Y luego, si se recuerda las particularidades que sirven de substractum psicológico a la expresión neoliteraria de Europa, como, por ejemplo, la nostalgia de lo desconocido, el cansancio de la realidad, el odio a la canalla, los refinamientos del sadismo y del pasivismo, se las busca inútilmente en el espÃritu americano, que tiene a su patria por la mejor de las patrias posibles, y se rÃe de Schopenhauer, y se sabe de memoria el código de la igualdad republicana, y practica el amor troglodita ni más ni menos que cuando le sorprendieron los conquistadores.
Y es engañosa la similicidad de los modelos. Tal plegaria de Verlaine a la Virgen parece una perla diáfana, cuajada en el purÃsimo manantial de la fe, donde beben el niño y el carbonero de la leyenda católica.
Tan complejos y refinados como Verlaine son los demás del Decadentismo y ofrecen todos ellos la misma dificultad de imitación para los que no tienen, siquiera en proporciones modestas, esta intensidad patológica que alivia dando a luz obras divinamente perversas.
¿Cuánto tiempo durará la incompatibilidad del genio americano con la evolución artÃstica que nos alucina y seduce?
Y añade el periodista salvadoreño citador de ClarÃn, que su modernismo es "sano" y no llegará tal vez al grado de corrupción del parisiense. Sano es, en efecto, como los burgueses coloradotes que hacen la filosofÃa de la digestión con el mondadientes en la boca; es cándido como las camelias que la adornan, y es tan inocente que no vislumbra la idea socrática despertada por el nombre de "efebo" con que se bautiza.
El modernismo verdadero, exceptuando su cabotinismo simbólico y su ecolalia infantil, es una de las más aristocráticas y tentadoras enfermedades. Obedece a esa vaga inquietud que se apodera de un cerebro para el cual no tiene finalidad la existencia; busca en todos los rincones del pensamiento, sacudiendo todas las fibras del organismo, más allá del dolor y del placer, más allá del bien y del mal, una gota de agua salada que haga soportable el insÃpido manjar de la vida ordinaria.
Me felicito de que nuestros jóvenes se sientan atraÃdos por esta enfermedad que, según la valiente expresión de Gómez Carrillo, es preferible a la robusta salud que disfruta la bestia humana.
Algo incorpóreo es su reino; pero no serÃa raro que muchos monarcas lo quisieran para sÃ.
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