La primera librerÃa estaba ubicada en la Cuarta Avenida y los inicios fueron difÃciles. Comenzó con una inversión de 600 dólares (300 de ahorros y otros 300 prestados) y una caja de tabaco a modo de caja registradora, una austeridad que contrasta con el emporio actual, que amasa 2,5 millones de libros y emplea 220 trabajadores.
La ideóloga de la conversión fue la hija de Fred, Nancy, que tomó recientemente las riendas del negocio. Ella fue la que propuso vender "totebags", que diseñan los trabajadores de Strand, y que tuvieron muy buena acogida.
Hoy ya venden camisetas, postales, libretas, juegos de mesa y artilugios de todo tipo, pocos relacionados con la literatura, que representan un 15 % de los ingresos, asà como libros nuevos.
La directora de comunicación de Strand, Leigh Altshuler, reconoce que "no son ajenos" al auge de los libros electrónicos o plataformas como Amazon o eBay, y por ello se esmeran en potenciar la experiencia, y en los últimos años empezaron a organizar eventos literarios, conferencias y firmas de libros.
En 2017, Strand vio como repuntaban sus ventas en poesÃa, ciencia polÃtica, no ficción, literatura infantil y feminismo.
El sistema de Strand para contratar a sus empleados es algo singular: los aspirantes pasan un test en el que deben relacionar diez autores con sus diez respectivas obras.
Bass solÃa recordar que su librerÃa era de los pocos lugares en donde aún se podÃan vender enseres personales, a excepción de las casas de empeño, y como no tenÃa suficiente con los libros que la gente llevaba a la librerÃa, durante los fines de semana acudÃa a subastas para hacerse con otros tantos ejemplares.
Al principio, Fred Bass pensaba que su padre estaba "loco" por comprar tantÃsimos libros sin haber vendido antes los que tenÃa, pero finalmente comprendió que era una decisión lógica: "No puedes vender libros que no tienes", dijo en 2015 al canal NY1.
Pronto heredó la misma adicción por comprar libros de su padre, que llegó a calificar de "enfermedad" en una entrevista con la revista "New York".
"Me dan ataques, como ataques de pánico por comprar libros. Simplemente, debo mantener el flujo de libros de segunda mano en mis estanterÃas", reconoció.
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