Jueves 14 de diciembre de 2017
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No hay duda de que el género humano hasta ahora no ha ideado un sistema efectivo para preservar la paz entre las naciones. Y no es que no haya procurado concertar acuerdos globales con este objetivo. Un intento fue la Liga de las Naciones, luego de la primera guerra mundial. Pero este buen propósito quedó frustrado por una nueva guerra mundial -la Segunda, entre 1939 y 1946- más cruenta y que, al final, dejó como amenaza latente un enfrentamiento nuclear que puede poner en peligro la vida en el planeta.
Fue entonces que las potencias aliadas contra el eje liderado por el nazismo, resolvieron crear un nuevo ente mundial -la Organización de las Naciones Unidas-, con el mismo objetivo de su predecesora: preservar la paz, además de alentar la cooperación internacional.
El resultado de las acciones de la ONU, pese a notorios esfuerzos, no es satisfactorio. Sus miembros no han encontrado fórmulas efectivas para evitar guerras localizadas que, desde 1945 hasta ahora, han ocasionado millones de muertos. Claro está que hubo buenas intenciones de los que dirigieron la organización; también hubo acciones extraordinarias; por ejemplo, cuando la ONU enfrentó -con una fuerza internacional y con la participación decisiva de EE.UU.- la invasión de Corea del Norte a Corea del Sur.