Alguno de sus muchos asesores (no los que escriben sus twitters por favor), con algo de conocimiento de historia deberÃa contarle al Sr. Presidente de los bolivianos que no todos los que llegan al gobierno por medio del voto popular son la mejor expresión de la democracia (Adolf Hitler por ejemplo) y no todos los que toman el poder por la fuerza son sinónimo de barbarie y para muestra un solo botón y de nuestra propia realidad por cierto.
En noviembre de 1977, terminada la fiebre de los VIII Juegos Bolivarianos, la inquietud ciudadana por recuperar los derechos civiles y en especial la democracia, volvió a tocar las puertas de palacio de gobierno insistentemente, con voces sonantes desde las minas, fábricas, universidades y ciudadanÃa en su conjunto.
Cuatro puntos pedÃan estas mujeres: 1 AministÃa general e irrestricta para los perseguidos, exiliados y demás; 2 Reposición de los trabajadores expulsados por polÃtica; 3 Vigencia sindical y 4 Que desaparezca la militarización de las minas.
ParecÃa que las fiestas de fin de año iban a disipar estos pataleos subversivos, pero para sorpresa de muchos el mismo 31 de diciembre doña Domitila Chungara, junto a Javier Albó y Luis Espinal se sumaron a la medida.
Poco a poco, se fueron adhiriendo más personas, pasando primero a 50, luego a 100, luego a 500 y a mediados de enero eran más de 1.500 personas en huelga en todo el paÃs. La iglesia católica se habÃa mostrado sumamente tibia hasta entonces y más bien su pronunciamiento fue casi de rechazo pues la huelga ponÃa en riesgo a la vida propia y la de los hijos de los huelguistas.
Cuando la medida ya era demasiada presión para el gobierno, la COB declaró la huelga general indefinida, lo que colmó el vaso e hizo que Banzer interviniera todos los piquetes, deteniendo a todos ellos y encarcelando a hombres y mujeres por igual, quienes contra todo lo previsible continuaron el ayuno desde las prisiones.
Entonces los prelados cambiaron de posición, el Nuncio Nino Marzoli y Monseñor RodrÃguez increparon al gobierno y el Arzobispo de La Paz lanzó la alerta final. Monseñor Manrique le dijo a Bánzer que si no liberaba a los detenidos en 24 horas excomulgarÃa al dictador.
Venció la democracia y la justicia, liberaron a los presos, aceptaron 3 de los 4 puntos y se llamó a elecciones para julio de ese mismo año.
Sin embargo tal como sucede ahora, quienes estaban en el poder, independientemente de que se pueda ir quien los gobernaba, no estaban dispuestos a perder el mando asà por asÃ, y entre los candidatos participó de las justas eleccionarias un miembro del oficialismo.
El General Juan Pereda Asbún, no sólo hizo de su candidatura un papelón, polÃticamente muy debilitado frente a un viejo lobo de mar en esas huestes como don Hernán Siles, perdió las elecciones por capote, pero incapaz de aceptar su derrota, pifió los resultados con maniobras hasta burdas en las dependencias del coliseo cerrado de La Paz donde se contaban los votos, con urnas en las que aparecÃan más boletas que votantes.
Ante tal desastre, no le quedó otra que hacer un golpe de estado, que volvió a congelar los derechos civiles constitucionales y con versos como, el comunismo quiere apropiarse de la patria, los subversivos quieren tomar el poder, etc., etc. El 21 de julio asumió el poder por la fuerza y ofreció el llamado a elecciones para 1980, continuando asà el proceso de facto.
Ante la asonada sindical, se apresó a cientos de dirigentes y rápidamente el poder lo sacó de la realidad cometiendo muchos errores, factor que al mismo interior de las FF.AA. fue notorio. Para evitar un desgaste mayor de su imagen, fueron los uniformados quienes decidieron poner al mando del paÃs a un hombre que pueda garantizar tanto entre los militares como los civiles un proceso de transición adecuado y correcto hacia la democracia.
El 24 de noviembre de 1978, sin prender ni un cohetillo chino, en absoluta paz y con firme decisión asumió el mando el General David Padilla Arancibia. El chuquisaqueño fue claro, respetó todos los derechos civiles de asociación, puso fecha a las elecciones de 1979 y comandó el paÃs hasta el 8 de agosto de 1979. Su gobierno fue de facto y golpista sÃ, pero no hizo empleo de ninguno de los argumentos que eximió tan alteradamente el democrático actual presidente de los bolivianos.
Fue un gran hombre, no le hizo daño a nadie y queda marcado en el recuerdo de su gobierno, el centenario del funesto enclaustramiento que sufre la nación. 5 minutos de silencio de una marcialidad de todos al medio dÃa de aquel 23 de marzo inunda el alma y la memoria de nostalgia y fe.
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