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Domingo 31 de diciembre de 2017

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Cultural El Duende

El lícito combate amoroso con todas sus bellas y terribles estrategias

31 dic 2017

Néstor Taboada

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Diario 16 sigue la tradición del almanaque y el calendario eróticos. En el siglo XII los almanaques incluían interminables listas de rameras de los barrios de la mancebía con direcciones, tarifas y consejos útiles para el trato. Madrid recibió gran influencia de Venecia, llamada la Vulva de Europa, antes que París o Londres. El coito ha sido siempre la ocupación predilecta de la humanidad. Un valor supremo que hay que pagar. En la actual España democrática, privilegiada y europea, ya no hay folladores al fiado. Busco un nombre imaginario con los ojos cerrados. Por ahora dejo a las mancebas de Miguel de Cervantes: la Gananciosa, la Cariharta y la Escalanta. Pienso en Vanessa, como la hija del Papa Borgia; Gloria, fama merecida por las virtudes; Salomé, princesa embrujadora, como la hija de Herodes que le hizo cortar la cabeza a Juan Bautista. Y para el ligue me decido no por Medea de la puerta de calle sino por Carmen, atendiendo al lumínico Bizet de la ópera, con la certeza de encontrar algo incomparablemente hispánico. Llamo por teléfono y me anoto para las cinco en punto de la tarde, hora lorquiana.

Calzadas las espuelas, desde la puerta que da a la calle llamo al piso. Y Carmen me franquea la entrada. Una hembra majestuosa con ojos de calentura, como de las moras, y vestida y adornada para paseo de los sentidos. Gitana mía, vernos y desearnos fue una sola cosa. Miguel de Cervantes se dice que tenía el ojo certero y para tomarle la medida a cualquiera no necesitaba más que mirarlo. Igual soy yo. Diría que la conocí a esta Carmen en un tablado de baile flamenco en Cava 12, a ritmo de castañuelas. ¿Eres indio de nación, turco, moro o renegao? Y sin pérdida de tiempo registro mi hispanofilia, el saludo al estilo de Don Quijote, para impresionarla: Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recibir en su gracia y buen talante al cautivo caballero sudamericano vuestro, todo turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia. Ah, ah, sudaca de nación. Y la fantástica Carmen me da la buena llegada con un beso y una copa de jerez y yo sin parar recitando hermosa sin tacha, grave y sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida y cortés por bien criada. Vale, vale, hombre, dice a tiempo de invitarme a descansar en un deslucido sillón Luis XV. Sosegado observo que está cubierta ligeramente por una bata de seda lila transparente y unas bragas negras. Sus senos y muslos opulentos despiertos a las 5 en punto de la tarde.

Me informa que por las mañanas no atiende porque están en la casa sus hijos y su marido. Pues, por las tardes cambia la cosa: su marido se marcha al trabajo y los chavalillos a la escuela. Y la maja desnuda puede ligar tranquila. Tratar verdades tan lindas y donosas, que no pueden después haber mentiras que se le igualen. Zalamera y coqueta, ciertamente de colosal trasero, como la imaginaba, con dos pitones en punta bajo la bata, como dice Rafael Alberti, me besa y acaricia el rostro, me calibra el miembro. Estoy un poco nervioso y hasta cierto punto asustado. Me siento como un reo con el cordel echado a la garganta, no es para menos saber el grado de enfermedades contraídas por contacto sexual que padece España. Como en los tiempos de la Vulva de Europa, que desembocó en la conquista de América.

En la segunda copa de jerez advierto que me mira lívido y patético el marido y los chavales de maliciosas sonrisitas festejan mi presencia sudamericana y pago lo convenido y me deshago de una propina que es de ver. De grandes señoras no nos queda sino esperar grandes mercedes. Salta de contenta Carmen. Y eso me alegra, me tranquiliza y, por qué no, también me excita. Si su grandeza me da licencia, reina mía. Cortesías engendran cortesías. Pues, hombre bueno, será para ti una cosa especial, vale, porque hacer bien a villanos es echar agua a la mar, y me muerde la oreja suavemente. Ay, salero, salero, salero, con el coño se gana dinero, tararea. Padeciendo amores probaremos a recuperar la ternura.

Solicita que me desnude para dar comienzo al acto primero. Radio Nacional transmite la Leyenda del Beso. Me despojo de mi chaqueta, de mi camisa, de mis zapatos. Y ella de su bata transparente y sus bragas negras. Se asemeja a una pintura de Leonardo con el pubis tierno. Nuestra parsimonia me recuerda a Federico García Lorca disponiéndose en la ribera del río a cabalgar en un caballo de nácar.

En el baño me pide que me tumbe en la bañera, un níveo sarcófago, seguramente bien utilizado por Juana la Loca o la rechoncha Isabel la Católica. Se acomoda profesionalmente en cuclillas mirándome con su ostentosa vagina abierta de par en par. Vagina de oro, esplendente como un sol del altiplano. Alborozado me hace hablar en quechua puro: Kusillata wakaychapuwanki, me la cuidarás gozosa siempre. La rosa del mes de abril se ríe traviesa. Y me irriga con su líquido elemento, caliente y salado, como lo hiciera todo un continente desbordado sobre un pobre jardín. Y que ninguna cosa me pudiera venir que más contento me diera, le digo extasiado. Se agota el manantial en una poquísima gota y se acaba el acto primero de la picaresca con una ducha tibia y un perfumado jabón de tocador.

Carmen me enseña a amar como ella sólo suele hacerlo. Admirado de la arte mágica de la apasionada, exquisita y ponderada gran señora, como de su buena y mucha crianza y cortesía, pregunto: ¿Y luego qué me haréis, divina Carmen? Consumirte libando tu arma y su argamandijo, mi niño. Me seca el cuerpo con la ternura de una madre y conduce al campo de Agramonte de dos plazas, donde obviamente se libran las batallas más heroicas de las Cruzadas del género humano. Y se producen también los crímenes de lesa humanidad. Boca arriba veo el cielo raso con viñetas de figuras abstractas esbozadas por la humedad, después de mordisquearme los labios, lamiendo mi piel baja hasta mis extremidades inferiores. Como una experta doncella me dice que no necesito del condón español porque me hará el beso francés. Balbuceo una bobería con menos tono.

Válgame Dios, mi niño bueno, ¿que no conocéis el beso francés? Es que yo querría dártelo mondo y lirondo, reclamo en su ley, al estilo clásico y no barroco, Reina mía. Y ella me responde con palabras no menos comedidas qué tonto sois, mi bien amado sudaca, lo que no se ha probado nunca, pues nunca es feo. Y yo entornando los ojos en la mar de espacios siderales, a punto de explotar como un galaxia de leche, ay, ay mi querida Carmen, toda mi ternura de hombre para ti. Y me derrite los tuétanos y me disuelve el alma. Zas, interrumpe nuestra fiesta el timbre del teléfono, alguien está llamando a Carmen pensando también en Bizet.

* Néstor Taboada Terán.

La Paz, 1929 - Cochabamba, 2015. Narrador novelista, historiador y periodista.

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