de Panamá hasta la lengua helada de la Patagonia.

La Universidad donde enseña Oliverio Estrada existe en todas partes.

EL ESTUDIANTE ENFERMO

Capítulo I

Ayer pasó la guerra. ¿Y qué? Casi nada. Lo peor de todo eso es que aún quedan hombres. Si todos se hubiesen concluido como los granos de trigo que se roban las palomas, sería otra cosa.

Pero esta existencia absurda de hombres, siempre supone un problema que es necesario resolver del mejor modo posible.

El hombre es una responsabilidad para el hombre. Precisamente porque su presencia infecta el mundo y llena la tierra de inquietudes, zozobras e interrogaciones.

-Ayer pasó la guerra y todavía hay hombres -piensa Oliverio Estrada. Está perplejo. Toda esa supervivencia que le rodea se le antoja una simple alucinación enfermiza y grotesca.

-Aún vivimos... Aún somos... Y seremos...

�l quisiera volver la cabeza para reconstruir el absurdo de los días transcurridos. Pero no se anima. ¿Para qué? Atrás quedan los muertos como un lastre de la conciencia, formando un bosque humano de árboles tronchados y podridos. Solamente las lágrimas alcanzan los horizontes nuevos. Esto es lo terrible. La lágrima es siempre la lluvia que fecunda la esperanza. Uno siente rabia. Y quisiera olvidarlo todo, todo; si dan ganas de procurarse amnesias profundas e incurables.

Y no sentir, y no saber, ni recordar... Pero la vida está hecha de cosas ausentes: los que murieron y los que vendrán son, por igual, dos pesadumbres de ausencia. Al recordar y al esperar se ansían objetos que no están en uno.

Oliverio Estrada evidencia que aún existen hombres después de una guerra y se siente molestado, incómodo, insatisfecho.

-¿Pero es que aún nos quedan deberes por cumplir? ¿Y podremos verificarlos en plenitud de espíritu y de obra? Creí que habíamos muerto definitivamente. Pero no es cierto. Nos queda una madre. Una hermana. Unos hijos. Unos amigos, Todos estos seres imponen deberes que cumplir: entrega de cariño, entrega de amor, entrega de pan, de dinero y de vestido.

-Los que tuvimos la mala suerte de volver del frente... tenemos unas tremendas ganas de morir hoy mismo.

Es que la guerra ha deshecho el espíritu de los hombres y algo se ha quebrado en el interior de ellos: la esperanza en el optimismo, la mujer en el amor.

¿Y aún quedan deberes por cumplir? ¡Qué carga más pesada!

-Si tú, hombre, escudriñas las pupilas de tu camarada, encontrarás una sombra trágica de cansancio y una luz crepuscular que se hunde en su alma. Parece como si todos necesitaran de una cama de hospital. En todos se advierte un deseo de vivir tendidos, de bruces, con los ojos pegados a la almohada o al suelo, con la frente sucia de tierra, ardiente y pesada, cercana a un lánguido delirio negativo.

Como las casas viejas los hombres están desmoronados.

Ya no vienen las golondrinas a los aleros.

Un día...

Un día la sangre de la guerra hizo fructificar la pereza.

Hoy los hombres, camaradas, son un absurdo.

Y existen deberes por cumplir.

¿Quién trabaja ahora? ¿Quién desea trabajar?

Nadie. Nadie.

En vano se habla de la crisis del trabajo.

Nadie quiere ni puede trabajar.

La pereza encadena a los hombres, los inmoviliza, los imposibilita.

¿Quién dijo que esta muchachada de las trincheras iba a forjar una revolución a su regreso? ¿Dónde está esa revolución? Mentira.

Todo está en agonía. Sin embargo hay quienes sonríen de la neurosis de la guerra. Y esa neurosis existe.

Los muchachos salen a la calle, se encuentran en el bar, beben, se embriagan. Hablan de la revolución, protestan, aúllan. Gritan la rebelión temerariamente.

Pero ninguno alza su cuerpo ni sus brazos.

Sencillamente tienen pereza.

Y la pereza es como una moneda de Dios que procura la comodidad, el ensueño y la contemplación.

Y existen deberes por cumplir.

Pero nadie los cumple.

¿Que la madre tiene hambre? Pues que muera con su hambre.

¿Que los hijos quieren pan? Pues que lo coman si lo consiguen.

