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Domingo 31 de diciembre de 2017

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Cultural El Duende

El pensamiento liberal-democrático en las ciencias sociales bolivianas

31 dic 2017

Erika J. Rivera

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Segunda y última parte

Las reflexiones críticas de Fernando Molina, situadas en la historia de las ideas, van más allá del nivel periodístico. Tiene un arco histórico muy grande, más de 160 años y extrae sus conclusiones de una masa de conocimientos y datos sociológicos y politológicos. El autor se pliega a las tesis de Roberto Laserna sobre el rentismo como forma principal de interactuar con la naturaleza y sus recursos naturales en territorio boliviano. En el campo político e institucional el rentismo tiende a subvalorar la democracia representativa y a sobrevalorar formas inmediatas de gobierno como el caudillismo. La inclinación a sobrevaluar la retórica política se manifiesta también en la aprobación de leyes inaplicables y en la fundación de instituciones inoperantes. Esta filosofía profundamente anti-institucional, se debe según Molina, a que profesamos "la fe equivocada". En su libro ¿Por qué Bolivia es subdesarrollada? (La Paz 2013), Fernando Molina afirma que en lugar de creer en las instituciones, los bolivianos creemos en los hombres providenciales, en las medidas revolucionarias y en las novedades de todo tipo, mientras al mismo tiempo nos importan poco el trabajo duro y constante y el estudio serio. Estamos frente a una tendencia general colectivista, caudillista y pseudo-religiosa, que nos impide pensar por cuenta propia y establecer el Estado de derecho.

Molina postula la tesis de que "la verdadera vocación de los bolivianos ha sido y es la política". De acuerdo a este autor, en todas las otras áreas de las actividades humanas hemos sido prudentes y hasta mediocres, pero en el campo de lo político hemos tenido personajes, valores y actitudes totalmente fuera de lo normal. En el área política es donde hemos mostrado nuestra capacidad de sacrificio, nuestra disciplina y abnegación, pero también nuestra megalomanía y exageración. Con varios ejemplos históricos Molina nos dice que los políticos bolivianos han estado a menudo muy cerca del melodrama, el teatro y la mala literatura, porque no saben evitar racionalmente los riesgos. La consecuencia: "La historia boliviana es brava". La razón fundamental para toda actuación política (y para el sentido común general) sería la estructura básicamente rentista de la sociedad boliviana y su consecuencia más importante: la empleomanía, el vivir del Estado. Para que ello sea exitoso es indispensable una buena relación con las altas esferas del aparato gubernamental y para ello, a su vez, es indispensable hacer política. Estos elementos, de acuerdo a Molina, se mantienen totalmente incólumes hasta hoy: una buena pega depende de un buen contacto político. La política se convierte en nuestro destino.

En este contexto hay que referir y criticar el libro de Fernando Molina: Crítica de las ideas políticas de la nueva izquierda boliviana (La Paz 2003), que analiza las ideas políticas de la entonces nueva izquierda boliviana. Molina critica la producción teórica de la nueva izquierda boliviana, compuesta, entre otros grupos, por la asociación Comuna que publicaba la revista Autodeterminación. El autor califica a la producción de este grupo como una "crítica ensimismada", porque postula una verdad como si fuera universalmente válida, pero sin emprender un debate racional con otras posiciones político-filosóficas. Molina analiza sobre todo la concepción de democracia de este grupo, que usó la denominación de "maldita democracia" para calificar el orden socio-político reinante hasta comienzos de 2006. Por otro lado Molina critica la reducción de la democracia a un mero sistema de reglas de juego (la democracia formal), a la cual el grupo Comuna habría limitado todo régimen liberal-democrático. Molina muestra la falacia de toda aquella construcción teórica de la izquierda que limita la democracia a meros mecanismos formales y que cree, al mismo tiempo, que la genuina democracia consiste en el ejercicio del poder por las masas populares sin ningún sistema de mediación institucional. Molina, como otros autores de la tendencia liberal, señala que las sociedades urbanas modernas, debido principalmente a su magnitud física, requieren de sistemas de intermediación entre la masa popular ciudadana y el gobierno y que esta intermediación debe realizarse mediante instituciones representativas, sólidas, transparentes y permanentes, para lo que hay que asegurar procesos electorales limpios y competitivos por un lado, y una mentalidad abierta y no autoritaria, por otro.

