Jueves 14 de diciembre de 2017
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Un hecho anecdótico vivido hace pocos años, me sirve hoy para el contenido del presente artículo.
Me encontraba de paso en la casa de una vecina, cuando de pronto ingresan sus dos hijos varones en plena edad de la pubertad, haciendo tremendo alboroto y dando vivas con todas las fuerzas de sus pulmones al primer día de vacaciones escolares de fin de año. Se me grabó en la mente el semblante de la madre, quién no demostró la misma algarabía de sus retoños, al contrario expresó ¡que desgracia!
Unos días atrás me visitaron para realizar un trabajo específico, que, como en otras oportunidades requería de dos personas. En esta ocasión llegó un tercero, se trataba de un adolescente de más o menos catorce años, quien gracias al tío y aprovechando las vacaciones lo tenía bajo su cuidado en las ocupaciones que llevaba a cabo, según me dijo para que empleara en algo útil su tiempo alejándolo de peligros obvios. Me alegré por este detalle, felicitando al señor por su loable proceder con ese inmaduro ser en proceso de formación. Al mismo tiempo sentí pena infinita pensando en niñas, niños y adolescentes bolivianos que en época de vacaciones están expuestos al ocio, juegos electrónicos, ausencia de programas educativos en la TV, internet, malas compañías y otros riesgos.