Hoy llega a su fin el “Año Sacerdotal” convocado por el Romano Pontífice, Benedicto XVI, inaugurado en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, 19 de junio de 2009, y que se clausura, en la misma fiesta litúrgica, hoy 11 de junio.
El Papa señaló que el objetivo de este Año Sacerdotal que culmina el día de hoy, sería “renovar en cada sacerdote la aspiración a la perfección espiritual, de la que depende en gran medida la eficacia de su ministerio”.
Propuso Benedicto XVI la figura modélica de San Juan María Vianney, llamado “el Santo Cura de Ars”, como referencia y modelo sacerdotal para los sacerdotes del Tercer Milenio. En este sentido, el Año Sacerdotal estaba llamado a contribuir a la intensificación de la verdadera identidad del sacerdote y de los medios que la nutren y la hacen posible y visible.
Un año de intensa reflexión al interior de la Iglesia, sobre el papel, la vocación y la identidad del sacerdote católico. Un año también, que fue sacudido por tantas sombras, que quisieran apagar por completo la luz del Sacerdocio Católico.
Desde mis años más juveniles, he encontrado a lo largo del difícil camino del compromiso cristiano, muchos sacerdotes de gran testimonio y santidad, y elevo un grande “Deo gratias” por todos ellos. Por aquel sacerdote que me sacó de las tinieblas para llevarme a la luz el día de mi Bautismo, arrojando al Maligno que se hallaba en mi alma mediante el pecado original, hospedando en mi alma a la Santísima Trinidad establecida desde entonces como en su trono del cielo.
Fue un sacerdote quien iluminó mis caminos infantiles, con el tintineo suave y atractivo de la doctrina cristiana. Un sacerdote quien me ofreció, por primera vez y luego mil veces, el Cuerpo mismo de Cristo, que había sido clavado en el madero de la Cruz para pagar las deudas de mis pecados.
Un sacerdote es el que me recibe como Padre al hijo pródigo, cada vez que, agotado en los caminos del pecado, regreso al hogar humillado y deseoso de gozar de intimidad de la familia de Dios.
Fueron y son tantos los sacerdotes, los que me iluminaron e iluminan desde las páginas de la Biblia, ya en los sermones de la Misa, ya en las reuniones de grupo, en los Medios de Comunicación Social, o en las consultas personales, muchas veces largas y repetitivas.
Será también, Dios mediante, un sacerdote quien prepare con la absolución y la Eucaristía mi viaje definitivo a Dios atravesando el puente de la muerte temporal.
En fin, es el sacerdote mi personaje inseparable en el sendero de la salvación, para señalarme la ruta impulsándome a caminar por ella, para rectificar los caminos que mi debilidad y malicia han errado; para regalarme el inigualable sabor de mi pertenencia a Dios.
Sin un sacerdote, hoy seguiría en las tinieblas de la separación de Dios, y como yo, millones de seres a los que Dios desea salvar sólo mediante un sacerdote.
Hoy culmina el Año Sacerdotal, pero para nosotros cada día debe ser una Jornada de inquietud, de plegaria, de deseo, de que una inundación de buenos sacerdotes llegue a escuchar los clamores de todas las personas de buena voluntad.
En la Eucaristía de clausura del Año Sacerdotal en nuestra Catedral, hoy, también daremos gracias a Dios, por el jubileo de 25 años de la ordenación sacerdotal de Monseñor Cristóbal Bialasik, Padre y Obispo de la iglesia diocesana de Oruro, una ocasión privilegiada de acción de gracias a Dios, por nuestros sacerdotes y por nuestro Pastor, y el compromiso como Pueblo de Dios, de mantener los brazos levantados al Cielo para que cada uno de los sacerdotes sea “signo y presencia de la infinita misericordia de Dios”.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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