Fernando Molina admite que la democracia liberal está restringida al ámbito político y no toca el económico, pero, según él, esta limitación es razonable porque en el ámbito político se pueden decidir las orientaciones económicas de largo plazo. Pone como ejemplo el caso de Rusia y del Oriente europeo, donde la introducción de la llamada democracia representativa de tipo liberal aparece como el mal menor porque todos los otros experimentos sociales han resultado peores, generando carencias insoportables. Molina señala el peligro real de la instauración de regímenes totalitarios cuando la izquierda toma el poder e introduce un régimen de partido único, que sería la personificación de la democracia directa y popular fomentada por el grupo Comuna.

Molina expone que la llamada democracia formal es la base indispensable de toda forma de democracia. Esta democracia mínima procedimental resulta entonces el fundamento de todo proceso efectivo de democratización a largo plazo, aunque la izquierda nunca lo ha considerado así. Molina critica la posición de René Zavaleta Mercado, quien comprende por democracia la llamada "autodeterminación de las masas", proceso que no puede ser controlado por instancias objetivas y que tiende a ser manipulado por partidos y sobre todo por jefaturas inescrupulosas que dicen representar los intereses populares. Siguiendo a Karl Popper, Molina dice que la mejor forma de hacer política consiste en pequeños cambios progresivos y parciales, cambios que pueden ser controlados democráticamente en todas las etapas de su ejecución y que pueden ser igualmente modificados, porque no existe una ley histórica obligatoria que garantice el éxito de políticas izquierdistas. La nueva izquierda, según Molina, muestra una aversión a las instituciones democráticas, siguiendo así una tradición que proviene de la izquierda jacobina francesa del siglo XVIII. Esta tradición maximalista sería continuada por el grupo Comuna, el cual profesaría un claro determinismo económico y político. Molina rechaza la fuerte inclinación de la izquierda radical a favor del "poder popular directo" que no habría dado ningún resultado positivo a largo plazo, como es la evidencia de todos los experimentos socialistas a partir de 1917. La tendencia a contraponer una "democracia sustancial" a una democracia pretendidamente formal encubre, según Molina, la determinación izquierdista de hablar en nombre de los sectores populares y decidir a nombre de ellos las políticas públicas de largo plazo. La historia nos mostraría que esto funciona bien y con la satisfacción del pueblo en el plano de la teoría. Esto se podría comprobar, según Molina, observando los efectos de la caída del muro de Berlín y otros acontecimientos negativos para el socialismo bajo la perspectiva de sus consecuencias en Bolivia. Según él, tres grandes efectos habrían tenido la mencionada caída y el colapso del sistema socialista mundial:

(1) La violencia política dejó de ser vista positivamente como una necesidad histórica. Es decir indirectamente se fortalecieron factores políticos como las elecciones, las estrategias de alianzas con otros grupos disidentes y la propaganda pacífica. "La desaparición de la Unión Soviética (25 de diciembre de 1991) probó que ninguna causa puede justificar los millones de muertos y los crímenes que en el pasado se solían considerar como el peaje exigido para lograr el avance histórico". (Molina en su ensayo: "La caída del muro de Berlín en Bolivia" de 2015).

(2) La misma caída del muro diluyó el atractivo de fenómenos autoritarios y tendencias totalitarias en el ejercicio del poder. Molina considera que desde entonces el atractivo de la dictadura del proletariado, el partido único, la disciplina en el interior del mismo y otros fenómenos afines dejaron de tener un cariz positivo entre las masas militantes izquierdistas en Bolivia. "En suma: el totalitarismo se convierte en sinónimo de lo detestable. La sociedad busca caminos que la alejen de él, tales como la libertad de pensamiento, la descentralización del Estado y la exaltación del individuo".

(3) La caída del muro de Berlín produjo también en Bolivia la decadencia teórica del concepto de clase y, al mismo tiempo, el debilitamiento de teorías economicistas. También en Bolivia la clase obrera tradicional, sobre todo los mineros, perdieron la centralidad que la teoría marxista les atribuía. La dependencia de la superestructura cultural y política con respecto a la base económica se resquebrajó totalmente.

Por todo lo expuesto: la caída del muro de Berlín es el símbolo de la declinación del marxismo militante clásico. A partir de entonces en muchos sectores políticos bolivianos se afianzan como positivos los valores de orientación liberal-democráticos como los derechos humanos, la democracia pluralista, el valor de las elecciones abiertas y plurales y la diversidad cultural, todos ellos fenómenos que ya no son vistos como meros instrumentos para la toma del poder. En consecuencia todo esto lleva a disolver el valor supremo de la revolución radical y a instaurar como normativa la concepción positiva de reformas lentas, conseguidas democráticamente. Molina concluye que la democracia ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin.

Fin

Erika J. Rivera. La Paz.

Escritora. Abogada

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