Cuando la pobreza aprieta más, cuando los problemas sociales surgen el momento menos pensado, cuando las discordias se hacen crónicas y cuando no hay posibilidad de entendimiento entre políticos de oposición y gobierno, el pueblo se siente desorientado porque tiene conciencia de que son todos los que tengan poder político, económico, social o de cualquier naturaleza, deben superar sus diferencias y, aunando voluntades y esfuerzos, deponer lo que divide, lo que hace más difícil la concordia.
Muchas veces en la historia del país, las generaciones de bolivianos han tenido que sufrir por las diferencias habidas entre sectores gubernamentales y grupos de la colectividad por la presencia de caprichos y ambiciones no satisfechas, por las grandes diferencias ideológicas y por intereses y conveniencias creados. Encuentros entre las partes han llegado a concluir en que no podían continuar situaciones ajenas al bien común y, con acopio de voluntad, han logrado acuerdos que en la práctica han sido momentáneos y tan efímeros que por el más nimio motivo han destruido los caminos recorridos.
Llegados a finales del año 2017 se emitieron mensajes con intenciones y deseos de lo más prometedores, pero lo que se ha extrañado es que el gobierno no dé signos de retroceder en sus posiciones de afronte permanente con quienes sufren prisión o exilio forzado o voluntario y se llegue a una armonía con un decreto de amnistía general e irrestricta; por otro lado, tampoco se ha tenido algún anuncio, así sea a mediano plazo, de que, finalmente, se aprobarán medidas con las que haya austeridad en los gastos. En general, ni aprobar una amnistía ni observar prudencia y mesura en los gastos y todo lo mal hecho parece que seguirá su curso negativo y destructor.
El diario vivir en el nuevo año tendría que contener una buena dosis de humildad para el diálogo y el entendimiento entre todos, una vocación consciente por la paz y la unidad, dos sentimientos que podrían ayudar a que se arribe a soluciones que precisa la comunidad con miras a renacer las esperanzas porque a nadie conviene que el país viva una especie de coma inducido sin que hayan posibilidades de recuperación.
Gobierno y oposición saben que no se puede vivir en permanente conflicto como son las huelgas, los desacuerdos, las diferencias, los paros y los bloqueos; no puede darse pábulo a "las últimas consecuencias" que bien se conoce que nunca llegarán y que, como enunciado y amenaza, es pura demagogia y populismo. Tanto cuanto se depongan actitudes de soberbia, tanto se podrá alcanzar el encuentro de un clima de entendimiento entre todos.
Es urgente que gobernantes y gobernados tomemos conciencia de país y que todo lo que se haga esté encaminado al encuentro y la armonía; de otro modo, lo único a lograrse será precipitar al país en el caos que, en parte, ya se vive.
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