¿Que la hermana necesita trapo para disimular su desnudez? Que lo busque en las encrucijadas del amor.

Ellos no levantan las manos ni se mueven.

Entonces fructifica el mal. Mendigos, prostitutas, mujeres y niños como perros flacos.

Y sobre sus cabezas ciñen las coronas de la sífilis y la tuberculosis.

Los perezosos contemplan el paisaje y lloran.

Entonces, ¿quién ha de hacer la Revolución?

El horizonte se llena de puntos suspensivos.

Quedan deberes por cumplir. Quedan hombres.

Oliverio Estrada, a paso lento, practica el codo de una esquina.

El recuerdo lo amarra a su cruz. Lola, su mujer, no tiene un traje bonito. Por esa circunstancia no sale a la calle. Luchita, su hija, igual.

Son dos pesadumbres unidas a su pereza.

¡Trabajo! ¡Trabajo!

La gran palabra hace reino en sus tímpanos y se aplasta en su corazón.

Trabajar... Es el verbo de la humana prosapia y del humano orgullo. Con esta sola palabra podría decretarse la felicidad del mundo.

-Yo quiero trabajar... Pero, en realidad, ¿en qué voy a trabajar? Apenas si yo, en mi vida, he escrito un par de novelas...

Oliverio Estrada desvanece la energía del intento y se envuelve en la tibieza opaca de su melancolía.

-TrabajarÂ?

Nada decide.

-¿Trabajo para mí? ¿Y dónde hallarlo?

Mientras tanto, en el lienzo iluminado de la imaginación, Lola y Luchita patentizan una escena de hambre. Como Chaplin en la Danza de los Panes...

Y él está ausente, sin fuerzas, sin energía, tal si continuase en la modorra de las zanjas del frente...

La generalización de los fenómenos colectivos se expresa por el porcentaje. La experiencia fija sus tipos cuantitativos dentro de los cuales la personalidad individual desaparece.

No es pues Oliverio Estrada el único perezoso que ha creado la guerra. �l integra la generalización del fenómeno. Una actitud colectiva -la guerra- ha creado un mal colectivo: la pereza.

Pertenece a su legión del mismo modo que otros a la suya: locura, inhabilidad, hambre...

Pues entonces buscad la culpa. ¡A ver si esa culpa proporciona el perdón!

Y ese perdón... ¡Ah, no, ese perdón aflojaría aun más el resorte de la energía!

Nadie debe perdonar.

Conflicto: ¿tendrá que volver la coerción sobre los hombres, es decir el látigo sobre las espaldas?

-¡A trabajar, carajos, a trabajar! -sangrarían las espaldas y los flojos llorarían por tener que activar sus músculos.

Pero ellos no dirán: "Determinad la culpa".

Porque la culpa es el error que engendra un encadenamiento de errores.

-¡Un día nos llevaron los muy perros a la trinchera! Y de ahí volvimos con la voluntad despedazada. Y ya no parece el culpable ante nuestros ojos, porque el culpable hoy es Presidente de la República o Ministro o Diplomático...

Y mañana. ¿No lo sabes, Oliverio? Dictará el Gobierno la Ley del Trabajo Obligatorio.

-¡Ja, ja, ja! ¡Qué gana inmensa para reír! -me río estruendosamente... Una ley contraria nos habría salvado.

Oliverio Estrada medita.

El hombre que no trabaja es un degenerado. ¿Su destino? El hambre. Y el hambre de los suyos.

Oliverio: ¡Lola y Luchita!..

El hombre que no trabaja envilece la vida.

Oliverio: ¡Lola y Luchita con sífilis en un lazareto!

Cuando tú las beses se les caerán los labios sobre la tierra emporcada.

El hombre que no trabaja ha triturado su voluntad en la negación canalla.

Oliverio: ¡Tú mujer con un amante, tu hija con un amante! ¡Con diez, con cien!..

-¡Maravillosa Ley del Trabajo Obligatorio!

Y el hombre borra sus lágrimas con la Ley, inundándose de esperanza.

¡Lola y Luchita serán dos reinas!

Pero...

Pero él es una cifra del porcentaje. Y tal vez la pereza obre en su organismo como una fatalidad.

Sus ojos, de buey anémico, se vuelven a llenar de lágrimas.

Para tus amigos: