El presidente del Tribunal tenÃa una tarea espinosa. Preguntó detenidamente sobre lo sucedido en la decena de años que Ernst habÃa conocido al prÃncipe. Este negó que le constara que el prÃncipe era infiel a su esposa. Infructuosos fueron los intentos del presidente para que el testigo reviera esta última declaración.
La fase decisiva del interrogatorio, en la cual Ernst, apartándose de su relato primigenio, terminó confirmando la imputación, se desarrolló asÃ:
El presidente: señor Ernst Ud. es un hombre juicioso y conocedor de sus deberes. Ud. no debe callar nada a esta causa pues las consecuencias serán graves para Ud. ¿Quiere añadir algo?
El testigo: no tengo nada que añadir. Todo lo he dicho.
El defensor consejero Bernstein: si Ud. está mintiendo, tarde o temprano se sabrá la verdad, y entonces tendrÃa que enviarlo a presidio.
El presidente: señor Ernst, el señor consejero defensor mencionó la palabra presidio, no lo tome a mal, no es una amenaza. Sólo quiso decir que por su parte no dejarÃa de cumplir este deber penoso; aquà se imparte justicia para todos y cada cual debe cumplir con su deber. Comprendo que, si la verdad fuera lo que piensan algunos presentes, no le serÃa a Ud. fácil decirla, la vida no siempre nos ahorra estos momentos desagradables. Ud. ya nos ha costado mucha paciencia y energÃa, reflexione Ud. está ahora muy excitado. No debe decirse que lo sometimos a apremios, es algo que suele ocurrir. Cálmese. Si Ud. actúa como un hombre honrado nada podrá pasarle ¿Quiere Ud. una pausa?
El testigo: no necesito ninguna pausa.
El presidente: debo entonces dar por terminada su declaración. Por última vez le exhorto a decir la verdad. Si verdaderamente no tiene más que decir, nuestras repetidas amonestaciones han sido injustas, errar es humano. Sólo hay uno que es omnisciente, El ve hasta lo más recóndito de su corazón, piense en ello. Nadie puede burlar al �ltimo Juez.
Si Ud. fue inducido por un señor de alcurnia a callar su infidelidad, nadie podrá reprocharlo. Una confesión franca sólo le añadirá a Ud. dignidad. Pero si Ud. jurarÃa en falso, aunque fuera por pudor o por loable deseo de no dañar a otro, a quien Ud. está obligado, entonces, Ud. será por todo el resto de su vida un hombre desdichado, sin paz, que temblarÃa ante cualquier azar. Porque cualquier azar podrÃa exponerlo a una pena severa; aún está Ud. a tiempo, conteste con toda calma lo que le ordene su conciencia moral. Le pregunto por última vez. ¿Ocurrió alguna vez delante suyo un acto de infidelidad del prÃncipe?
El presidente: Demasiado tarde señor Ernst, ya no puede salvar Ud. a nadie. La piedra está rodando. CuÃdese que no sepulte su felicidad.
El testigo: Ya que tengo que decirlo: fue asà como dice la gente. No se cómo sucedió. �l me involucro en su infidelidad como testigo, varias veces.
Esta clase de interrogatorios, intensos e inteligentes, aún en ilÃcitos difÃciles de probar como el adulterio, deberÃa ser el objetivo en nuestra justicia nacional.
(*) Es abogado corporativo, postgrados en Arbitraje y Conciliación, Interculturalidad y Educación Superior, doctor honoris causa, escritor.
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